la nieve es fría


Una pareja sueca es, casi por definición, el frío. Unos días en la nieve, de vacaciones en Suiza con los dos hijos pequeños, es material para una película blanca que empieza con fotos de familia y unas cuantas sonrisas levemente forzadas. El plan es casi perfecto: esquiar en familia, aunque se extrañe el andar solo, o sola, que implica otra velocidad, otros riesgos, se sabe. Todo muy correcto, hasta que la perfección familiar se desbarranca, por culpa de la nieve, cuando una avalancha que no fue deja marcas en la reacción del padre. El pánico lo lleva a tomar el teléfono celular de la mesa donde almuerzan y salir disparado. La madre protege a sus dos hijos y siente que algo no funciona como debería. Siente que hay una falla. Ahí empieza la verdadera avalancha, cuando ella reclama una versión diferente, la que ella vivió, que se contrapone con la instintiva reacción de supervivencia de él.
La película de Ruben Östlund tiene su centro en la formidable escena del almuerzo en la montaña, en los resortes que dispara un dilema que se potencia en la insatisfacción, en la frialdad, pero que evidencia -de manera más que inteligente- la percepción de que son otras las cosas que están verdaderamente mal. Hay otras escenas tanto o más geniales, casi manuales de observación de un director que maneja a la perfección la fotografía, el montaje de imágenes y sonido para contar, no una historia, sino sensaciones de malestar en la vida adulta demasiado programada y alejada de toda posible libertad. Hay otros personajes, secundarios, que escuchan la historia y asisten a la perturbación emocional de la pareja.
No es simple. No se trata de una traición, como intenta explicar el título con que se exhibe en nuestro idioma. La película, en todo caso, se llama "Turist", porque lo que Östlund cuenta tiene que ver directamente con ese contexto, con la superficie angustiante del turista que en lugar de una aventura parece vivir un castigo. 
La neurosis es la que manda sobre lo inexplicable. No hay entendimiento posible. Lo que hay son dos versiones de la culpa: la del hombre contemporáneo por saber que no puede cumplir con un rol en crisis, la de la mujer contemporánea de vuelta del feminismo que prefiere regresar a roles no precisamente igualitarios.
Hay, además, lugar para un inesperado surrealismo, apoyado en la extrañeza de la montaña y el blanco que parece cegarlo todo. El final del relato, después de que todo más o menos se arregla, en una circunstancia de chantaje emocional (ella decide perderse en una tormenta para que él la rescate y se redima), es una joya del cine: un ómnibus a punto de desbarrancarse al bajar la montaña, una rebelión de pasajeros liderada por ella, la sueca, una larga caminata en el frío, con la seguridad perturbadora de no resolver el problema. El camino de la vida, en todo caso, se asemeja a una catástrofe, sorda, blanca, fría.
Excelente película, de las mejores que se han visto en salas montevideanas este año.

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