religión songwriter


Tres grandes discos de música popular uruguaya se editaron hacia fines del año pasado. Tres cantautores que vuelven a las fuentes, que enredan milongas de pelo largo, dylanianas, homenajes a Mateo, a Zitarrosa, al eterno rock and roll. Dino publicó una impecable autobiografía, Darnauchans templó su mejor estilo crooner, Nasser modeló un folk fronterizo y potente. Tres songwriters que van al costado del camino, sin pedir permiso a nadie.

Puede parecer inexplicable, pero a veces ocurren pequeños milagros. Se podría teorizar acerca de que en los momentos de crisis muy agudas ciertos artistas poseen el don de encerrarse y construir obras mayores. También que la falta de caminos y de perspectivas permiten mayores libertades a la hora de dejarse llevar por grandes obsesiones. Prefiero no aventurar razones que puedan ser equivocadas. Prefiero -en todo caso- oprimir una y mil veces el play para escuchar una y otra vez los nuevos discos de Eduardo Darnauchans, Jorge Nasser y Gastón Ciarlo (Dino), tres grandes obras de la MPU que tienen en común la síntesis de sus obras personales, el retorno a las fuentes de sus respectivas creaciones y la necesidad de celebración que los aleja de toda posibilidad de introversión y hermetismo. La invitación queda hecha al lector -desde ya- para sumergirse en las penumbras poéticas del Darno, en la exaltación de una milonga pop reinventada por Nasser, en la eterna melancolía urbana de Dino.
Hace algún tiempo, en una extensa nota que publiqué en la revista argentina Rolling Stone -permítanme el abuso de la primera persona- intenté una reflexión sobre los caminos del rock y los cantautores en ambas márgenes del Plata. Afirmaba, no sin razón, que el uruguayo era un rock de bandas (el de los ‘80 y los ‘90), del que no habían emergido grandes autorías salvo contadas excepciones. Afirmaba también que la MPU tenía el gran pecado de engendrar cantautores raros o introvertidos. Las reflexiones conducían a ilustrar la síntesis que había logrado Jorge Drexler en su breve y exitosa obra, consecuencia directa de su debate entre los sonidos de la aldea y del mundo, como antes había hecho el propio Jaime Roos a su vuelta de Europa, y mucho tiempo atrás Mateo y Rada en aquella experiencia mágica de El Kinto, o el mismísimo Dino. Ahora bien, faltaba algo en esa nota, y no provino ciertamente de un rock aburrido y cansino de bandas con muy pocas ideas. Uno a uno brotaron estos tres discos, que sin duda son referentes -no sólo de la obra de Dino, Nasser y el Darno- sino de los saludables caminos fractales que suele tomar un movimiento artístico cuando necesita recomponerse, refrescarse, dejar tendidos los puentes entre lo más vital del pasado y la emergencia del presente.

Síntesis, fuentes y celebración
Dino en Autobiografía recrea lo mejor de su obra con un aggiornamiento instrumental que lo lleva a colisionar el folk rock norteamericano con una milonga más cargada que nunca del imaginario montevideano. Va a sus propias fuentes y celebra junto a jóvenes como los Ibarburu (un placer la guitarra de Nicolás) y viejos colegas, naturales invitados a la fiesta como Roos, Livichich y Nasser.
Darno en su directo Entre el micrófono y la penumbra deja el alma en cada canción, actúa su personaje de crooner, hace converger distintos tiempos de su extensa e intermitente obra en un disco que parece girar siempre en presente. Lejos de su natural tentación a la soledad y a los viejos camaradas, esta vez aparece junto a su renovada banda (Guzmán Peralta en guitarra, Alejandro Ferradás también en guitarra y Shyra Panzardo en el bajo) y con la producción de lujo de Fernando Cabrera. Y la fiesta incluye a esos privilegiados espectadores que le imprimen una emoción extra a la interpretación de clásicos como ‘Cápsulas’ y ‘El instrumento’.
Nasser en Efectos personales expone lo que tal vez no pudo desarrollar jamás en la electricidad básica de Níquel. Vuelve a tender puentes como en el ajuste de cuentas con los ‘70 titulado De Memoria, vuelve a lo básico, a las pertenencias más íntimas. Tributa y celebra por igual a Mateo y a Zitarrosa, se muestra como un compositor maduro, deja en claro que el pop y el rock se llevan muy bien con la milonga, sobre todo con ese blues uruguayo que patentó Dino. Cada canción es un mundo, y lo acompañan en el viaje compañeros de ruta como Faragó y Toto Mendez, así como invitados tan naturales como acertados de la altura de Rada y Roos. Los tres se confirman una vez más como songwriters, aunque las palabras y las definiciones puedan estar de más cuando se trata de describir y analizar obras musicales. Los tres dan rienda suelta a la pasión por la canción, por esa torre inacabada de sonidos y poesía. Abordan el camino del riesgo, que en los tres casos pasa por la deconstrucción del pasado (propio o no, Nasser por ejemplo zurce un tejido finísimo en el que se rozan Zitarrosa, Mateo y Dino) para vestirlo con ropas nuevas, que no de moda, que no se equivoque nadie. Es por ello que desde la primera escuchada es posible quedarse atrapado en el tiempo, porque la necesidad de ejercitar la buena memoria, lejos de toda nostalgia, es la gran virtud de los tres artistas.

