como en el frío no estaba su enamorada, lisandro rumbeó para buenos aires. como se quedó sin los viejos amigos, se compró una computadora. como vivía en una burbuja, le brotaron canciones de la guitarra. como le gustaba hacer discos, se mandó uno especial, en el que se acercó al fuego de los grandes del posrock y el neofolk. porque le gustaba, y eso también lo descubrió solo, repetir el juego de la infancia en viedma, el de desarmar y volver a armar rompecabezas. que fueron canciones azules o turquesas. 'azules y turquesas'. como no logró quedarse tranquilo, sacó otro disco y le puso de título –no sabe si por azar o por necesidad- ‘ese asunto de la ventana’. mirar, mirar y mirar. por el simple objeto de contemplar melodías que se arman y desarman. que juegan. tiene veintipocos años y nada parece detenerlo en una búsqueda que tiene un solo significado: acercarse a la canción perfecta. él sabe que no existe, pero intuye que cada nuevo aprendizaje supone -más que la eterna enseñanza del camino de la vida- la factibilidad de conectar los cabos sueltos de su peripecia: la del muchacho que vino del sur, de la añorada patagonia, sin más equipaje que el de un aventurero de la canción. como un príncipe romántico que rige sus pasos por el azar. sus canciones, si aún no las escucharon, son sencillamente entrañables. porque están hechas para mirar, para contemplar. desde la mejor ventana. como si fueran perfectas. ese asunto de la necesidad.
_Toda tu infancia y adolescencia la viviste en Viedma. ¿Cuáles son las grandes diferencias que sentís entre tu tierra y Buenos Aires?
_Son
extremos increíbles. La provincia de Río Negro, y en realidad toda
la Patagonia, tiene mucho plano, mucho aire, mucho espacio. En Buenos
Aires estamos todos apretados y es un hormiguero. Esa es la gran
diferencia. Y la verdad es que me costó muchísimo adaptarme.
_¿Cuándo llegaste?
_Llegué
en el 2001, todavía con todo el quilombo de De la Rúa y los
cacerolazos.
_¿Llegaste en
diciembre?
_Sí.
_¿Cómo fue desembarcar
en Buenos Aires en esa fecha tan turbulenta?
_Fue
terrible. La gente estaba muy muy caliente, muy enojada. Fue muy
fuerte ver todo eso. Llegué a Retiro, con el colectivo, y había
piquetes en todas las esquina, con cacerolas. Y me dije: “¿qué
hago acá?”, “¿adónde me mandé?”... Pero igual el amor
que tenía y que tengo por mi mujer, por Luz, me hizo sostener todo.
Porque a la vez era una felicidad enorme: nos íbamos a vivir juntos,
y yo estaba muy feliz. Era como que vivíamos en una burbuja.
_¿Hicieron el viaje
juntos?
_No,
yo me fui primero a Mendoza, y estuve por varios lugares, un poco
deambulando por la Argentina.
_Un viaje largo...
_Es que
terminé el secundario y me fui de casa.
_¿Y tu pareja?
_Ella
se fue a Buenos Aires sola, a estudiar, y estuvo un año viviendo con
amigas. Y un día nos dijimos ‘es hora de juntarnos’. Y
así fue que yo también me fui para Buenos Aires... Cuando llegué,
nos alquilamos un apartamentito en Palermo. Estuvimos ahí cuatro
años. Y ahora nos fuimos para Almagro, porque viste que Palermo se
puso Hollywood... Soho, y no sé qué cosa más.
_¿Estaban en el Soho, o
en Hollywood?
_En
el límite, a dos cuadras de Plaza Serrano. Cuando empezamos a
alquilar, no estaba tan de moda, pero después se fue poniendo así.
Fue muy rápido.
_¿Trabajabas en esa
época como músico?
_No.
