Hay
varias películas capaces de sostener, con mucha dignidad, la idea de un posible
subgénero 'cine de balneario'. Ese singular escenario-temático
no tiene por qué estar asociado al verano, como bien demuestra La
perrera, una de las primeras y
más radicales producciones de Control Z, dirigida por Manolo Nieto y que podría
catalogarse de emblemática. Otros dos muy buenos ejemplos son Joya,
de Gabriel Bossio, y Las toninas van al este,
de Perrotta-Delgado. Pero también hay muy buenas películas
argentinas, porque esto del 'cine de balneario' está bastante más
allá de la vanidad uruguaya de tener las mejores playas de este lado
del río y de este lado del Atlántico.
La
filmografía de Ezequiel Acuña es notable en este sentido, con
títulos que respiran ese aire decadente y de veranos adolescentes
perdidos y entrañables, especialmente Nadar solo y
La vida de alguien. Otro
director argentino, con varios años de residencia en Uruguay y dos
películas en su haber (una rodada en Montevideo, la otra en Buenos
Aires), se encargó de facturar, en este 2018, una película esencial
de este subgénero. Lo que llama la atención, o puede que sea
precisamente todo lo contrario, es que Adrián Biniez, más conocido
por El Garza, autor de las recién mencionadas Gigante y
El 5 de Talleres y
esporádico cantante de rock, tuvo su bautismo de “vacaciones en el
mar” a los 31 años. “Vengo de Lanús, paraíso del cemento”,
cuenta Biniez, “y lo que siempre me fascinó de Uruguay es que para
mí es un gran balneario. Montevideo está rodeada de agua y la
presencia del mar es muy fuerte, a diferencia de Buenos Aires, y esa
es una de las cosas que me conquistaron a vivir acá”.
Alfonso
y el mar
Atascado
en la playa podría ser un título, aunque obvio y un tanto desacertado, para la
película de balneario realizada por Biniez. De hecho, es lo que en apariencia le
sucede al protagonista. Pero le puso Las olas,
y el director acierta en esta decisión, porque cada vez que Alfonso
se zambulle se traslada a otro momento de su vida, como si fuera una
bola de flipper en un mapa de recuerdos playeros.
El
recorrido de Las olas es
altamente emocional: se encuentra con su hija pequeña en un rancho
de verano, luego con sus padres en un lejano verano ochentero, después de otra zambullida aparece con sus
amigos de adolescente, y así va entrando en un juego de disrupciones temporales que lo
hacen ser testigo de sus propias vivencias, más o menos trastornadas
por la luz del sol (o la ausencia de esta), en un verano perpetuo en
el que descubre -junto con el espectador- momentos de lo que podría
llamarse su educación sentimental.
La actuación distanciada de
Alfonso Tort acompaña el efecto y el juego ficcional de la máquina
del tiempo marítima. El personaje entra en
el extrañamiento, se siente raro, sabe que va a descubrir cosas,
pero no tarda en ponerse a jugar en el cruce de los tiempos.
Similares sensaciones tiene el espectador, dispuesto a acompañar la
aventura, a disfrutar de cada nuevo episodio.
“Yo
una vez soñé que era el hijo de Lady Gaga... ¿Falta mucho para
Lady Gaga?", le dice Alfonso a uno de sus amigos en una playa.
Ese guiño al espectador establece que el pacto seguirá firme hasta
el final y que Alfonso también lo sabe (lo de estar viajando en el
tiempo, en un territorio no real). El otro, un poco inquieto, le
pregunta qué sabe de cuando tengan 35 (que viene a ser el presente
de la película). Silencio. Insiste. Pero no hay respuesta. Apenas un
débil “dejemos por acá”.
La
película sigue, en un sutil
tono de comedia, agregando situaciones y proponiendo desvíos. Se
disfruta, y mucho, el relato del fin de la infancia, y también la
simetría entre ciertas historias de amor y desamor. Es una película
entrañable. Una inolvidable película de balneario.
***
¿Qué
te llevó a escribir y dirigir una película de playa, de balneario?
