Miren Iza se lanzó en un viaje folk-rock que la ha puesto
en el centro de la escena musical. Furia y fragilidad conviven en las canciones
de Espera la pálida, segundo y
rabiosamente melancólico disco de Tulsa, la banda que lidera la ex
Electrobikinis.
Hay pocas
posibilidades de sobrevivir en el desierto sin extraviarse. La salvación puede
estar en una dosis de mezcal Los Suicidas, encontrar el rastro de los poetas
salvajes de Roberto Bolaño o –un tanto más raro aún- una liebre de César Aira
en el horizonte. El desierto tiene eso, la casi certeza del exilio emocional,
pero también el dolor de haber partido. Por eso suena a blues, sureño, áspero, con
sus guitarras cortantes, sus voces rasposas. Y cuando repica el mantra que
Miren Iza revienta en los oídos de los que se atrevan a escucharla -“algo ha cambiado para siempre/ algo ha
cambiado para siempre”- la escena deviene en cualquier desierto, porque
todos los desiertos conducen a Tulsa, lugar mítico, proyecto personal de la ex
Electrobikinis, en un cruce de caminos que la lleva a cantar en su lengua
materna, proceso similar al de Christina Rosenvinge.
“El desierto me
produce escalofríos”, dice Miren, quien vive en Madrid, pero toda su vida
está signada por el verde neblinoso de Guipúzcoa. “He nacido y crecido en un paisaje totalmente opuesto, verde, lluvioso
y lleno de accidentes montañosos, así que ejerce una especie de fascinación de
lo desconocido, sólo intuido en películas y novelas. La sordidez que acompaña a
muchos de los pasajes que pueblan la ficción asimilada es una fuente inagotable
y seguramente por eso se intuye algo de esto en nuestros discos, pero el plano
más consciente de las canciones se sitúa en mi realidad”.
Así fueron las
canciones del debut Solo me has rozado (2006) y son ahora las de Espera
la palida (2010) –acaso más lisérgicas y oscuras las nuevas-, que van
poniéndole otro dolor al paso de Miren Iza por la música. Ya no va la inocencia
punkie alternativa, ahora hay que atreverse a los pulsos de las novelas de
Bolaño, de los buenos discos de Catpower, Nick Drake y Neil Young. Tulsa es,
casi sin pretenderlo, una posible banda sonora del desierto: melancolía,
exilio, pasión, rupturas, heridas abiertas. “Desgraciadamente los discos no sirven para cerrar heridas...y aunque
hubiera cerrado alguna seguro que me habría encargado de abrirla otra vez y
sazonarla con un poquito de sal. Algunas personas somos de lo más estúpido”.
Algo así como que el
rock no es rock sino es maldito. El pulso hace bullir buenos textos, canciones
abismales, en las que se advierte el dolor del fin de la infancia con la
aspereza de la carretera recorrida.Y siempre el desierto. “Lo de alternar suavidad y bestialidad,
infierno y paraíso, o vida y muerte, es un recurso utilizado de forma universal;
lo utilizó Kurt Cobain a la perfección y en Electrobikinis lo utilizábamos
mucho, aunque de una forma mucho más explícita: gritábamos como posesas y un
instante después poníamos voces de niñas buenas. En Tulsa es...”. Silencio.
Para qué explicar lo inexplicable, lo que sucede en tiempo presente. Aprovecho
para comentarle que el nuevo disco sabe menos guerrero, pero. Y callo. Ella
toma nuevamente la palabra. “Sí, tienes
razón, aparentemente es más oscuro e inofensivo, pero para mí no lo es porque
esconde muchas más cosas que el otro, que era todo más evidente. Necesita un
poco de tiempo. Soy muy consciente de que mucha gente no se lo va a dedicar”.
La charla se vuelve muy seria. Falta la pregunta tonta, la
que sirve para encontrar un buen titular. Cambio de dirección y le voy con un
tema que sé que la fastidia un poco, los debates de género, el rollo feminista.
“No salgo a tocar pensando soy una mujer, soy una mujer, o represento a las mujeres. Para nada. No
creo que ninguna mujer lo haga. Esa no es más que una fantasía de los hombres”.
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