ESCRITORES X.
Influenciados claramente por la
crueldad fashion de Easton Ellis o el minimalismo exasperante de
Carver, emerge en Uruguay una generación de escritores jóvenes que
no le teme a nada. Ricardo Henry, Daniel Mella y Gabriel Peveroni son
un muestrario extravagante del pensamiento uruguayo sub 30.
- ¿Les suena el concepto "escritor uruguayo"?
- Henry: Empecé a escribir
cuando cumplí 14 años, aunque no por vocación literaria. Yo estaba
colgado con el rock, hablo del año 1985, y por un lado estaban los
punks, por otro los heavy metal, y yo tenía un grupo de música que
estaba en contra de todo eso. Mi función era escribir unas letras
tremendas, ridiculizando a los dos bandos.
- ¿Ese no pertenecer a ninguna
banda te obligó a esconderte en la literatura?
- Henry: Me parecía tremendo
que los muchachos de la esquina de mi casa se definieran punks o
heavies, cuando hacía más de diez años no quedaba nadie en el
mundo -ni siquiera en Londres- capaz de creerse ese cuento. Toda esa
gente fea -las minas eran espantosas- me parecían un hecho
simplemente penoso. Por esa época andaban también los surfers, pero
esa gente me caía bien, me parecían tipos admirables: culto al
físico, playa, mujeres lindas y vida sana. Era todo lo que yo
quería.
- ¿Cómo te definías en ese
entonces?
- Henry: Como un parásito en
contra de todo. Y ésa es una tarea muy solitaria, igual que la del
escritor. Mis héroes
eran Groucho Marx y Frank Zappa. Tal vez por
eso empezó mi vocación por lo absurdo: en cierta época me
transformé en el Capitán Toalla -una especie de superhéroe del
subdesarrollo- y durante largo tiempo iba a recitales, a
manifestaciones
o al teatro con mi capa, vestido con una mezcla de
lo peor de la indumentaria de los heavies y los punks.
- Peveroni: En aquel entonces yo
quería armar una banda de punk rock, pero también, a mi manera, era
un tipo muy
solitario. No tenía con quién hacerla, y mucho menos
un público eventual para mis canciones. Así que todo lo escrito
terminó en fanzines, unas revistas que se distribuían en la calle.
Me quedé con las ganas de hacer música, pero compensé
por el lado
de la poesía y el teatro, que fueron mis primeros contactos con la
literatura. Lo mío eran los pelos parados, mucho negro en la ropa...
- Mella: En mi caso no hubo
heavies ni punks. No me tocó vivir ese momento de las tribus
urbanas. Provengo de un hogar con madre profesora de artes plásticas
y padre docente de educación física. En mi casa se practica la
religión mormona, algo que significó para mí un asunto clave. Toda
esa ideología fermentó entre los 15 y los 19 años. De aquellos
cuestionamientos nació Pogo, mi primera novela, que fue una suerte
de alivio personal. Si no la hubiese escrito, seguramente me habría
matado. Fue un primer intento de salir de la cárcel del cuerpo y la
constatación real de que escribir podía ser una salida.
-Ustedes forman parte de una
generación uruguaya que ingresó al mundo adulto con el muro de
Berlín derrumbado, sin el prestigio de los políticos, y sin
paradigmas ideológicos. ¿Fue una ventaja a la hora de sentarse a
escribir?
- Henry: No sabría decirlo, no
soy del todo consciente. Cuando entré al liceo casi no había
profesores de izquierda, por lo cual me pareció de excelente buen
gusto ser simpatizante de los progresistas. Luego, cuando vino la
democracia y los bolches coparon los centros de estudio, me convertí
en anticomunista.
- Peveroni: A mí me sucedió
algo parecido a Ricardo. En la época que simpatizaba con el
anarquismo andaba con los bolches,
y después que me convertí en
una suerte de comunista ejemplar, me sentí un anarco. Los del
Partido no entendían por qué me gustaba The Clash. Les parecía
ideológicamente peligroso.
- Henry: En la Guerra Fría
hubiéramos sido espías. No cabe duda.
- Peveroni: Un día escuché el
discurso del dirigente comunista León Lev hablando de los mártires
y me fui del comité, porque en ese momento me di cuenta que no
quería morir por una bandera, que no tenía vocación para eso, y
que no me interesaba hacer culto de la muerte.
- La literatura de ustedes no ha
sido programática ni revisionista. Comenzaron a llenar un gran
vacío: la crónica del
Montevideo de finales de los '80.
- Peveroni: Es que el
revisionismo es una corriente que ya estaba suficientemente
recorrida. Inclusive la novela histórica tiene muchos ejemplos
recientes: Baccino, Butazzoni, De Mattos, etcétera. Casi
naturalmente, quienes vinimos después nos volcamos hacia otras
temáticas. En mi novela La cura trato las relaciones entre
padres e hijos, la cultura de la droga, el retrato de la calle en
esos años de transición democrática. Necesariamente íbamos a ser
más para adentro, más minimalistas y menos interesados en los
grandes temas. En eso nos diferenciamos claramente de las
generaciones anteriores. Los escritores del '45 y del '60 eran mucho
más ideológicos, menos comprometidos con la problemática personal.