Primero me puse a estudiar para maestro de pre-escolares. Pero hice
medio año, nada más, porque después saqué el disco, el primero, y
me dije, ‘ahora que saqué el disco, me meto de lleno en
esto’... No fue nada fácil. Ya me estaba quedando sin mis
ahorros, que había juntado para poderme ir a Buenos Aires. Y empecé
a tocar en barcitos, en Palermo, a la gorra. Y fue así: una viola,
un micrófono... Empecé de a poco, de abajo. Y luego se empezó a
poner bueno.
_¿Cómo grabaste Azules
turquesas?
_Lo
grabé con ayuda de mi cuñado, en mi computadora. Después, con ese
material, fue que salí. Hice varias copias, las metí en la mochila,
y me fui a recorrer todos los sellos habidos y por haber de Buenos
Aires. Y en ese momento, en el 2002, era terrible, porque no editaban
ni a Diego Torres. Entonces me decían: ‘no recibimos discos,
gracias’. Ni siquiera te abrían la puerta. Hasta que me lo
aceptaron para escuchar en Los Años Luz. Me dijeron, ‘mirá que
estamos sacando pocas cosas, te avisamos para que no te enrosques’.
Y bueno, a la semana, justo tenía un concierto, y ellos fueron medio
camuflados. Yo no tenía ni idea. Al final del show se acercaron y me
dijeron: ‘somos de Los Años Luz; queremos editar tu disco’.
_En
ese momento, lo que me sirvió mucho es que llevara el disco grabado.
Salió tal cual. Los tipos no tuvieron que poner plata, sólo lo
editaron. Tuve que hacer eso, no me quedaba otra.
_Vos y tus canciones
vienen del sur. ¿Qué fue lo que más te llamó la atención,
musicalmente hablando, cuando llegaste a la capital?
_En
realidad, yo estaba muy feliz con la vida en pareja y no me
preocupaba mucho la música. Me llevé toda mi discoteca de Viedma,
así que empecé muy de a poco a meterme con lo que se escuchaba en
Buenos Aires. Lo que más me enganchó fue la electrónica, más que
escuchar cantautores. En esa época empecé a escuchar Moby, Saint
Germain. Buenos Aires me dio eso... Air, Daft Punk, Fatboy Slim. Me
compré una computadora, y de ahí salió todo lo de las
programaciones.
_En esos años se
publicaban Frontera y Sea, discos de Drexler con
producción de Campodónico y Casacuberta, y el Mar de Leo
García. Empezaban los primeros cruces de folk con electrónica...
_Igual,
mirá que con Jorge Drexler me pasa algo muy raro. Recién lo escuché
después de publicar Azules turquesas. Allá, en Buenos Aires,
como que en las primeras notas de mi primer disco me comparaban mucho
con él. Y ahí lo escuché y me dije: ‘qué bueno, éste hace
lo mismo que yo’.
_¿Te sentís parte de
una generación.
_Sí.
Pero en mi caso salió de una forma muy natural. Llegué a Buenos
Aires y me compré una computadora, porque estaba solo y no tenía
músicos para trabajar. Entonces, salió de estar tocando solo con mi
guitarra, frente a la pantalla. No fue que me dije ‘voy a usar
la fórmula’. Y bueno, aprendiendo a usar los programas, me
empecé a enganchar. Aparte, desde chico siempre fui muy fanático de
la electrónica, en el sentido de pelar el cable... ¿me explico? Me
copaba el tema de armar y desarmar, de los rompecabezas. De chiquito,
me acuerdo que rompía cosas para ver qué tenían adentro. Llegué a
romper alguna que otra radio. Y mi vieja me cagaba a pedos.
_Ahora rompés las
canciones...
_Es la idea.
_Esa fascinación por
romperlas te acerca a Radiohead. Y también al Charly García del
concepto say no more. Eso de tomar la canción y jugar con
ella...
_Porque
creo que es así, que tiene que ser así. La música tiene que ser
así, jugar todo el tiempo. De otra manera, te aburrís al toque. Si
no fuera así, si no sintiera eso, no sería músico ni tampoco
coleccionista de discos. Me dedicaría a otra cosa. Pero ya que soy
músico quiero jugar, divertirme como si fuera un nene de seis años.
