// Patriarca
de la clase media
apenas
menciono que quiero entrevistar a mario benedetti, todos tienen algo
para decir. el noventa por ciento de lo que dicen es hojarasca. mi
opinión también es hojarasca. una más entre tantas erróneas
construcciones que fabricamos los simples vulgares sobre esos
inaccesibles llamados frívolamente famosos. recibo respuesta
afirmativa, al pedido de entrevista, en mi casilla de correo
electrónico. la cita es para un viernes a las diez de la mañana en
su piso céntrico. michelini casi dieciocho. puntualidad británica.
intento dejar la hojarasca en planta baja. toda la hojarasca. los
malditos prejuicios. no quedan muchas oportunidades para estar cerca
de un gran escritor, un testigo privilegiado de una ciudad y un
tiempo que ya no existe. no quiero desaprovechar esta cita con un
conocedor del mayor secreto de la literatura: el de la comunicación
directa con generaciones y generaciones de jóvenes que devoran y
seguirán devorando cuentos y poemas de su autoría. hace años
llegué a la conclusión de que ese abuelito de rostro bonachón y
estilo inglés es una singular especie de artista pop. así que me
exijo un plan simple y tentador, el de hurgar en historias y
geografías poco conocidas. entre otras trivialidades, en cómo un
eficiente taquígrafo y sensato oficinista logra convertirse en el
más famoso de los escritores uruguayos.
_¿Cómo
se lleva con el correo electrónico?
_¿Con
el e-mail? Bien, me llevo muy bien. Me sirve para comunicarme con
muchísima gente. Lo abro todas las mañanas. Siempre tengo una gran
cantidad de mensajes, aunque también muchísimas cosas inútiles que
no tienen nada que ver conmigo.
_¿Siente
usted que asistimos a una revolución en la forma de comunicarnos?
_Claro
que sí. Todo se hace más rápido. Entre mandar una carta y mandar
un mensaje por e-mail, la diferencia es enorme.
_Hay
quienes, sin embargo, extrañan lo artesanal de las cartas escritas a
mano... de los sellos postales. ¿No le pasa?
_En
mi caso, no. Escribí muchísimas cartas y me comuniqué a través de
cartas manuscritas con muchísimos escritores. Durante décadas. Y te
aseguro que hay dos grandes ventajas en esto del e-mail, que es más
rápido y que da menos trabajo.
_¿Utiliza
la computadora para su obra literaria?
_Escribí
y sigo escribiendo, los originales, a mano. Lo que cambió ahora es
que paso los textos a la computadora, como durante tantos años lo
hice en una vieja máquina Olivetti. Y además, como tengo una letra
medio confusa, que a veces ni yo la entiendo, la computadora también
es mejor para hacer las correcciones. Con esa letra prolijita, en la
pantalla, te das cuenta mejor de los posibles errores, de las
erratas, de las repeticiones.
_¿Los
originales de La tregua también los escribió a mano?
_Esa
novela la escribí toda a mano. En un mismo café.
_¿En cuál café?
_En el Sorocabana
de la calle 25 de Mayo. Porque en lo de Piria, donde yo trabajaba en
ese entonces, nos daban dos horas libres al mediodía. Y en vez de ir
a Malvín, donde vivía, me iba al café. Y ahí escribí toda La
tregua. Toda, toda.
_¿Y si se aparecía algún
conocido, o un compañero de trabajo?
_Sabían
que estaba escribiendo y me dejaban tranquilo.
_¿Cuánto
tiempo le llevó?
_La escribí bastante
rápido. Menos de un año.
_¿Nunca utilizó el oficio
de taquígrafo en el proceso de escritura?
_No.
Las obras literarias las escribo con mi letra. Lo de taquígrafo fue
solamente un oficio, para ganarme la vida, entre otros trabajos.
_Un oficio que se volvería
obsoleto por el avance tecnológico...
