Después de la polémica novela Plataforma, el más
inquietante de los escritores franceses contemporáneos publica La
posibilidad de una isla. Una visión futurista en la que los consecutivos
clones de un ingenioso comediante se cuestionan el dilema de vivir en un mundo
tan feliz como terrible.
Las alegorías futuristas suelen ser más efectivas cuando
interpelan dilemas morales y filosóficos comunes a todas las épocas. Cuando se
manejan en el filo de lo previsible y sobre todo le escapan a las
estereotipadas visiones apocalípticas, tan proclives a plateas consumidoras de
pop-corn como a libros plagados de ridículas tramas de ciencia ficción.
La nueva novela del escritor francés Michel Houellebecq
(publicada por el sello Alfaguara), escapa por fortuna del típico formato de
best-sellers y películas hollywoodenses. Está lejos de toda demagogia y de toda
subestimación al lector, al igual que casos emblemáticos como los de El país
de las últimas cosas de Auster y La peste de Camus. Parece curioso
citar dos novelas que refieren a la creación de extraños mundos para finalmente
encaramarse como potentes metáforas del holocausto judío, pero lo cierto es que
indagar en el futuro no es tan diferente a involucrarse con el pasado. Lo
difícil del caso, como dijo alguna vez el notable cineasta Tarkovski, estriba
en "encontrar la exacta fórmula para exagerar el presente... porque la
creación de un mundo futuro no es más que la exageración de los problemas y
dilemas del presente".
La posibilidad de una isla desarrolla los diarios de
vida de Daniel 1, un ingenioso comediante contemporáneo a nuestra era, y los de
Daniel 24 y Daniel 25, dos de sus futuros y (no tan) felices clones.
Houellebecq, haciendo gala de su habitual cinismo, desarrolla posibles
escenarios futuros en los que Blade Runner parece un anticuado juego de
niños. Y esto sucede porque, lisa y llanamente, los paraísos no tan
artificiales de la novela del francés, se parecen demasiado a los que vivimos
en nuestros días.
La lectura de la novela, sin embargo, no es nada sencilla.
No se trata simplemente de una mirada escéptica y despiadada sobre la
civilización occidental. Hay lugar, paradójicamente, para una incierta
esperanza. Pero lo más importante es constatar que Houellebecq se encargó de
escribir uno de esos libros mayores, rozando una decena de grandes temas
filosóficos, que suelen convertirse en santo y seña de una generación.
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