Los
relatos de Lalo Barrubia en Ratas componen –junto a las
novelas Arena (2004) y Pegame que me gusta (2009)- una
voz narrativa que hacía falta en la literatura uruguaya. Un libro de
lectura imprescindible.
No es
ninguna novedad el talento de Lalo Barrubia. Hay sí el efecto del
silencio, de la ausencia, de los años que tardó en publicar, que se
sumaron luego a su radicación desde el año 2001 en la lejana Malmö. Lalo -nacida en 1967- había demostrado su
talento cuando debutó como poeta y provocadora, en el
poemario Susuki 400, a finales de los 80. No le temía a la
pacatería culturosa montevideana de entonces. Tampoco le tembló el
pulso para escribir notas picantes y afiladas en fanzines como
Suicidio colectivo y La oreja cortada. Luego, el
silencio, o tal vez la búsqueda de una voz más potente y madura.
También la vida, el ir y venir, el sobrevivir. Lejos del punk, o tal
vez más cerca, jugandosela en cada línea de escritura (o de
reescritura).
La
evidencia de esta serie de libros que viene publicando desde la
novela Arena es, nada más y nada menos, que Malmö le
permitió a Lalo la distancia necesaria para cerrar historias.
Novelas, relatos, crónicas al borde de la ficción, lo que sean
estos textos que la escritora está dando a conocer y que tienen
autenticidad, dolor, frontalidad, crudeza y un tono bien alejado a la
tontera de la nostalgia. Textos que saben a literatura de la buena,
con esa pasión que viene de Onetti, Bukowski, Enrique Symms y la
escuela del realismo sucio, pero que –al igual que sucede con su
colega generacional Gustavo Escanlar- se da un perfecto equilibrio
entre el margen y lo popular, entre lo freak y el lumpen.
Arena
es una novela como pocas. Dura, lisérgica, radical en su manera
de desviarse de relatos cómodos. Pegame que me gusta sigue el
mismo camino.
En el caso de Ratas, los relatos encadenan
tiempos y lugares donde emergen sobrevivientes, más allá de toda
posible redención. Lalo cuenta, jamás moraliza. Hay un personaje de
uno de los relatos que cambia en la feria de Tristán Narvaja un poco
de porro por una filmadora vieja. Además de otras cosas que no
vienen al caso y que es bueno enterarse de ellas leyéndolas,
aprovecha para filmar un cortometraje panqui que nunca llega a
revelarse: un retrato de la áspera cotidianidad de la posdictadura.
Ese relato, que antecede a un verdadero uppercut que dirige la
escritora a su propia generación, cuando arma el retrato de un
merquero cínico y derrotado, funciona de espejo distorsionado de la
propia escritura de Lalo Barrubia que, por suerte, comienza a
revelarse.
Lalo dice
estar preparando un cuarto libro tomando como base sus manuscritos
juveniles. La saga comienza a tomar forma. No es novedad: estamos
ante una voz imprescindible, como las del ya nombrado Escanlar o la
de Julio Inverso. Dice Lalo: “Cuando trabajo con ese material,
ahora, me agradezco mucho a mí misma haberlo escrito, porque hay
muchas cosas de las que uno se olvida, y porque hoy día no lograría
nunca formularlas de esa manera”.
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