_Es
verdad. Ya no se usa. Incluso le llaman taquígrafo, en España, a
una maquinita que no tiene nada que ver con los sistemas de signos
que utilizábamos en la época: el Martí, el Pitman o el
Gabelsberger. El que más se prestaba para nuestro idioma era el
Martí, que había sido inventado por un español a finales del siglo
dieciocho. Tenía los signos más adecuados para el castellano.
_La
actividad que sí se relaciona con la taquigrafía es el periodismo.
¿O me equivoco?
_Es
como decís. Toda mi trayectoria periodística -exceptuando las
páginas culturales- fue con la taquigrafía. Siempre recuerdo una
vez, siendo taquígrafo de La Mañana, que me mandaron a que
le hiciera un reportaje al presidente de Ancap, porque recién había
aparecido el whisky nacional. Apenas llego, me dice: “este es el
que sale ahora, un gran whisky. Pero para que puedas comparar la
calidad con los escoceses, te voy a dar a probar de estas diez marcas
diferentes”. Me agarré una mamúa como nunca en mi vida. Salí a
los tumbos, agarrándome de las paredes, hasta que llegué al cine
Plaza. Pasaron tres veces la película, y yo, frito. Cuando me
despierto no sabía qué hacer con la nota. De repente miro la
libreta y estaba, en taquigrafía, todo lo que había dicho el
presidente de Ancap. Y la nota que hice, en la que conté toda la
experiencia, tuvo mucho éxito.
_Por
ese tiempo dicen que, por una coma, usted perdió un concurso para
entrar como taquígrafo al Parlamento.
_Me ganó Mario
Jaunarena. Por una coma que puse mal. Después nos hicimos muy amigos
y hasta formamos un equipo de taquígrafos. Nos presentábamos a las
licitaciones de la Universidad y casi siempre ganábamos. Tuvimos
mucha actividad. Una vez nos llamaron de Casa de Gobierno, cuando
todavía estaba en Plaza Independencia, por una investigación sobre
un caso de corrupción. Estuvimos meses y meses tomando nota de las
declaraciones de los tipos que habían citado. Fue una práctica
tremenda. Y también, entre otros trabajos, fui taquígrafo en el
Consejo de Facultad de Humanidades. Después tuve una segunda
intervención, ya como consejero, porque me presenté a un concurso y
gané el cargo de director del Departamento de Literatura
Hispanoamericana.
_¿Tuvo otros trabajos aparte
de ser taquígrafo?
_Sí.
Mi primer trabajo fue en una casa importadora que se llamaba Will L.
Smith. Ahí fui pinche, luego oficial de contaduría y terminé como
cajero, atendiendo al público. Después pasé a la Contaduría
General de la Nación, donde fui secretario de Previtali, que en
aquella época era contador general. Ese sí que me sacó bastante
jugo, porque como además era presidente del club Neptuno y
presidente de la Comisión Nacional de Educación Física, me llevaba
como secretario a las giras que hacía por el Interior. Y yo le
escribía los discursos. Gracias a Previtali conocí casi toda la
República.
_Y
antes, de niño, supo conocer veintidós barrios montevideanos, como
le sucede al personaje de La borra del café.
_Eso aparece en la
novela, pero no lo pongo como mío, aunque yo también haya vivido en
veintidós casas... Fue terrible. Mis padres tenían como una manía
por mudarse. Lo tremendo era que mi padre era químico. Y tenía
laboratorio. No sabés lo que era mudar un laboratorio, con todos los
microscopios, las probetas, los aparatos... Aún así, el barrio que
consideré mi barrio, en Montevideo, fue Capurro. Vivimos ahí un
tiempo, cuando mi padre fue director en Ancap. Vivíamos enfrente de
una cancha, que ya no está más, y los domingos íbamos a ver los
partidos. Muy cerca también de Parque Capurro, que estaba medio
abandonado y tenía cuevas en las que con los amigos del barrio
jugábamos a los ladrones y policías. Una vez, en una de esas
cuevas, encontramos un borracho muerto. Y no le dijimos nada a los
mayores... Fue desde ahí, en Parque Capurro, en junio del ’34, que
vimos al Graf Zeppelin. A nosotros, los más chicos, nos hacía
gracia que toda la gente mirara, así como embobada. Nos reíamos a
carcajadas. Así que nos ligamos una cantidad de bofetadas, porque
nos burlábamos de un avance científico tan importante...
