Apenas
termina la entrevista le comento a Gabriel Calderón que hace más de
veinte años, bastante antes de que él naciera, en el cine Liberty,
las trasnoches de los sábados estaban reservadas para La naranja
mecánica, de Stanley Kubrick. No sé cuántas temporadas se
mantuvo aquel acto de resistencia cultural. Tampoco sé si guarda
alguna relación con las trasnoches de Mi muñequita, pieza
teatral que va por la tercera temporada, con una ácida crítica a la
institución familiar y un efectivísimo humor negro. Posiblemente
puedan encontrarse nexos secretos entre las dos obras: ambas
incomodan, son capaces de provocar la risa nerviosa de una parte de
la platea y generan diferentes reacciones. Desde el que se siente
violentado en su condición de espectador, hasta el que agradece el
sacudón estético. Blanco y negro. Parecen no existir matices en la
ascendente carrera teatral de Calderón, quien a sus 23 años ganó
un primer Florencio por la dirección de Morir de Sergi
Belbel, y ostenta una marca difícil de igualar: la de mantener tres
obras en cartel (Mi muñequita, Uz,
Morir), en un mismo teatro (el Circular). Por estas y otras
razones fue absolutamente innecesario plantear el viejo asunto del
Liberty y la dictadura en la charla con Calderón. Supuse que lo más
interesante estaba en conocer algún que otro misterio del creador de
esa muñequita parricida y macabra. Que lo más inquietante de
su biografía emocional debería estar en los años noventa. Así me
topé con el relato de una adolescencia marcada por una fuerte
convicción religiosa. Y otros tantos misterios que ayudan a
descubrir a un creador que –utilizando el camino de la farsa y en
ocasiones la comedia- se ha convertido en la revelación de la escena
teatral montevideana.
_¿Por
qué hacer teatro en Uruguay?
_¡Qué
pregunta!
_No
te asustes... si querés te la vuelvo a plantear más adelante.
_No,
dale. Pero es que no lo sé. ¿Viste que hay una etapa en la que te
planteás qué querés hacer?... A mí me fue muy bien en el liceo y
en la facultad. El lío fue cuando entré a Medicina. Supuse que si
me iba tan bien en un estudio, que no me gustaba especialmente, me
iría mejor todavía si me dedicaba a algo que me apasionara. Así
que abandoné la carrera y me metí de lleno en el teatro. Pero
cuando uno está en Uruguay, en donde el teatro no da un peso y todo
atenta para que lo dejes, continuar haciéndolo implica responderse
una y otra vez esa pregunta... ¿por qué hacer teatro? Te diría que
es casi un acto de masoquismo. Y ta, ahí no sé qué más decirte.
_¿Tuviste alguna
referencia familiar para dedicarte al teatro?
_En
mi casa no se veía teatro. Nada. Lo del teatro es un descubrimiento
personal, bastante reciente, que se dio durante los últimos seis
años. Y ahí viene lo que te decía antes... cuando encuentro algo
que medianamente me gusta, me meto y lo hago. Así que cuando empecé
a descubrir que me gustaba el teatro, no pasó un año que empecé a
presentarme a los encuentros de teatro joven. Y después de tres años
de presentarme, me planteé que era momento de hacerlo en un medio
profesional.
_Me
interesa ese mecanismo de sentirse con capacidad de meterse y hacer
las cosas... Eso es indispensable para ser director de teatro, entre
tantas cosas, pero me interesa conocer qué otras actividades te
motivaron antes de la escena.
_¿Antes?...
Fui animador. Y también fui misionero católico.
_Es
que como fui a colegio católico, en las vacaciones teníamos la
opción de ir a “misiones”, y hubo fácilmente dos o tres años
de mi vida en que me dediqué a llevar la palabra de Dios... Bueno,
es muy gracioso porque ahora no hay nada más alejado de mí pero, el
otro día, una compañera de teatro, un poco sorprendida, me dice:
“Gabriel, hay una persona que me aseguró que vos le habías
llevado la palabra de Dios a la casa, ¿es verdad?”... Sí,
claro que es verdad. Y precisamente lo de las “misiones” fue una
de las cosas en las que me metí y me metí apasionadamente. La
verdad es que más que apasionarme la palabra de Dios, lo que me
apasionaba era salir de vacaciones, como setenta u ochenta jóvenes,
todos juntos. Eso era divertidísimo.
_¿Qué edad
tenías?
_Eso
fue a los 16, a los 17 años.
_¿A
qué lugares fuiste como misionero?
_Fuimos
dos veces a la Gruta de Lourdes, y fuimos también a Salto, Minas y
San José. Nos quedábamos una semana, todos juntos, en una parroquia
donde dormíamos y comíamos guiso. Lo que nos motivaba era la idea
de tener vacaciones muy baratas... Y bueno, todos los días nos daban
un plano con las casas que teníamos que visitar.
_¿Tu
familia es católica?
_No,
para nada... Incluso mi padre, cuando me llevó al colegio, a la
Sagrada Familia, me dijo: “Si vos no querés hacer catequesis,
no la hagas. Si querés perder esas materias, mirá que no me voy a
enojar”. Y al final las hice... El colegio me dio muchas cosas.
