El
original está escrito en sueco. Suena raro, pero lejos está de ser
una extravagancia o un experimento autoral. La lengua siempre es
necesidad, es el camino propio, es la forma en la que se elige la
forma y el tono de lo que se quiere contar. La lengua es el libro. Nosotros, los lectores uruguayos de Su tiempo llegará,
lo leemos en español, pero luego del cuidado proceso de traducción
y corrección en el que se embarcó la propia Ana Luisa Valdés,
auxiliada por su hermana Amalia y sus amigas Ivonne Trías y Alicia
Migdal.
Lo escribió en Suecia. Lo
terminó antes de emprender el camino de regreso, de radicarse en
Montevideo hace apenas un par de años, ciudad en la que nació y de la que se fue en
los primeros años setenta, primero a Buenos Aires y finalmente a
Estocolmo, como refugiada política. Ana no había cumplido veinte
años cuando fue detenida y pasó muy duros momentos de reclusión
entre cuarteles militares y la cárcel de mujeres de Punta de Rieles.
No
es una autobiografía. No es tampoco un testimonio. De aclarar eso se
encarga -y hace muy bien en hacerlo- la propia autora, en las páginas
iniciales. Son fragmentos. Fragmentos. Y con fragmentos no se
construye precisamente una historia lineal, ni un simple alegato del horror (porque
lo que planea en todo momento, en cada una de las páginas, es la
sensación de horror, de violencia injustificada). Lo que sí puede
exponerse es la memoria, sus pliegues, sus vacilaciones, sus
equilibrios, para los que se hace más que necesario el tiempo y la
distancia.
Su
tiempo llegará es un libro
breve. Lejos está de ser un ejercicio de catarsis. Ana filtra y
comparte lo esencial: la niña en su entorno familiar, su franca
inocencia adolescente y rebelde, los aprendizajes inesperados, los
golpes emocionales y espirituales de la privación de
libertad, las historias de los otros, la madre, la amistad, los pequeños desvíos,
casi todo. Es un libro que le llevó más de treinta años de darle
vueltas, de encontrarle el tono. Es un libro de pequeñas escenas: el
encuentro con una excarcelera en la cola de una heladería de
Pocitos, una charla en la biblioteca pública
de un pueblo noruego, un amigo que se suicida con una aguja de tejer
en el penal de Libertad, un episodio de racismo a una familia
africana en un tren alemán. Todos fragmentos dando vueltas, y entrelazando significados, a ese momento del que parece girar todo pero que a la
distancia no es más que un recuerdo brumoso, un mal chiste
suspendido en el tiempo: el allanamiento, la detención, un punto de
inflexión y la duda -durante el horror- de cómo había salido la
partida de ajedrez entre Fischer-Spassky en la lejana Islandia.
El momento de contarlo, de exponer sus memorias, llegó para Valdés a través de este libro que coloca al lector tan
lejos y tan cerca de jugosos fragmentos que sucedieron
y se van contando en Estocolmo esquina Montevideo.
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