viajar no lleva a ningún sitio



El mismo día que decidí entrar en Yugoslavia, lectura postergada pero que siempre intuí imprescindible (de hecho, es una de las novelas que hay que leer si se quiere saber sobre el desastre uruguayo 2002 en la literatura reciente), volví a ver los minutos iniciales de Pulp Fiction. Me refiero a la escena de la pareja que decide atracar la cafetería en la que están desayunando. Antes de que pasen a la acción, él explica que robar en la cadena Jack in the Box sería fácil y rápido porque los trabajadores son inmigrantes y no les importa nada. En Yugoslavia, la novela de Matías Núñez, uno de los personajes -Juana, uruguaya emigrada a un absurdo lugar de Estados Unidos- cuenta de sus peores días trabajando en la cadena Jack in the Box. Juana y su novio emigraron desde Montevideo, no se llevan bien, no les va nada bien y Yugoslavia, en su afán de narrar un viaje en principio liberador, un salto hacia adelante, que termina siendo un relato sin salida, claustrofóbico, cargado de violencia, confirma la certeza de un ingenioso aforismo retomado por el grupo pop español Los Lagos de Hinault, ese que dice que "viajar no lleva a ningún sitio".
Hay muchos ejemplos en literatura de ficción, en poesía, en dramaturgia, de obras que hacen referencia a lugares geográficos. Este recurso suele contener a dos grandes familias de relatos: los que refieren literalmente a ese sitio (lo que incluye al género literatura de viajes), o los que utilizan determinado toponímico para urdir juegos metafóricos (Yugoslavia se llama así, por ejemplo, porque un americano que conoce a Juana cree que ella viene de Europa, de un país que en el tiempo del relato -además- ya no existe). Y si nos metemos en juegos aforísticos, como el de la imposibilidad de viaje ya mencionado, también se puede citar -y esta en parte sería la explicación de tantos títulos geográficos- el "conviene tener un sitio adonde ir", que sin ir más lejos nombra a un libro muy especial del francés Emmanuel Carrére.
Conviene tener un sitio adonde ir no es un libro de ficción. Es periodismo narrativo, puro y duro. Reúne 33 artículos firmados y publicados por Carrére en publicaciones diversas. La mayoría son textos a pedido y varios de ellos estrechamente vinculados con su obra publicada de novelas de no ficción. En esos casos se puede hablar de versiones, o apuntes en paralelo, de historias que ya conocen sus seguidores: dos relatos refieren al caso Romand (El adversario), hay un perfil sobre Limonov y varias crónicas sobre la obsesión rusa de Carrére, la obsesión con la obra de Philip K. Dick, la película que filmó en Siberia, la historia del húngaro perdido en una cárcel soviética y los días trágicos en el tsunami de Sri Lanka (De vidas ajenas). Esa zona del libro, algo así como la mitad en términos cuantitativos, supone momentos de alta factura narrativa y en su mayoría autoficcionales, que sorprenderán y deslumbrarán al neófito pero pueden producir en el habitual lector de Carrére la sensación de "más de lo mismo".
La otra mitad, desconocida casi totalmente para lectores en español, la que no tiene relación con su producción literaria (con las excepciones de artículos sobre sus gustos como lector entre los que cuenta los dos meses que pasó leyendo a Balzac o la memorable carta pública a su amigo Renaud Camus), tiene momentos deslumbrantes de su oficio como periodista. Hay algo en común en estos trabajos de Carrére, y es que todos suceden en sitios de alto exotismo y contenido simbólico: el reportaje anticapitalista sobre Davos (y las comparaciones que hace con el festival de Cannes), la crónica de los días que vivió en Rumania poco después de la caída de Ceausescu, o el notable artículo ambientado en San Francisco sobre la documentalista Darcy Padilla. 
Hay, y debe destacarse, una maravilla al final del libro, un largo texto titulado "En busca del hombre de los dados", que son ni más ni menos que las investigaciones personales de Carrére sobre Luke Rhineheart, protagonista de la novela The man dice, un psiquiatra de los años 60 que empieza a experimentar la posibilidad de una vida aleatoria dejando la toma de decisiones a una simple tirada de dados. Este último relato de Carrére conecta directamente con la certeza de que "viajar no lleva a ningún sitio", al demostrar que el dado es un recurso movilizador cuando no se sabe lo que se quiere, pero que funciona aún mejor cuando se sabe exactamente lo que se quiere. 
Las buenas novelas toponímicas, vaya conexión, guardan una fina relación con esta paradójica dualidad enunciada por Carrére, como sucede con la aventura literaria Ecuador, de Diego de Ávila, que más que un relato de viaje al Amazonas y a la América Profunda es otro muy buen libro de un joven narrador uruguayo que en su salto ficcional a otra geografía termina narrando una historia dura y muy cercana. Hay un misterio que conecta con libros como Yugoslavia Ecuador, y tantos otros que refieren a lugares (una verdadera joya es Guía de Mongolia, de Basara, lo recomiendo) y tiene que ver que todos -sin excepciones- suelen ser libros de los que dejan huellas.


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