Siempre estoy preguntándome ‘¿qué hago?’, como el niño
que se mira al espejo y se cree Mick Jagger. Y nunca pienso en
encontrar una fórmula, en basarme en algo... simplemente trato de
ser lo más sincero posible, al hacer música, con el juego.
_Lisandro, ¿en qué año
naciste?
_En
1978.
_Eras muy chico durante
la guerra de las Malvinas... tenías 4 años. ¿Te acordás de algo?
_No,
no me acuerdo mucho. Tengo algunas imágenes, de ver la gente
tapándose con frazadas cuando aparecían los aviones.
_En Viedma estaban muy
cerca de la guerra.
_Sí.
Se sentía cerca. Y me acuerdo de mi vieja tapando las ventanas, de
noche, para que los aviones no detectaran la ciudad. Tapaban las
luces, todo. Sonaba una sirena y todos tapaban con frazadas las
ventanas para que el avión no pueda ver adónde estaba. Por las
dudas. También me acuerdo de meterme abajo de la mesa.
_¿Se extraña la
Patagonia?
_Yo
la adoro. Soy de ahí. Tengo la piel fuerte para combatir el frío...
Es más, no tengo frío.
_Sos rock...
_Claro,
porque tengo como la piel más dura. Son callos del viento. Y adoro
la tranquilidad que hay, la paz, la siesta. Adoro salir a caminar y
saber que están todos durmiendo la siesta, a las tres de la tarde.
Es increíble eso de ir caminando por la calle y que no haya un solo
auto. Y de repente la ciudad se empieza a mover, a eso de las seis de
la tarde. Son cosas muy lindas, que incluso me parece que mantienen
algo muy fuerte, que se resiste a que las cosas se aceleren. El
interior de Argentina tiene eso, de ‘a mí qué me importa’.
Si igual se van un fin de semana a Buenos Aires, de compras, y listo.
Se sacan las ganas de la rapidez, pero enseguida vuelven. Tienen una
cosa como de ‘yo no voy a entrar en esa’. Eso me gusta...
Acá, en Montevideo, encontré muchas cosas así. Y eso que es una
ciudad grande. Pero encontré esa misma cosa de ‘a mí qué me
importa’. Por ejemplo, en el tema de los comercios, que no son
modernos, que se quedaron en una etapa que es increíble. Me crucé
con carteles de Crush de no sé qué año... Y eso está buenísimo,
porque se nota que es una ciudad que no entró en el sistema Mc
Donald’s, de modernismo barato.
_Montevideo sería,
según Daniel Drexler, algo así como uno de los centros del
templadismo. Así le llama a la generación de cantautores de
la región. Aparte de lo climático, el concepto también refiere a
la resistencia montevideana por la velocidad... ¿Te sentís cercano
a esta noción de Daniel?
_Siento
que lo de templadismo pegó muchísimo acá. Me hablaron mucho
de todo esto... Y también me hablaron de lo que plantea Kevin
Johansen, del concepto de desgenerados...
_Falta la etiqueta
argentina y el lío se va a hacer más grande...
_Mirá,
yo respondí a esto que tenemos la posibilidad de no etiquetarnos,
porque haciéndolo me parece que nos estamos metiendo en un lugar
donde inconscientemente no queremos estar. Cuando lo vea a Kevin, le
voy a preguntar por qué siente la necesidad de nombrar a la
generación, aunque diga ‘nosotros somos unos desgenerados’.
Me asusta que en cualquier disquería, en Musimundo, en un tiempo
aparezca, al lado de las estanterías Pop y Rock, un cartel que diga
Desgenerados. ¿Me entendés lo que digo? Y creo que lo que menos
queremos es eso... No sé, por lo menos es lo que yo menos quiero. Si
en la música que hacemos usamos tantas herramientas y tantos
estilos, que no tenga nada, que no se llame nada. Es música, son
canciones. Nada más que eso. Y mi nombre es Lisandro Aristimuño,
como el nombre de Kevin es Kevin Johansen, o el de Jorge es Jorge
Drexler. Y bueno, con respecto al templadismo pienso lo mismo...
