el maestro en 60x60



El recital que dio Charly García en el Teatro de Verano fue una clase magistral de rock. 


Charly es un sobreviviente. Pero no un sobreviviente de los que se agazapan y esperan que alguien los salve, tampoco de los que se aferran a lo primero que encuentran cuando todo tira para abajo. Todo lo contrario. Charly sabe de riesgos, de quemarse a lo bonzo, de no estar atado a nada. Así, con esa capacidad de saltar al vacío una y mil veces, se explica que su calidad de sobreviviente sea venerada por las decenas de miles de seguidores que ha cosechado con sus canciones en Argentina y Uruguay. Es por eso que su show 60x60, con todos los detalles, con toda su furia rockera, con los viajes al pasado, con los tonos acaso tangueros, provoque la sensación de una clase magistral, de un momento reservado para los grandes, para los clásicos.
Charly es una parte esencial de la música rock rioplatense de los últimos 40 años. Y en la parte que nos toca, a los montevideanos, supimos verlo más de una decena de veces en shows que dejaron huella. En el Franzini cuando despidió a Sui, a Serú y presentó Yendo de la cama al living. En la “concha acústica”, como él gusta llamar al Ramón Collazo, de riguroso blanco talking-head para presentar los “clics modernos”. En el Centenario, la vez que García López se cayó al pasto. En el Velódromo, cuando se fue al carajo y se mandó bises hasta las tres de la mañana. En El Ciudadano, una noche beatle de bises con los Fattoruso y la Epumer. Hubo muchas más, pero se desordenan los recuerdos, se vuelven imposibles, porque fue la semana pasada que volvió a romper todo, a demostrar que aunque la voz esté quebrada y ya no pueda saltar arriba de un piano, la magia y la clase están intactas.
Tuvimos en poco menos de un mes la posibilidad de celebrar los veinte años de El amor después del amor de Fito Páez, de disfrutar un recorrido adrenalínico por el repertorio de los Tacuba y probar una buena dosis de los Babasónicos. De lo mejor del continente, por varios cuerpos de ventaja. Todos candidatos a clásicos, a forjadores de la identidad del mejor rock en nuestro idioma. Lo de Charly adquiere un color especial, de dignísimo sobreviviente, portador de un cancionero que sigue abierto y en el que joyas tan lejanas entre sí como “Eiti Leda” o “Influencia” suenan a la misma causa, porque tienen la marca de un maestro que cuida y defiende a sus creaciones más allá del tiempo y los contextos. “Los dinosaurios” y “Rock and roll yo”. “Canción del 2 x 3” y “Tu vicio”. Tal vez faltó esa noche “Llorando en el espejo”. Siempre faltan una, dos, o veinte. Pero para eso, precisamente, están los discos: los originales y los artefactos como 60x60, un capricho para fanáticos que tiene la sabrosa condición de mantener viva la pasión de los mejores directos de Charly.

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