- Mella: La política no
significa nada para mí y eso se refleja en lo que escribo. Tenía 9
años cuando se reinstaló la democracia, por lo cual no tengo
grandes cosas que decir al respecto. Mis únicos recuerdos de aquel
tiempo es estar
con mis amigos arriba de los árboles pegando
banderas de cualquier partido, lo mismo daba a quién le estabas
haciendo
propaganda.
- Henry: No soy gran lector de
autores nacionales, pero encuentro explicable que ciertos escritores
pongan especial énfasis
en las décadas anteriores, por
considerarlas más interesantes que los '80. Había un público que
aplaudía y hasta te podía dejar algún mango. Ahora existe una
convicción generalizada que esos temas no corren más. Yo, por lo
menos, creo que tener una causa es contraproducente para escribir.
Por eso yo no miro noticieros. Tengo un televisor sin antena para no
contagiarme.
- Mella: Escribir para la
tribuna responde a la tentación de ser políticamente correcto. ¿A
quién no le gusta que lo
aplaudan cuando dice algo? Pero eso no
tiene nada que ver con la literatura. Eso es otra cosa.
- ¿Se sienten parte de una
generación, literariamente hablando?
- Mella: Una generación
literaria es una arbitrariedad. Ese es el trabajo de los
investigadores, no nuestro problema. Nuestra función es escribir, si
tenemos ganas.
- Henry: La cura, de
Peveroni, y tanto Pogo, como Derretimiento, de Mella,
más allá de sus diferentes enfoques, tienen un
parentesco
generacional. Puedo decir que en algún sentido también es mi caso:
estamos hablando de una literatura que revaleriza lo individual por
encima de cualquier manifestación colectiva. En ese sentido se puede
decir que si algún signo tiene esta manifestación es que
precisamente no hay una coherencia estética, No existe un bloque:
cada tipo es uno en sí mismo. En las otras generaciones había
"referentes artísticos" definidos.
- ¿Cómo se paran frente a sus
personajes?
- Mella: Los personajes, al
menos para mí, tienen vida propia. Hay que dejarlos andar porque de
lo contrario se vuelven inconsistentes. Es un asunto peligroso, pero
en definitiva es el riesgo de la literatura.
- Henry: Sí, al escribir uno
puede salir lastimado. De hecho, el personaje con el que estoy
trabajando ahora es un depredador absoluto. Durante años, cuando
llegaba a la hoja número veinte había destruido todo lo que estaba
a su paso. Un día descubrí que lo tenía demasiado encerrado en una
habitación y lo saqué a pasear. Mi relación con el tipo mejoró
sustancialmente. Ya no me boicotea.
- Mella: Los personajes están
ahí. Los locos te acompañan a todos lados y a veces se vuelven
caprichosos. La literatura es
una forma de dejarlos vivir a ellos.
Son como injertos dentro de uno. Lo que resulta interesante o
divertido de la experiencia es que escribir te permite ver la
realidad con otros ojos, que no necesariamente son los tuyos. Muchas
veces
te convencen que el punto de vista de ellos es el correcto y
se puede volver peligroso si no sabes tomar distancia.
- Peveroni: Perdés el contacto
entre lo que es tá bien o está mal, según las reglas de tu
entorno.
- Mella: Seguro. En la religión
mormona a quienes no pertenecen a la comunidad le dicen la gente del
mundo. La doctrina es bien simple: tus actos están inspirados por
Dios o por Satanás, no existen los términos medios. El acto de
escribir fue trabajar para Satanás, y en cierto sentido, una ruptura
con mis raíces familiares.
- Henry: Lo que pasa es que el
escritor bucea en su propio interior y se da cuenta, nadie se lo
tiene que explicar, que muchas cosas que hace el Diablo están
inspiradas por Dios y viceversa. No es casualidad que la Biblia
describa a Satanás
no sólo como el ángel preferido de Dios, sino
también como el más hermoso y a quien le da la misión más
importante: construir el reflejo oscuro del cielo. Nadie como eĺ
tuvo una caída tan espectacular. Uno sin el otro no son nada. Las
religiones, como todas las ideologías, no logran explicar la
realidad del todo porque se saltean la dualidad
de la naturaleza.
Para quienes nacemos en un país cristiano, el mejor negocio de
nuestras vidas es la redención. Para
salvarse, primero hay que
saber lo que es estar perdido.
-¿Cómo escritores son simples
"médiums" entre la gente y esas cosas, o trabajan en
función del descubrimiento personal?
- Henry: En mi caso, escribo
para mí. Después veo si lo quiero compartir o no.