Viajes interiores
Es adecuado el momento, en esta nota, para ‘invitar’ al ya mencionado Jorge Drexler -quien publicó también en el 2001 un muy buen disco titulado Sea- porque más allá de que no comparta la afición por el rock más gringo y la cruza con las milongas, también es un disco clave de la última MPU. Drexler sabe a tropicalismo pasado por Beatles (ergo, británico), por folk uruguayo blanco cruzado con murga, candombe y el refinamiento de los samples y los ruiditos electrónicos. Pero no hay duda que expone -al igual que Nasser- la necesidad de que la canción uruguaya se despoje de la introversión y celebre un bienvenido pop, directo y simple. Por esa síntesis Drexler es aplaudido en Madrid y Buenos Aires, por esas mismas razones logró que la Rolling Stone eligiera a Sea entre los diez mejores discos del año.
Al analizar la obra de Drexler -como ya señalábamos- es inevitable marcar la importancia de su exilio artístico en Madrid, clave para el desarrollo de su creación. Se trata de un viaje real, saludable refresco que le imprimió el contrapunto de alivianar cargas pueblerinas, abordar riesgos y al mismo tiempo condensar su música a los vaivenes de las reglas del mercado. La relación con Montevideo, con la ciudad, con esa Santa María castradora y decadente, es tempestuosa para Drexler, pero también para Darno, Dino y Nasser. Ninguno de los tres son montevideanos acérrimos, ni mucho menos.
Darno vivió algunos años en Argentina en los ‘70, y si bien es un personaje afiebradamente relacionado con Montevideo la claustrofóbica, él mismo confiesa que este disco -vale recordar que clausura un silencio de una década- tiene que ver directamente con un breve pero movilizador viaje a Europa que hiciera hace un par de años. Dino ni siquiera vive en Montevideo -hasta los versos de ‘Vientos del Sur’ son cambiados por Dolores- y su viaje interior, literalmente, persiste entre esporádicas apariciones por la capital. No debe llamar la atención que Autobiografía sea publicado por un sello argentino (Barca Discos). El de Nasser es un caso muy complicado, porque a pesar de haber firmado una canción como ‘Amo este lugar’ mantiene una relación de amor-odio con el ambiente montevideano y -pese al éxito de Níquel- siempre fue atacado por parte de la prensa y público rockero. También vivió un largo periodo en Buenos Aires, hecho que le marcó en ese profundizar en los puentes con otras generaciones y en profundizar sus raíces musicales.