_Me imagino que desde Capurro
se vería fantástico.
_Parecía que aquello
estaba al alcance de la mano.
_A veces se piensa que en
aquellos años, en Montevideo, todo estaba al alcance de la mano.
_Puedo confirmarte que no
era así. Para nada. Cuando me casé, por ejemplo, llegó un momento
en que necesité tener tres trabajos para solventar la vida
matrimonial, sin contar que Luz, mi mujer, trabajaba en la Aduana.
¡Qué iba a ser fácil! Había que ganarse la plata. Fui hasta
corredor de libros. Hice tantos trabajos que ya ni me acuerdo de las
cosas que hice... Y siendo muy joven, poco antes de casarme, la pasé
muy mal cuando estuve enfermo.
_¿Es verdad que tuvo el
honor de ser el primer funcionario de Contaduría General de la
Nación en contraer el tifus?
_Cierto. Estuve muy
grave. Bajé no sé cuántos kilos y me dejé la barba. Me acuerdo
que la primera vez que salí a caminar, penosamente, por Agraciada,
llegué hasta donde estaba la Casa Soler, y pensé en sacarme una
foto antes de afeitarme. Entro en una casa de fotografía, y el que
me atiende me pregunta si estuve enfermo, como que me ve demacrado.
“Tuve tifus, recién salí del tifus”, le contesté. Y para peor,
el tipo que me toma el pelo: “¡Qué lástima! Si me hubiera dicho
tuberculosis, colgaría un retrato suyo ahí, en la pared, pero
tifus” Así que mi primera salida me dejó medio mal parado. Y a
los pocos días, que andaba todavía muy débil, me agarró un
ómnibus por la calle Rondeau. Me hice varias heridas en las piernas
y en los brazos. Cuando llegué a casa, mi viejo no podía creer que
recién salido del tifus me hubiera agarrado un ómnibus.
_¿En ese tiempo estaban de
novios con Luz?
_Sí. En esa época
éramos novios. Nos conocimos desde niños, porque nuestros padres
eran muy amigos. Estudiábamos, preparábamos exámenes juntos. Fue
una vieja vinculación que de pronto se fue transformando en algo
amoroso.
_¿Le leía poemas a su
novia?
_No, pero cuando estuve
viviendo en Buenos Aires, trabajando como secretario del líder de la
secta Raumsólica, un cretino que me llevó para allá, y recién ahí
me avivé de todo lo sinvergüenza que era, entonces yo le mandaba a
Luz cartitas con poemas. Y ella me contestaba. Así que después de
un largo noviazgo, nos casamos en marzo de 1946.
_Y por esos años publica el
primer libro, un poemario pagado de su propio bolsillo...
_Un muchacho muy
macanudo, que se había hecho muy amigo mío porque habíamos sido
compañeros de clase en el liceo Miranda, tenía una imprenta, y
entonces me cobraba baratísimo. Los libros salían horribles, pero
era la única posibilidad que tenía de editar. Así fue que publiqué
La víspera indeleble, mi primer libro de poemas. Un libro
malísimo, que nunca reedité ni incluí en Inventario. No
vendí ningún ejemplar... Tuve que esperar hasta los Poemas de la
oficina para encontrar lectores.
_Un largo periodo...
_No me acuerdo bien el
año. Sé que todavía trabajaba en Piria.
_Poemas de la oficina se
publicó en 1956, diez años después que el primer libro.
_Me acuerdo que en esa época
estaba en la sección contaduría, y me avisan que tengo una llamada.
“Una llamada para usted, el señor Carlos Quijano”... En la
oficina se armó un revuelo bárbaro. “Lo llamo porque me gustaron
mucho los poemas que publicó”, recuerdo que me dijo Quijano al
teléfono. Yo casi me desmayo. A partir de ese momento es que me
vinculo con Marcha.
