Algunas chicas son mejores que otras,
diría Morrissey, pero eso no alcanza, no es suficiente para utilizar ese
concepto callejero a una escena pop repleta de variaciones de talentos anulados
o potenciados por los dioses del diseño.
Lady Gaga es bastante más que la
penúltima estrellita; sabe manejar el ritmo mediático contemporáneo y probó ser
capaz de dar a luz hits como ‘Bad romance’ - pólvora en estado puro- reuniendo
la provocación de Madonna con ambiciones electropop que están por encima de la
media. Ella bien sabe que no tiene el talento natural de Adele ni de Florence
ni tampoco de Amy, por eso juega en otra cancha, la de princesa revoltosa. El Born this way, su segundo disco de
estudio publicado en mayo pasado no pasó desapercibido: vendió millones, lanzó
varios clips, y se habló mucho de su vestido de carne. Mostró, eso sí, y vuelvo
al disco, claras ambiciones del productor artístico en sacar a Gaga del dance y
llevarla a momentos corales o incluso guiños al rock invitando al guitar-hero Brian May. Sin embargo, supimos
más de ella por sus geniales arrebatos mediáticos que por disfrutar de su
talento interpretativo. El disco A fue olvidable. Ahora, paradojas de la
industria, sale el disco B, el de remixes, y allí se encuentran algunas dosis
de bienvenido riesgo por parte de artistas invitados como Goldfrapp, Zedd y The
Horrors, que sacudieron el cuidado sonido ochentero del disco original con
ataques minimalistas, desbordes industriales y deconstrucciones divertidas que
arman un disco más que interesante.
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