Después de siete años
de Extraordinary Machine, la pianista
y cantante Fiona Apple vuelve a las disquerías con un disco repleto de
canciones tan bellas como perturbadas.
¿Qué pasó en los siete años de silencio discográfico de
Fiona Apple? Posiblemente los aspirantes a biógrafos cuenten sobre la
profundización de sus rasgos obsesivos, de una neurosis compulsiva que la tiene
a maltraer desde los días de su infancia. Los malos momentos, la certeza de que
casi no sale de su casa, los desastres amorosos, los trastornos alimenticios,
el abuso de alcohol para escapar del piano y la adicción al piano para alejarse
del alcohol.
No es fácil ser Fiona Apple, eso ya se sabe. Tiene una voz
prodigiosa, toca el piano como pocos, se maneja desde el jazz puro a la rabia
del rock y lleva como puede un talento casi único desde que en 1996 debutó con
el disco Tidal, apenas una niña de
dieciocho años. Si se le había escapado alguna luz en aquellas primeras
canciones, bastaron los dulces infiernos sonoros de When the Pawn (1999) y Extraordinary
Machine (2007), un disco que le llevó cinco años y muchas oscuridades,
incluyendo la tentación de hacer trizas una primera versión y grabarlo todo de
vuelta, para comprobar que se trataba de una artista especial.
Hay algo que pasó en estos siete años de silencio de Fiona
Apple y que omiten los aspirantes a biógrafos. Tiene que ver con otra chica de
canciones tan bellas como perturbadas, dueña de una voz única. Una notable
cantante llamada Amy Winehouse, que conquistó el mundo y terminó mal,
dejándonos de regalo una serie de discos y grabaciones que demostraron que
después del rock, después de todo, se podía todavía llegar al centro de la
emoción. No es caprichoso citar a Amy a la hora de contextualizar este cuarto y
demorado disco de Fiona. Por la sencilla razón de que si antes era mirada simplemente
como una freak, es posible que ahora se la comprenda con mayor fidelidad y
oídos abiertos. Se aprende del dolor, no es para menos. Pasa algo raro y muy
intenso al escuchar las nuevas canciones de Fiona: es ella pero nos recuerda a
su lejana colega inglesa.
The Idler Wheel es
un disco altamente adictivo. El piano de Fiona, su marca de fábrica, se despega
del tipo de melodías hipnóticas y loopeadas de sus discos anteriores. Y la voz,
también la de siempre, se muestra más cruda y negra que nunca. No hay canciones
para la radio –en eso es bastante más radical que Amy-, no hay ninguna rendija
de luz como la vez que versionó “Across the Universe” de Beatles. Es un disco
para meterse ahí y emocionarse. No se sale ileso.
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