el filo, la anestesia y el rasguño en el glaciar
en la cúspide de una torre de cristal, un espacio desierto, soñado y glacial, deambula una familia, sus recuerdos y fantasmas. la historia sórdida que se desgrana paladea con demora truculencias episódicas que revelan el sedimento del dolor: la semilla de un incesto filial. otro antecedente oscuro familiar tiende un manto de inocencia herida y melancólica sobre los hombros abyectos de esos niños perdidos, vástagos corrompidos, agrios, heridos de repudio y frustración.
el texto –las palabras y el tejido de la puesta, con todo su arte y volumen-, abstrae las puñaladas, excluye la explicitación de los charcos de sangre. elige pintar el crimen con pinceladas feroces; un restallido blanco de texturas y brillos y transparencias, latigazos de luz en las faldas de novia/ quinceañera /ángel de melina (interpretada por noelia campo), las ropas que podrían ser de un manicomio u hospital mental de luca (nicolás becerra), los trajes cortesanos del padre (luciano aramburu) cuyo corte y gallardía lo sustraen de un imaginario óleo en la pared de un castillo.
salpicado de la presencia carmesí de samantha navarro –tiñe de rojo la inmaculada zona nevada-, ejecutando en vivo algunas de las canciones de la maravillosa banda de la obra compuesta junto a federico deutsch, el espectáculo groenlandia se erige minimalista.
de pronto la nieve lo cubre todo y no se distingue en el espacio qué emoción punza y qué sosiego se desliza helado por el alma. de pronto se alude en la obra a “una torre de cristal cerca del cielo”. a “luces de la ciudad”. tras la terrible elfa de pestañas escarchadas, embriagada de pasión y galopando en huida espacial, que compone noelia campo, se recortan las luces reales de montevideo avistadas desde la torre de la aguada. de la patética sumisión sexual del hermano emerge un poderío desafiante e inesperado: nicolás becerra alterna el desvalimiento casi oligofrénico de luca a fugaces chispazos de una perversión conquistadora/ conquistada. el podría ir a un círculo infernal, o al limbo.
el frío anestesia también al espectador. el erotismo entre los hermanos desparrama electricidad entre el auditorio. brilla una cereza en el escenario. la tentación cubre retinas de una chispa roja. el tabú occidental remonta en el vuelo poético de directora y autor (dodera y peveroni) hasta un discurso de “no juicio, no valor”. mastica la locura, el deseo, la violencia, el miedo y el rencor. paladea el sabor agrio de la culpa. y ofrece una belleza inconducente: la de “el frío que borra las marcas”, “el frío de la amnesia”. una blanca inmovilidad trágica e impenetrable. cruda, inmaculada, tan barroca como minimalista, groenlandia devela una tragedia clásica y contemporánea desde un apoderamiento asombroso de la pasión, la enunciación de sus crímenes, y su condena.
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