El legado de Dino
A veces ocurren pequeños milagros. Inesperados. Bien saben Darno y Nasser -como otros tantos, sobre todo Jaime Roos- de la influencia de Dino en sus obras personales. Y Dino se merecía, él mismo, construir una obra de la contundencia de Autobiografía.
‘Milonga de pelo largo’ ha tenido decenas de versiones, entre ellas la de Níquel, la de La Trampa, la eterna de Zitarrosa y muy recientemente la de la cantante argentina Adriana Varela producida por Roos. Pero ninguna hay como esta nueva interpretación de Dino. Lo mismo sucede con el resto de las canciones del disco, excepto con ‘Cuna de mi muerte’, y que me perdone Jaime pero la cruza con murga y su estilo de cantar le quitan parte del encanto a la canción. Es que Dino canta cada vez mejor, más suelto y recuerda en varios pasajes al encanto dulzón de Roy Orbisson matizado con la gravedad de Zitarrosa. Pero es siempre Dino, el rockero amante del tango y la milonga que sabe que las pequeñas historias de amor y desamor son más fuertes que otros arrebatos. En eso coinciden también Darno y Nasser.
Ella vino y se fue, “nunca dijo el porqué”, así de simple es la historia de ‘Un día se fue’, que abre el recorrido del disco. Después viene ‘Punto y raya’ para deleite de Martín Ibarburu en la guitarra y la declaración de principios de ‘Tablas’: “Morir sobre un escenario/ estando rodeado de amigos/ lograr que lleves en los labios/ el último de mis suspiros”. Otra declaración personal en ‘Autobiografía 2’ y la sensación con ‘Días y días’ de que todas las canciones cuentan de alcohol y soledad. Y después del discutible mestizaje de ‘Cuna de mi muerte’ sube la temperatura en esa inigualable ‘Milonga de pelo largo’, aunque justo es decirlo la tensión no baja con ‘Quizá hacia el Norte’ y su extremo aire folk. Y Dino cantando como nunca, baja a ritmo de balada en ‘Pasa el tiempo’ y otra vez la obsesiva reflexión sobre la tiranía implacable del tiempo que deja paso en ‘Rutina’ a otra de esas clásicas páginas de Dino, hablando lisa y llanamente de problemas cotidianos. Vuelve el beat en ‘Vientos del Sur’ y otra gran canción alcohólica y levemente liberadora. Un himno. ‘María’ reencarna candombera, y ‘Mi amor y yo’ da lugar al rock más feliz del disco, contracara de ‘Un día se fue’, penúltimo track antes de la ‘Experiencia en ritmo y blues’ en que vuelve a la calle, a esas calles desoladas que integran la geografía del cancionero de Dino. “Te pegan/ se ríen/ se van”, y es difícil saber si esos cortes recitados el final recuerdan al Darno por influencia de Dino o viceversa. Lo mismo que sucede en esas nuevas versiones que tienen encima la electricidad gringa y fronteriza que supo darle Nasser con Níquel al disco De Memoria hace unos cuantos años, cuando versionaron temas de varios autores, incluído Dino.

Tiempo de songwriters
Para el final, es necesario dejar claro que no se trata de un espejismo ni tampoco de un milagro casual. Sí puede parecer inexplicable (y lo es) que estos tres discos facturados por Darno, Nasser y Dino pasen desapercibidos en las listas de ventas, pero los songwriters del Río de la Plata -habrá sí que preguntarse porqué- están pasando por un muy buen momento creativo, replanteando sus discursos y rearmando su historia musical, como en los casos del prolífico Andrés Calamaro y el interminable León Gieco, o incluso de artistas más jóvenes como Leo García (con algún que otro punto de contacto con Drexler, sobre todo en la formulación de un posible tecno-folk).
¿Cómo están las cosas en el Norte? Entre tanto aburrimiento del rock teen, del pop teen, del pos rock cool y del hip hop -exceptuando a Eminem y unos cuantos británicos fieles al buen pop-, el viejo Bob Dylan y el gurú Leonard Cohen se despacharon con dos grandes discos en el 2001. Para muchos, el de Dylan fue el mejor disco del año. La religión sonwriter tiene para largo rato. Folk, rock de frontera y a escuchar buenas canciones, que por suerte no faltan. Este año vendría en nuestro medio un nuevo disco de Fernando Cabrera y seguro que Andrés Calamaro -en Argentina- volverá a sacudir con sus brutales y químicas dylanianas de fin de siglo. Mientras tanto, la recomendación queda hecha con estos tres grandes discos de Dino, Darno y Nasser.

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