Hice los tres años de confirmación, sin estar bautizado ni haber
tomado la comunión. Hice también siete años de taller de teatro,
con Diego Artuccio.
_¿La vocación de
animador también aparece en el liceo?
_Sí...
Fui animador entre los 17 y los 19 años. Íbamos a los campamentos
de los de primer y segundo año, con un líder más grande, pero
nosotros estábamos encargados de las recreaciones. Y hubo un momento
que me planteé ser animador toda la vida... Mirá, ahora capaz que
esto del teatro me dura hasta este año y en el que viene descubro
que quiero ser alfarero. No sé... Pero te puedo asegurar que,
después de haber hecho lo de misionero, estoy bastante seguro que no
me interesa ser católico. Descubrí muchas buenas cosas en el
colegio, pero también descubrí que no es necesario ser católico ni
ir a la Iglesia para hacer la mayoría de las cosas.
_Hay
un pasaje de Morir, en
el que debaten el asesino y su próxima víctima. ¿Cuánto te
remueve esa aparición de Dios que plantea Belbel en la obra?
_Para
mí es un tema más, aunque sé que para algunos espectadores puede
significar mucho. Pero más allá de ese personaje que dice “yo
soy Dios”, que es el nudo de una de las escenas de Morir,
siento que con Martín (Inthamoussou) hicimos un trabajo muy
cuidadoso sobre la muerte... Yo ya la había trabajado, pero en otros
sentidos. En Las buenas muertes, con cierto tono macabro. En
Mi muñequita, con una cosa de regodeo estético. Por eso me
gusta tanto el planteo que hicimos en Morir, porque fue la
posibilidad de sacarme las ganas de contar una historia más
tranquila y que fuera igual de removedora.
_Tu
obra Uz también tiene que ver con la muerte, y
con un mandato religioso...
_Es
un paso más después de la familia de Mi muñequita. Si lo
opresivo de la familia, en la historia del padre que mata al tío por
abusar de la nena, engendra a la muñequita, lo interesante es que en
Uz el asesinato aparece por mandato divino. En ningún
momento la sociedad lo engendra. Esa fue la idea. Entonces, lo que
los espectadores ven es el desarrollo: la aparición de Dios, quien
le dice a Grace que tiene que matar a un hijo. Basta con ese
disparador para que empiece a pasar de todo. Claro que, en Uz,
me propuse que fuera en tono de comedia.
_Volviendo a tus
tiempos de misionero, se me ocurre que habría algo de actuación
teatral en aquellas salidas.
_La
idea era ir a ver cómo estaba el barrio y que la gente no sintiera
que le íbamos a hablar de religión. ¡Ahí sí que aprendés a
actuar! A mostrarte interesado por una persona que te habla horas de
sus problemas. A tratar de que no te echen de buenas a primeras.
_¿Sentís que es
posible mejorar la sociedad con ese tipo de acciones?
_Yo
creo que sí, pero siempre hay que saber bien cuáles son los
intereses que hay detrás, porque no hay “misiones”
desinteresadas... Y digo esto sin afán de criticar a las “misiones”
de la Sagrada Familia, que son –además de una de las cosas más
lindas que viví- vínculos espectaculares con la comunidad. Yo no
sentía, ni siento, que le hiciéramos mal a nadie. Estábamos
tratando de hacer un bien.
_¿Por qué
abandonaste aquella vocación?
_En
determinado momento sentí un tope. Sentí que no era necesaria la
religión para acercarme a lo humano y que, si quería, podía
hacerlo por otros caminos. Y es el arte lo que me ofrece ese
acercamiento. Me ofrece una relación, una convención y un rito que
ninguna otra cosa me lo da. Es muy loco, pero es así... Hay 70
personas por fin de semana que vienen a esta sala a ver cómo el tío
se viola a la muñequita y están todos los personajes a las
puteadas... ¿Cuántas instancias tengo para comunicarme de esta
forma con los otros?
_También está lo
que se cuenta en esa historia... que es decididamente parricida.
_Pero
cuidado, porque cuando aparentemente soy parricida con la generación
de mis padres, mi interés no es serlo solamente con ellos. También
conmigo mismo.
_¿Notás
que tu generación haya sido marcada por la crisis del 2002?
_
En el 2002 se vivió, en espejo de lo que pasó en Argentina, una
pérdida de credibilidad hacia lo que nos representaba. Yo llegué,
por ejemplo, a cacerolear para que se fuera Jorge Batlle... Tiempo
después me puse a pensar si en el teatro no estaremos asistiendo a
una analogía de todo eso. A una crisis en el sentido de la
representación. Por eso decidí que a mí dejara de interesarme que
el público me crea... Siempre se habló de la verdad del teatro. A
mí ese concepto no me interesa. Es más, quiero que el público
sienta que estoy contando una mentira continua. Una gran farsa.
_¿Qué
pasa con tu familia? ¿Son espectadores de tus obras?