_¿De qué manera existió la
llamada generación del ‘45?
_El punto de unión que
nos acercó a unos con otros fue Marcha. Porque por el
semanario pasaron también Emir Rodríguez Monegal, Idea Vilariño y
Carlos Martínez Moreno. Ahí nos fuimos vinculando y empezamos a
publicar Número, una revista literaria que estuvo muy
influida por la literatura europea. Publicábamos traducciones del
inglés, del francés y del alemán. Antes yo había dirigido
Marginalia, revista en la que traduje, entre otras cosas,
textos de Kafka. Esa fue la primera vez que se habló de Kafka en el
país. Y por otro lado se formó Asir, grupo en el que estaban
Domingo Bordoli y Arturo Sergio Visca, que publicaba una revista con
los ojos puestos en el campo. Con todo, algunos escritores como Mario
Arregui colaboraban en las dos revistas, aunque estuvieran
enfrentadas. Cuando ocurrió la revolución cubana, los de Número
fuimos los que la apoyamos.
_Sí que marcó a la
generación de ustedes ese episodio histórico.
_Nos marcó a todos. Los
de Asir, por ejemplo, fueron contrarios a la revolución
cubana. Y se produce también el distanciamiento de Rodríguez
Monegal de nuestro grupo, por esa misma causa. Para nosotros,
él se había vendido al imperialismo. Un poco fue así, porque le
ofrecieron dirigir, en París, una revista que se llamaba Mundo
nuevo. Esa revista estaba financiada por la cia,
y él decía que no. Le
pusieron un apartamento fenomenal, que daba a un lago. Me ofreció a
mí un sueldo de dos mil dólares por la subdirección, lo cual era
bastante suculento en esa época. Y le dije que no, que no quería
saber nada. Después él fue a Estados Unidos. Y bueno...
_Me quedé pensando en que,
de alguna manera, su literatura comienza a abordar temas políticos
desde esos años, desde principios de los ‘60.
_Aparece alguna cosa en
la obra literaria, pero te diría que no es tan así. Sí escribí
muchos artículos periodísticos, políticos, a partir de la
revolución cubana.
_¿Y el caso de la novela El
cumpleaños de Juan Ángel?
_Tampoco se puede decir
que El cumpleaños de Juan Ángel la hice por una experiencia
política que hubiera vivido... Pero como trataba sobre unos
guerrilleros que se escapaban por un túnel, me acusaron de darles la
idea a los tupamaros para la fuga de Punta Carretas. Las pasé
amargas con ese libro. Es un libro que yo quiero mucho, aunque la
haya pasado mal, porque para mí fue un desafío el hecho de hacer
una novela en verso.
_Otro desafío debe haber
sido el de escribir la pieza teatral Pedro y el capitán. Cuenta
Ruben Yáñez, en una entrevista, que usted no se sentía seguro como
dramaturgo.
_Y no, porque antes había
escrito otras cosas de teatro que eran una porquería. En cambio,
Pedro y el capitán enseguida tuvo éxito y está traducida a
no sé cuántos idiomas. Imaginate que ha sido representada como en
treinta países... En principio me atrajo la idea de hacer una obra
sobre la tortura, pero que no apareciera la situación de tortura. A
medida que la acción progresa, el preso aparece más destruido, pero
el que se va destruyendo por dentro es el torturador.
_¿Qué recuerda de aquella
primera versión, con elenco de El Galpón y dirección de Atahualpa,
en el exilio mexicano?
_Le leí la obra a los
muchachos de El Galpón, y les gustó. Fue curioso lo que pasó con
Atahualpa. Primero le plantearon de dirigir y dijo que no. Después,
un día, vino medio escondido a un ensayo, y como le gustó cómo
venía, paró todo, y le dijo al que estaba dirigiendo: “la voy a
dirigir yo”. Y así fue.
_Debo confesarle que de sus
libros, mi preferido es La muerte y otras sorpresas.
_Es raro. No creo que sea
mi mejor libro de cuentos.
