ciudades para volar


La reproducción de un plano fechado en 1897, impreso originalmente por Barreiro y Ramos, es uno de los grandes atractivos de la muestra Montevideo, desde el paisaje sin límites a la ciudad novísima, que se exhibe en el Museo Histórico Cabildo desde este mes de julio de 2019. Meterse en el plano, interpretar sus múltiples detalles, es un viaje fascinante que en la sala se completa con fotografías e iconografía de la época.
Lo primero que llama la atención en el plano de 1897 es la orientación: se toma como referencia horizontal el proyectado Boulevard Circunvalación de la Ciudad de Montevideo. Esta línea sale de Punta de las Carretas y se extiende hasta más allá de Tres Cruces, un punto imaginario donde se marca, en ángulo recto, otra línea que se pierde a la altura de la Calle de la Agraciada, muy cerca del Prado. Ambas líneas son los límites futuros de una urbe que se expande de forma acelerada. Las manzanas están señalizadas en dos tonalidades: las verdes marcan zonas edificadas, en tanto las ocres las zonas proyectadas. El plano incluye una gran cantidad de dameros ocres, que a su vez encastran calles que tienen nombre pero todavía no existen.
El notorio ejercicio ficcional en la composición de este mapa lo acerca más a una obra artística que a una simple y burocrática representación de la realidad. El tiempo presente, con pie de imprenta en 1897, está marcado por el límite entre las zonas verde y ocre, y se acentúa esta sensación si se tienen en cuenta los veinte años que han transcurrido desde la invención formal del trazado del utópico Boulevard que definirá la futurista Ciudad Novísima.
Todo esto no es una particularidad caprichosa: el ejercicio artístico guarda una vinculación muy estrecha con la cartografía. En los últimos años, varios artistas visuales han utilizado mapas y cartografía diversa como insumo de sus obras. Hay algo de inocultable remix en el concepto de trabajar sobre dibujos preexistentes; lo hay en la reelaboración conceptual que realiza Paola Monzillo entre mapas y nomenclatura, moviéndose en la ambigüedad mapa-territorio, y también en las intervenciones de "dibujo sobre el dibujo" de las moscas gigantes de Sebastián Santana, o en otras aproximaciones y manipulaciones cartográficas como las que desarrolla Juliana Rosales.
Un artista cuya obra está impregnada de ciudad, en todo caso de construcción de ciudades, en un juego obsesivo y minucioso que lo emparienta con una sensibilidad de melancólico futurismo (o retro futurismo), es Alfredo Ghierra. En primera instancia él no es un remixer, porque parte de una hoja en blanco, y tampoco se dedica a los planos sino a un proyecto aún más ambicioso: lo suyo son las construcciones, los espacios urbanos, las torres, los palacios, las cúpulas, las ventanas, las escaleras, los laberintos, las puertas, el cielo. Todo en riguroso blanco y negro. Dibujo a mano. Línea tras línea. Lo suyo son ciudades para volar.
Casi en el límite de Ciudad Novísima, en este invierno de 2019 se exhibe una buena cantidad de obra reciente de Alfredo Ghierra, en su mayoría dibujos, a pocos metros de Bulevar Artigas, en el Museo Nacional de Artes Visuales. Debe consignarse que en el montaje se incluyen otras variantes, siempre con punto de partida en sus obras, como ser una animación de Agustín Ferrando, impresiones 3D de Javier Ribeiro, fotografías de Agustina Bello y un tríptico de videos de Rodrigo Labella. Pero lo más trascendente está en los dibujos a mano de Ghierra. En cada uno de los dibujos de Esos lugares existen sucede la magia. Ni más ni menos, la sensación de ficción sobrevuela al espectador, en un viaje fascinante, de conexión, de ruptura temporal.
¿Cuál es la relación entre los "lugares" y obsesiones de Ghierra con Montevideo? Se podría decir que decisiva. Como todo habitante de una ciudad, le es imposible definirla sin complicarse emocionalmente. Por eso es que en sus minuciosos dibujos se aleja, intenta escaparse en la construcción de una poética personal con rastros de Piranesi y por qué no de Escher, ubicada en un tiempo extraño y levemente adulterado. Pero alcanza con observar en detalle la obra "Dirigible amor" para trazar conexiones que se juegan en una interpretación de Ghierra de la bahía montevideana, con grandes rascacielos que dialogan con el Salvo, con el edificio de la Aduana, y perspectivas que abren y cierran espacios más o menos reconocibles.

Entre las obras de Esos lugares existen es probable que "Dirigible amor" sea la más montevideana de todas, y aunque pueda advertirse que la mayoría de ellas no tengan ningún rastro consciente, o deliberado, esto no inhabilita la percepción de que ciertos tonos de la exposición se comunican muy bien con nuestra ciudad y sobre todo con representaciones al borde de la ficción, como las del plano de la Ciudad Novísima que se exhibe simultáneamente en el Cabildo.
Pero, en definitiva, lo que conmueve es que las imágenes que produce Ghierra tienen, además de todo lo dicho, una distorsión que dificulta toda posible catalogación. Son imágenes que vienen de un mundo que no conocemos y al mismo tiempo nos resultan familiares. Y que tienen la rara virtud de no percibirse como imágenes fijas, peculiaridad que parece deberse a pequeñas y sutiles imperfecciones (en algunos casos técnicas, en otros temáticas o incluso de inverosimilitud) que ayudan a que la ficción manifieste su poder de encantamiento. Todo esto hace que el espectador se deje llevar y que se meta, literalmente, en estas ciudades hechas para viajar y de las que apenas conocemos estos notables registros hechos a mano, a lápiz y tinta, de un tal Alfredo Ghierra.

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