universo quiroga




La aventura de llevar el mundo narrativo del salteño Horacio Quiroga al territorio de la danza empezó a delinearse hace un par de años, en una charla informal entre Julio Bocca y Martín Inthamoussú. El primero de los proyectos fue Cuentos de la selva y se concretó en una superproducción del Sodre que involucró al Ballet Nacional, a la Orquesta Juvenil y a la Escuela Nacional de Danza. Tres coreógrafos -Andrea Salazar, Marina Sánchez y el propio Inthamoussú- trabajaron sobre tres cuentos. La creación musical estuvo a cargo de Roy Berocay.
El segundo proyecto está centrado en Cuentos de amor, locura y muerte. Nuevamente la aventura tiene la impronta de Inthamoussú, pero esta vez al frente de su compañía y en una alianza transoceánica con la coreógrafa Carmen Werner y un grupo de bailarines españoles y uruguayos. Para la creación y el montaje, Inthamoussú y Werner contaron con fondos de Iberescena. "Para mí lo más interesante de este proyecto era saber cuál es la lectura que una española puede tener del universo Quiroga", cuenta Inthamoussú. "En este sentido, yo no hice ninguna coreografía para este espectáculo, sino que funciono como director general de la propuesta. Dejé que la visión de Carmen de ese universo fuera lo más pura posible... Y el resultado, como se verá, es muy Quiroga".
Amor, locura y muerte, así se llama el espectáculo coreográfico, se estrenó en noviembre de 2017, primero en Madrid y después en Montevideo.

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¿Qué referencias estéticas se cruzan en la coreografía? Se anuncia, entre otras cosas que se refleja un "espíritu wagneriano"…
M.I.: Eso fue algo que yo mismo le mencioné a Carmen... Durante la investigación, llegamos a un estudioso de Quiroga que menciona que escuchaba Wagner en la selva misionera. Eso de alguna manera marcó una dirección, un rumbo. No aparece Wagner en nuestra obra, pero sí ese espíritu grandilocuente de la muerte y los estados alterados que Quiroga resalta.

¿Cómo fue el trabajo de creación, en conjunto con carmen werner y con bailarines uruguayos y españoles? ¿Cuanta importancia tienen estos cruces e intercambios entre artistas de diferentes escenas?
M.I.: Para mí es vital ese cruce. Es crecimiento puro en lo artístico, pero también en el sentido que dan los públicos. Esta obra se estrenó hace dos semanas en Madrid y la lectura puede verse en las críticas que salieron publicadas. Yo veo una bailarina entrar con un almohadón a escena en una obra sobre Quiroga y enseguida pienso en un cuento; el público español y el intérprete español no lo piensa así. Esto hace claramente que los sentidos sean distintos, que las concepciones estéticas de los signos escénicos sean disímiles. Esa diversidad se da en la sala y se da en los intérpretes. Por eso, era importante que las coreografías fueran de Werner, que no está empapada de ese mundo Quiroga, su mirada, sutil y delicada de los cuentos, nos llevara, nos transportara a una nueva significación.

¿Qué encontrará el espectador en el montaje que se presentará en el Solís?
M.I.: No se encontrará con los cuentos, sino con el mundo de Quiroga. Con todos los personajes que conviven en un ir y venir permanente entre el amor, la locura y la muerte, los grandes vectores de su obra y la gran inspiración de Werner. Me parece que el público entrará en la literatura de Quiroga de manera abstracta y no con la narrativa lineal convencional. Es entrar a ese universo de la mano de una posible lectura de sus textos y su mundo.

¿Cuánta es la importancia, desde tu perspectiva, de la obra de Horacio Quiroga?
M.I.: Inmensa, y siempre que lo leí tuve ganas de bailarlo. Creo que tiene imágenes tan aterradoras como hermosas. Creo formalmente que el mundo de Quiroga es una fuente de inspiración ineludible para cualquier artista. Me siento privilegiado de haber realizado, en un mismo año, dos de sus grandes obras literarias.

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