_¿Tal vez lo sea
Montevideanos?
_Montevideanos es
un buen libro, pero fue una cosa más inicial. Y si bien La muerte
y otras sorpresas tiene buenos cuentos, no mantiene la calidad
durante todo el libro. Para mí, El porvenir de mi pasado es
mi mejor libro de cuentos.
_El que sí prefiere
Montevideanos es el colega Rafael Courtoisie, quien manda
preguntarle si todavía existen aquellos oficinistas.
_Ese libro representa a
los oficinistas de aquel tiempo, cuando tener un hijo empleado
público era la aspiración de todas las familias. La gran ventaja
era que no los podían echar, porque para destituir a un funcionario
público se tenían que reunir ambas cámaras legislativas.
¡Increíble! Esa era la gran ventaja, pero eso generaba un ambiente
muy especial. Todo un estilo burocrático. Había, por ejemplo, un
culto a la haraganería y empleados que no trabajaban nunca, que
paseaban por las oficinas. Yo trabajé mucho. En todos los lugares en
que estuve trabajé mucho, porque a mí, ganarme un sueldo por el
ocio, no me resulta. Siempre tuve que claro que quiero que me paguen
un sueldo, pero que antes me lo quiero ganar. Y eso fue lo que hice
en mi vida.
_Y además de trabajar
durísimo, y de haberle costado tanto vender sus primeros libros,
digamos que tanto sacrificio generó, en los últimos años,
gratificaciones y recompensas. Pienso en las ventas, en los premios,
pero también en la conexión que mantiene con las generaciones más
jóvenes.
_Esa es una gran alegría
para mí. No sé francamente por qué sucede, pero cuando doy una
lectura de poemas la mitad de la concurrencia son jóvenes. Puede ser
que yo escriba en un lenguaje más asequible, que sea más fácil que
me entiendan lo que quiero decir que a otros escritores.
_Esa conexión parece
explicitarse más fuerte en la poesía. ¿Es así?
_Sí, pero no explicarías
por qué La tregua tiene 125 ediciones y ha sido traducida a
veintitantos idiomas. En el caso de esa novela, tengo mi propia
explicación: es exitosa porque trata un problema de clase media. Y
la clase media existe en todos los países, en todos los idiomas. En
democracias o en dictaduras. Y los lectores de todos los países son
de clase media. Ese es mi público, la gente de clase media.
_Vuelvo a insistir con la
poesía...
_Por más que busques
explicaciones, seguirá siendo un misterio. El éxito es un misterio.
Bienvenido, por supuesto. Me resulta bueno, muy estimulante, sobre
todo ahora que tengo tantos problemas y mi único escape es seguir
escribiendo. Ahora, el dinero del premio que acabo de ganar en
España, lo voy a meter todo en el asunto del tratamiento de mi
mujer, que tiene mal de Alzheimer, porque ya estamos un poco tocando
fondo. Así que me vino muy bien. Y la recompensa literaria, por
supuesto que me llena de satisfacción.
_Entre sus nombres no falta
Brenno, que se repite en la familia Benedetti.
_Yo me llamo Mario
Orlando Brenno Hardy Hamlet, y soy hijo de Brenno Mario Edmundo
Nazareno Rafael Armando... Así se llamaba mi padre. Parece que es
una manía que viene de Italia, de Umbria, de donde eran mis abuelos.
_¿Visitó el pueblo de sus
abuelos?
_Fuimos a Foligno, el
pueblo de mis abuelos, con mi mujer. Visitamos una capilla donde, en
los tiempos de la Primera Guerra, gente del pueblo resistió un
ataque alemán. En una placa grande están los nombres de los que
murieron defendiendo a la capilla. Están por orden alfabético. Los
ocho primeros son Benedetti... Como si fuera poco, mi mujer me decía
que todos en Foligno parecían parientes míos. Ella encontraba que
todos tenían el mismo tipo de cara que yo.
_¿Todos con la misma
sonrisa?
_Todos con la misma sonrisa.
(Publicada originalmente en la revista FREEWAY)
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