Dodecamerón
es uno de los proyectos literarios más ambiciosos de la literatura uruguaya reciente, junto con El señor Fischer de Ana Solari y El infinito es solo una forma de hablar de Horacio Verzi. Las tres tienen en común que son novelas de (muy) largo aliento,
saludablemente desmesuradas. La firmada por Carlos Rehermann revela está editada por el sello Hum y es más que
recomendable la experiencia de su lectura.
Poco
importa la travesía, la anécdota de los múltiples laberintos
editoriales que debe haber transitado el borrador de Dodecamerón antes de
ser publicada por Hum Editor. Que los hubo, no cabe duda, como suelen
recorrer las buenas novelas, aunque en este caso hay que agregarle a
la aventura las centenares y centenares de hojas con las que Carlos
Rehermann debe haber asustado a no pocos editores adictos al éxito
fácil y a ecuaciones de rendimiento empresarial ortodoxas.
Felicitaciones por la edición, al autor y también a un sello que es
el que más arriesga en el conservador planeta literario uruguayo.
A la hora
del placer de la lectura -el lector a solas con el voluminoso Dodecamerón- muy pero muy poco importa dicha travesía,
como tampoco importa el viaje que hacen
los protagonistas a bordo de un crucero de lujo. En todo caso, dicha
referencia es apenas un lejano pretexto para que el autor dispare la
obsesión por una estructura cerrada y conceptualmente perfecta, para que los diez personajes cuenten sus cuentos durante doce jornadas,
relatos que se encadenan con la imperfección de que cada historia
sea inconclusa para que la siguiente la continúe, la desvíe, la
deje atrás. Sin embargo, la secuencia no es tan simple, no es un
viaje continuo hacia adelante ni mucho menos. En todo caso, la novela
de Rehermann no se dirige hacia ningún punto fijo -como tampoco el
crucero, que por más detalles se encuentra averiado-, porque se
encuentra paradójicamente en una deriva que provoca que las
interconexiones y los encadenamientos de historias y personajes
construyan una bienvenida complejidad.
Hay referencias, directas y
muy explícitas, a obras clásicas como el Decamerón de
Bocaccio, a Las mil y una noches, y especialmente a
Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. Todos estos
libros, parientes no tan lejanos del Dodecamerón, son
convocados y son también parte de la fiesta.
Rehermann
es un fino escritor. Se maneja con oficio en el arte del cuento y
esta colección de 144 piezas le resulta un desafío posible, por lo
que logra construir con éxito un "dodecamerón" con la
precisión de un joyero. No es fácil aseverar si se trata o no de una pieza novelística cuando, precisamente, desaparece la
sensación de travesía que tiene toda construcción genérica. El
artefacto Dodecamerón no fluye en un sentido tradicional; por su carácter de colección
de cuentos, por la veta indudablemente cortazariana de Rehermann, por razones que tienen incluso que ver con excesos en un lenguaje de
marcos referenciales cerrados. No transcurre, en definitiva, porque el tiempo es un tiempo
literario, una convención que el lector puede pactar o no con el
texto, pero que no se da per se. Esto no es ni bueno ni malo.
Es la esencia misma de la construcción de Rehermann. Su identidad.
La que provoca que el lector se deslice y se vea perdido en alta mar,
en una travesía literaria que puede volverse tan fascinante como
errática, con pocos puntos de referencia a los que aferrarse.
Los
lectores, en todo caso, serán los que darán el dictamen final. Eso
sí, hay que animarse, y en primer caso aplaudir la valentía de un
autor que se salió -literalmente- de la ortodoxia contemporánea de
escribir novelas flacas y de fácil lectura, de las que lamentablemente abundan.
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