- Peveroni: En el arranque es
uno y nada más que uno frente a su creación. Ser médium me parece
un oficio peligroso. Pero
lo que sin duda me pegó más fuerte es
que escribir me haya planteado cosas personales que luego se
cumplieron. El personaje de La cura es un tipo que está
mareado todo el tiempo a causa de una resaca fuerte. Lo curioso es
que yo escribí eso hace cuatro años. Un tiempo después que terminé
la novela a mí me pasó casi lo mismo.
- Henry: A veces la literatura
es un desencadenante de crisis y a veces es un bálsamo. En ocasiones
tenés una urgencia
impresionante de sacar todo afuera y hay una
lucha interior entre hacerlo o no. Cuando he probado no escribir,
tuve
que pagar precios altísimos.
- ¿Qué precios han tenido que
pagar para ser escritores?
- Mella: El temor que alguien a
quien vos querés lea eso y corra despavorido. Es terrible que
alguien que te importa piense que dentro de vos sólo existe ese
mundo lleno de dolor que sale a flote. Mi madre, cuando leyó Pogo,
lloró
a mares porque ignoraba esos cuestionamientos. Para mi
familia fue algo fuerte descubrir esa privacidad.
- Henry: Escribir es entrar en
un corredor. La literatura es un lugar entre lugares. Te saca
posibilidades de hacer cosas que otras personas de tu edad las viven
sin cuestionárselas. En realidad, el escritor -por estar en ese
sitio- debe pagar
el precio de "no tener". En todo caso,
tu asunto es "entretener". Estás un paso afuera del mundo
para poder describirlo.
Es un viaje muy solitario, aunque cuando uno
vuelve para mostrar lo que vio se siente complacido de haber tomado
ese camino. Únicamente vos podés llevar al lector por allí y eso
es muy copado.
- Mella: A mí me ha pasado de
encontrarme con personas totalmente desconocidas -de repente
oficinistas, gente
bien, próspera, esas cosas, ¿no?- que se
acercaron para decirme que a ellos le había pasado algo extremo,
igual que a tal o cual personaje.
- Henry: El escritor tiene el
compromiso de destrabar los bloqueos de la educación. La literatura
-y supongo que eso corre
para el arte en general- no tiene moral, ni
leyes, ni cárceles. Nadie te puede llevar preso porque describas un
personaje que, por ejemplo, corta la piel con una gillette porque le
encanta sentir ese sonido. Uno lo que hace es mostrar cierto aspecto
de la realidad sin juzgarlo.
- Mella: Tu misión es
transportar a esas personas a otros mundos y a la vez comunicarte con
lo más íntimo de todos
nosotros. Cuando tocas esa parte, se
produce el hecho literario. Hasta ese momento, era sólo escritura o
catarsis.
- Peveroni: A veces uno llega a
vivir los procesos de sus personajes y en otras ocasiones, no.
Prefiero meterme en la
historia sin prejuicios, sin saber lo que va
a pasar en la página siguiente. Pero tu experiencia aparece de
manera más o menos velada. Hay que lograr un equilibrio entre ese
torrente de información y el control que uno debe necesariamente
ejercer para armar una novela. Y mientras tanto, uno tiene que ir a
almorzar con los viejos el domingo, vivir tu propia vida, esta vez sí
con los códigos sociales establecidos. Por eso la literatura es como
una infidelidad, una eterna lucha entre la comodidad y la
incomodidad.
- En Uruguay, ser artista es un
statu quo importante. Un escritor me decía -en broma, claro- que si
algo le dejó la literatura es la posibilidad de conseguir chicas.
- Henry: ¡A mí nunca me pasó!
¡Quiero saber cómo es esa sensación! Por lo pronto, me ha pasado
todo lo contrario: las mujeres que me gustan salen corriendo.
- Peveroni: Si te movés en
ciertos ambientes puede ser. Pero llega un momento en que es patético
andar por la vida con un cartel en la frente que diga "artista".
- Mella: Cuando se tienen
relaciones sexuales o uno va al baño, el escritor desapareció: sos
uno más en el montón. Me ha pasado con mujeres que te empiezan a
contar unos dramas impresionantes apenas te conocen, porque suponen
que sos un tipo sensible y entendés todo. Y no es así. Uno no es un
libro abierto. Y aun en el mejor de los casos, podés ser un buen
escritor y nada más. A veces, ni siquiera eso.
- Peveroni: Además, uno va
viviendo otras cosas y se da cuenta que la literatura no es todo.
Hace pocos meses fui padre y
para mí resultó un flash absoluto. Me
cambió la óptica de mi propia vida y no sé hasta qué punto la de
mi escritura.
- Henry: Lo del árbol, el libro
y el hijo debe tener algo de cierto, sospecho.
- Mella: Ojalá. A mí me
gustaría que fuera verdad.
¿No les parece un final feliz
después de tantas angustias recorridas?
- Henry: Yo diría que es un
final insustituible. Lectores de Paula: ¿han visto qué
tipos
correctos somos?
- Peveroni: Totalmente.
- Mella: Es terrible, sí.
((publicado originalmente en revista Paula, año 1998))
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