"Cuántas noches me
despierto y pienso en el tiempo perdido", canta Santiago
Motorizado en una de las hipnóticas canciones de su banda. No puedo
dejar de empezar a hilar este artículo sin mencionar esta cita,
porque es la canción que está sonando ahora mientras pienso en las
conexiones que generan tres novelas que devoré en las últimas
semanas. Hay algo de vampiro en devorar una novela, exprimirla,
divertirse con su trama, dejarse llevar por una buena máquina de
ficcionar. Y los tres, los argentinos César Aira y Mariana Enriquez,
y la belga Amelie Nothomb, son maestros en el arte de construir
historias ligeras en su superficie pero profundas en las
cosmovisiones que producen. Y además, sin pretenderlo, sus novelas
más recientes conectan con una nostalgia-vintage y
dialogan con ese 'tiempo perdido' de la infancia y la adolescencia,
del fin de la inocencia de -por ejemplo- esa cosa llamada rock.
Los mundos creativos de
Nothomb y los de Enriquez -en sus libros y también en sus propias
biografías personales- adscriben a un universo más o menos
romántico. Ambas comparten un gran talento para escribir novelas
breves, con un tratamiento de lenguaje directo, limpio, ágil, como
si fueran folletines pero por cierto bastante trastornados. Los de la
belga atravesados por versiones autoficcionales que no evitan la
crueldad y evitan toda posible autocompasión. Y cada vez que Nothomb
intenta escapar de su centro, termina acorralada por un yo narrativo
muy seductor que alcanzó sus títulos más potentes en El
sabotaje amoroso,
Biografía
del hambre y
Cosmética
del enemigo.
Los relatos de Enriquez construyen un terror argentino que se nutre
de lo cotidiano, de la violencia que circula en nuestras vidas, y
utiliza las claves del género para proponer una lectura incómoda de
lo real. De la misma manera que los autores italianos contemporáneos
insisten en que la novela negra es una herramienta excelente para
hablar de la sociedad que habitan, el terror a-la-Enriquez
en los relatos de Los
peligros de fumar en la cama y
Las cosas que
perdimos en el fuego,
redefine la tan orgullosa e imparable locura argentina.
El
libro de Mariana Enriquez, que lleva el título Este
es el mar,
es una novela breve, como se dijo. Puede entenderse, en la obra
publicada por la autora, como un desvío, un divertimento. En primera
instancia se aleja de sus territorios conocidos y sitúa la acción
en Los Ángeles. Esto le permite construir una fábula, y al mismo
tiempo potenciar su imaginería gótica y romántica, para narrar la
construcción de una leyenda del rock (James Evans, del grupo Fallen)
a través de la aventura de un grupo de fans que persiguen a sus
héroes y conforman un clan que no escatima en vampirizaciones y
sacrificios rituales. A Helena, protagonista del relato, le toca la
misión de transformar a Evans en leyenda a través de una muerte
joven y glamorosa. El resultado es una variante no menos verosímil
que las habituales historias del rock, un terreno que Enriquez domina
con precisión. El gran problema es que Helena se enamora
perdidamente de Evans y no le será tan fácil cumplir con la tarea.
Riquete el del Copete es
el título de la novela de Nothomb, autora que dice escribir dos
novelas por año: una se la envía a sus editores y la otra la
destruye. Esta vez intenta, como en algunas de sus anteriores 25
novelas, una fábula contemporánea, protagonizada por una niña de
una belleza extraordinaria (contemplativa
y víctima de bullying) y
el niño más feo del mundo
(por cierto muy listo y dedicado a la ornitología).
Reescribe
a través de ambos personajes, y de manera magistral, al clásico de
Perrault y la historia de la "bella y la bestia", logrando
salir de sus autoficciones para escribir un libro de amor de los que
terminan bien. De todos modos, una
autora que tiene como norma aparecer fotografiada en la portada de
sus libros
no se escapa tanto, y
si
tenemos presente que
uno de sus asuntos literarios favoritos es la auto-imagen, sabedora
que conjuga en ella, en su megalomanía narrativa, la belleza y la
fealdad,
este es un libro que se anota entre sus más frikis y brillantes.
Según parece, el final feliz tuvo que ver con la lectura de La
comedia humana, de
Balzac, y la constatación de que casi todas las novelas del mundo
vienen a ser -más allá de toda superficie- historia de amor.
¿Qué
hace una novela de Aira entrometiéndose en el mismo estante virtual
de Enriquez y Nothomb? Es toda una sorpresa, aunque está muy claro
que el narrador argentino es un todo-terreno que domina todos los
géneros y que gusta de los divertimentos para alimentar una máquina
de ficcionar que ha superado las 100 novelas. Prins
es su contribución a la novela gótica y también, al igual que sus
dos colegas, opta por una locación contemporánea (aunque en Aira
todo es dudoso y hasta rebatible). Es la historia de un escritor de
novelas comerciales que decide dejar de escribir y dedicarse al
consumo de opio, lo que lo lleva a vivir una serie de sucesos que van
construyendo un relato que no es más que un experimento enrarecido
de novela gótica, que transcurre en un caserón de Buenos Aires que
algunos han interpretado como una traducción aireana de 'Casa
tomada' de Cortázar.
Si bien podría pensarse, en primera instancia, que no hay muchas
dosis de amor en las novelas de Aira, y que eso haría a Prins
muy diferente de los asaltos románticos de Nothomb y Enriquez, se
puede hablar de toda una sorpresa, porque uno de los móviles que
mueven a ese escritor atormentado, es una relación muy particular
con una mujer que encuentra en un colectivo.
Son tres novelas de bienvenida
evasión, de dulces desvíos de la realidad, opiáceas y fabulescas,
y como ya se dijo románticas, de tres autores que tienen la rara
virtud de destacarse de la media por su altísima capacidad para
ficcionar.
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