_En tu caso, más que de
templadismo habría que hablar de frío helado.
_Yo
sería, si hablamos de generación, el viento que te caga a palos. El
viento sur total.
_Si hablamos de
generación, lo que sí los une es la utilización de la computadora
como herramienta...
_En
eso sí que estoy de acuerdo. Utilizamos las mismas herramientas, los
mismos instrumentos.
_Por eso no quería
olvidarme de Leo García. Me acuerdo puntualmente de ‘Tu mal’,
una canción de Adicta del año 2001, que estaba producida por Leo.
Era un ritmo argentino, una especie de chacarera electrónica que te
partía la cabeza... En tu segundo disco, Ese asunto de la
ventana, el track dos, la canción ‘Es mí’, me hizo
acordar... Es más, a tu disco como que entré por ahí. Esa canción
me flechó.
_Y...
también tiene una mezcla de chacarera, en el estribillo. Es como la
canción más rockera del disco. Me acuerdo que cuando la compuse me
habían regalado un libro de Lennon y copé con las letras del
tipo... que son muy... muy crueles. Y me vinieron ganas de inventar
una historia así, partitiendo de imaginar qué pasaría si yo me
separara de mi mujer. Y salió en la canción eso de “ya no
necesito verte más, al menos hoy”, que es como una
contradicción, de estar diciendo “dale, andate”, pero en
realidad no querés que el otro se vaya. Me meto de frente, en esa
canción, con el falso orgullo de las parejas. A mí todo eso me
resulta muy Lennon... incluso esa cosa muy Lennon de marcha de tren.
Ese tema es así. Y entiendo que te pase eso, porque sobresale mucho
en el disco.
_Ya publicaste dos
discos... cuando hace apenas cinco años fuiste a vivir a Buenos
Aires. ¿Era tu sueño sacar discos en Buenos Aires?
_Nunca
pensé que fuera a darse tan rápido. Publiqué el primer disco en
2004, y el segundo en 2005. Y ahora me estaban pidiendo el tercero,
pero decidí parar para pensarlo, para sentirlo, para componer muchas
canciones y poder elegir. Porque también me gustan los discos que
tienen un concepto general, que llevan una línea, que tienen un
concepto, y eso lleva tiempo.
_Buenos Aires, te dio
además la oportunidad de conocer músicos. ¿Quién de los que
conociste te ayudó, te abrió puertas?
_Kevin
fue uno que me ayudó y me demostró que es un grande... Él fue a mi
noveno show en Buenos Aires, y se sentó a una mesa con un vino. Fue
a escuchar. Era un barcito chiquito, y la gente estaba más pendiente
de que estaba Kevin Johansen que de mi show.
_¿En un barcito de
Palermo?
_Sí.
Y te digo que el tipo es un grosso. Igual ahora está como más
grande, pero en ese momento no era tanto.
_¿Cómo se da en tu
caso la diferencia entre el trabajar en la composición y arriba del
escenario? ¿Sentís que se juega diferente?
_A
mí me han dicho que mis canciones suenan muy diferentes en el
escenario. Porque yo, cuando actúo, deformo muchísimo las
canciones, no me interesa mantener el sonido del disco. Uso distintos
timbres, melodías que por ahí en el disco las hace tal
instrumento...
_¿De dónde sentís que
sale esa búsqueda?
_A
mí me encantaban, siendo adolescente, los conciertos de David Bowie
y de Peter Gabriel. Siempre fui de fijarme en cuando cambiaban la
melodía. Esas cosas eran las que me encantaban. Porque a mí, como
espectador, me hacían sentir que estaba viviendo un momento que no
era igual al de siempre, a la repetición.
_Hablando de
referencias, ¿cuánto creés que pesa en la música argentina actual
el disco Jessico, de Babasónicos?