Adrián
Biniez: Primero que nada quiero
aclarar que Las olas tiene muy poco de autobiográfico:
nunca he veraneado con mis padres en el mar, nunca me fui de
vacaciones al mar con mis amigos de la adolescencia. De hecho, la
primera vez que me fui de vacaciones a una playa tenía 31 años y
fue aquí en Uruguay. Así que la fascinación es bastante reciente,
y obviamente fuertemente asociada con Uruguay. Por otro lado, lo que
sí quería hacer era una película donde la luz del sol fuera
protagonista y las playas son un lugar ideal para ello. Y como mis
dos películas anteriores son muy urbanas, tambien quería cambiar de
escenario.
Entrar
y salir del agua es de algún modo una metáfora de entrar y salir de
las cosas... Hay algo desenfocado en el personaje principal, algo
desadaptado, ¿lo sentís así?
A.B.:
Mmm... puede ser. Nunca lo había pensado de esa manera. Me cuesta
analizar a los personajes una vez terminada la película. Siempre
quise dotar a la historia y al personaje de Alfonso de un impulso
vitalista... quizás eso sea lo desadaptado, pero siento que estoy
guitarreando.
Algunos
críticos han señalado que Las olas tiene una
mirada decididamente masculina, que es una historia de "educación
sentimental"...
A.
B.: Bueno, eso es algo que se fue dando y apareciendo en la
escritura del guión. Sobre todo después de decidir que el libro que
la madre le iba a leer a Alfonso, sobre el final de la película, iba
a ser La vuelta al mundo en 80 días,
de Julio Verne. El libro está puesto allí por razones sentimentales
de lector, pero no recordaba para nada el final. Cuando finalmente lo
leí, para incluirlo, sentí que le daba una especie de sentido a lo
que venía escribiendo y acentué ese impulso en algunos episodios.
¿Qué
decisiones tomaste a nivel de lenguaje -tanto en el guion literario
como en el lenguaje actoral- al trabajar diferentes situaciones
temporales?
A.B.:
El guión fue escrito para Alfonso, que además de ser un gran actor
es un gran amigo. En muchas situaciones lo imaginé muy cercano a
como las terminó interpretando, pero nunca pensé que haciera de
niño o adolescente, porque siempre confié en lo que la narración
generaría como contexto. Lo que sí trabajamos es una especie de
"distanciamiento" que tiene Alfonso en determinadas
momentos de algunas escenas. Es un momento donde observa a los otros
personajes y permanece al margen de lo que sucede, hasta que se
involucra y comienza a participar de la escena como uno más. No hubo
tampoco un trabajo especial en cuanto a marcar los diálogos con la
temporalidad de cada episodio, porque nunca fue esa la idea. Hay
algunas palabras y giros en uno u otro personaje, pero siempre de
forma dosificada. Es más, me gustaba que se mezclara la forma de
hablar de ahora en todas las escenas, con alguna expresión en desuso
y alguna pequeña referencia temporal -visual o verbalizada- aquí y
allí.
Las
olas tiene un diseño de
producción más pequeño que tus dos películas anteriores. Tiene
algo de película de bajo costo, de rápida realización...
A.B.:
El esquema de producción se desprende de lo que era el guión. Desde
esa etapa escribí con ese modelo en la cabeza. Venía de hacer una
película "grande" en Argentina, y tenía ganas de probar
filmar con un equipo más chico. Terminamos siendo nueve personas
fijas en el equipo técnico, más dos técnicos que reforzaron el
equipo en situaciones puntuales. Es un esquema en el que me fascinó
trabajar y en el que pienso reincidir.
¿Cuánto
define la elección de la cámara?
A.B.:
Mucho. La película la filmamos con una Sony AS7II. Es una cámara
relativamente ecónomica y versatil, y muy buena en situaciones de
baja luminosidad. Ahora volvimos a repetir la experiencia de usarla,
con Pablo Stoll, en la serie Todos detrás de Momo y nunca nos
dejó a gamba. Obviamente que hay una diferencia con una cámara que
cuesta 50.000 dólares, pero creo que la diferencia chupa un huevo.
Es una cámara que se adapta a un esquema de producción más
económico.
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