_Ellos
vienen, sí... Ahora acompañan muy bien. Como que aceptaron que ésto
va a ser así...
_Hablás
como si en algún momento no hubieran aceptado tu decisión...
_
No es que lo hayan aceptado o no, sino que no la impulsaron. A
excepción de mi madre, que siempre me apoyó, pero ella se fue hace
tres años a vivir a Estados Unidos. Mi padre, en cambio, como que
pretendía otras cosas de mí. Y cuando dejé Medicina... bueno, esa
decisión no la iba a aprobar muy fácil, y lo entiendo... Ahora sí
que me apoya y me da para adelante. Toda mi familia está orgullosa.
_O
sea que tu madre no vio Mi
muñequita...
_Mi
madre no vio ninguna obra mía. Se muere de ganas, pero todavía no
puede volver. Mi padre sí la vio. Mis abuelos dicen que la que más
les gustó fue Más vale solo, la primera obra que hice, en
Teatro Joven. Y ahora, después que fueron a ver Uz, mi abuelo
dijo: “Bueno, ésta por lo menos la entendí”... Lo que
cambió en la familia es que ahora se habla y hasta se discute sobre
teatro. Me siento responsable de haber agregado un tema a la mesa de
los domingos.
_Bueno, llegó el
momento de saber cómo te metiste de lleno al teatro. Los buenos
tiempos del Teatro Joven.
_El
encuentro es un momento genial. Es una escuela que te permite
preparar un espectáculo y foguearlo frente a 500 personas. Y con un
público muy especial, que está ávido de ver, y que se comporta
como una hinchada... Apenas me enteré del concurso, allá por el
2001, nos pusimos a trabajar con Daiana, que me acompaña en todas
las obras, excepto en Morir. Pensamos en escribir algo
entre los dos, y al final, en una semana, escribí el texto de Más
vale solo. Hicimos esa obra y ganamos el primer premio, y la
mención a mejor dramaturgia del encuentro... Lo festejé más que el
Florencio. Fue el premio que me motivó a escribir teatro. Fue el
gran empujón, de sentir “puedo ser bueno en esto”. Al
otro año hicimos una obra de bufones, que se llamó Sobre las
cloacas. Después adaptamos Caricias de Belbel. Y
al cuarto año preparamos Mi muñequita, que finalmente
estrenamos en el Circular.
_Y precisamente
viene el gran salto... ¿Cómo te sentís con tanto espacio ganado en
el Circular?
_Yo
siempre me sentí independiente. Mi primera obra, por fuera de La
Movida, la hice en Arteatro. De diez funciones, suspendimos dos y
nunca vendimos más de diez entradas... Lo del Circular empezó
cuando aprobaron el proyecto de Las buenas muertes, en
codirección con Ramiro Perdomo. Después vino lo de Mi
muñequita, Uz, Morir... Propuse ideas y se dio que
el Circular quería hacerlas conmigo. Hoy se llegó a la situación
muy particular de que tenga tres obras en la misma sala.
_¿Sentís
que sos una excepción?
_Soy
totalmente una excepción. Decime otro caso... Por eso, cuando recibí
el Florencio y dije que la gente joven no tenía un lugar, muchísima
gente se enojó conmigo... Porque yo estaba hablando de la gente
joven, cuando en realidad nadie tiene lugar. Y es más, a la
generación de directores que tienen entre 35 y 45 años -la de Coco
Rivero, Roberto Suárez, María Dodera y Mariana Percovich-, todavía
le cuesta conseguir espacios... Pero lo que sí puedo afirmar, con
total firmeza, es que lo que me pasa a mí no le pasa a nadie de mi
generación.
_Tampoco
hay muchas instituciones que abran puertas...
_Es
un hecho que lo que está haciendo el Circular, en mi caso, no lo
está haciendo ningún otro teatro... Y hay más apuestas, porque en
enero se hizo un ciclo de teatro joven y a mitad de año se va a
estrenar una obra de Sofía Rabufetti, que tiene 21 años y ganó el
premio cofonte. Los
otros teatros no han demostrado esa apertura... Me cuesta creer que
lo que me ha pasado a mí no se pueda dar en otras situaciones, sobre
todo para que una producción artística tan importante como el
teatro joven tenga un necesario encauce en salas independientes.
_¿Cómo te sentís
con lo que viviste en tan pocos años?
_Me
mareó un poco. Este año necesito parar... Pero nada, sin duda que
viví algo que no es usual: la posibilidad de escribir y hacer mis
obras. De obtener el reconocimiento de la gente y de la crítica.
Quisiera que esto siguiera para siempre. Siento que mi felicidad va a
estar en seguir haciendo teatro.
_¿Cuántos
años tenés?
_Veintitrés.
Cumplo veinticuatro en noviembre.
_¿Cuál
creés que es la fibra que te mueve a hacer teatro?
_A
mí me gusta contar historias. Las escribo más o menos mal, pero
después en el escenario logro contarlas bien. A mí me gusta eso.
((entrevista publicada en la revista Freeway, en el mes de mayo de 2006))
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