_¿Y
si te digo que no lo escuché mucho? Es que para mí, antes que
Jessico está Bocanada, de Cerati. Él sí que me
parece un gran investigador acerca de un sonido y de toda esa camada
pop. Hay muchas bandas que salieron de ese disco. Yo lo admiro mucho
a Cerati. Como persona no sé, pero como músico pienso que Bocanada
es un disco que marcó...
_Siento que estás
metiendo a Cerati en la lista de los ‘divos’ de la música
argentina... Como músico y también como persona.
_Tiene el
ego ese, el ego porteño.
_¿Pensás que hay una
generación de músicos argentinos que se manejan como ‘divos’?
Desde Charly y Spinetta, pasando por Páez y Cerati.
_Yo
creo que sí.
_¿Y la nueva
generación?
_Siguen
existiendo divos en el rock.
_¿Te referís a
Dárgelos?
_Eso
te iba a decir. Porque todo esa glamour, esa cosa de antidivo,
también lo hace ser un divo. Es un artista, ¿entendés? Que me
encanta, porque está jugando. Está perfecto. Pero bueno, está
también como esa cosa del ‘me las sé todas’, que no
da... Es porteño.
_¿Qué te pasó a vos
con el rock chabón? ¿Le prestaste atención?
_No.
_Bueno, en eso coincidís
con Dárgelos y con Cerati.
_Pero
no con una cuestión de discriminación, de que sea feo o sea malo.
No me gusta y punto. En la música, está bueno que puedas decir ‘me
gusta’ o ‘no me gusta’. Y no dar tantas
explicaciones.
_Volviendo a tu viaje
personal... Me decías que estabas en una burbuja, mientras en Buenos
Aires estaban todos enojados...
_Yo
estaba en un momento feliz, porque estaba con mi mujer, y...
_Y te metiste a trabajar
en un disco... Lo que no me queda claro es por qué no pudiste
hacerlo en Viedma.
_Buenos
Aires me resultó un lugar muy apto para hacer canciones. En la
Patagonia es muy difícil, porque en los bares te contratan solamente
para tocar temas de otros, para hacer covers. Eso lo hace muy
difícil, porque para qué vas a trabajar tus canciones si no las vas
a poder tocar en vivo.
_¿Así que tocaste en
bandas de covers? Esa sí que no la tenía.
_Es
más, aprendí a tocar sacando acordes de canciones de otros. No hay
otra, porque el circuito de Viedma es de bares a los que la gente le
pide canciones al mozo, ‘a la servilleta’. Entonces se aparece el
mozo y te dice: ‘bueno, pidieron un tema de The Police y uno de
Fabulosos Cadillacs’... Después, cuando llegué a Buenos
Aires, fue lo contrario: me pareció en vano hacer covers. Era mi
momento, de trabajar con las cincuenta o sesenta canciones que tenía
guardadas.
_¿Y cómo es aprender
el escenario a través de otros?
_Es
hermoso. Y la verdad es que no entiendo a esos artistas que niegan
las influencias... Yo realmente adoro a los demás músicos. Aprendo
mucho de ellos. Soy, antes que nada, un coleccionista de discos. Soy
un fanático, aparte de ser músico. Para mí, los discos son como
manuales. Por ejemplo, ahora acaba de sacat un disco solista Thom
Yorke, el cantante de Radiohead, y estaba desesperado por tenerlo,
para ver qué información nueva trae, qué nueva puerta abre.
_¿Tenés grabaciones de
cuando vivías en Viedma?
_Sí.
En realidad, antes de Azules turquesas tengo cuatro discos,
grabados en un portaestudios de cuatro canales que me compré siendo
chico. Y con ese portaestudios fue que arranqué a grabar.. Yo les
hacía las tapas, recortando cosas y armando collages. Para mí hacer
discos es un juego, no lo siento como una presión. Me encanta. Me
hace sentir muy bien. Es algo terapéutico.
((Publicada originalmente en revista Freeway, octubre de 2006. Texto: Gabriel Peveroni. Fotos: Rafa Lejtreger))
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