tatuajes del corazón



Hay algo que lleva a preguntarle a Carla Morrison de dónde salen sus canciones, aunque se sepa que vienen de las heridas del amor y que ella -sin apurarse, casi sin pretenderlo- asoma como la última de una selecta lista de grandes cantante mexicanas que saben del desamor, de la temperatura del bolero y de las fronteras con otros tatuajes sonoros. Chavela Vargas (la reina indiscutida), Lila Downs (dueña de una poderosa mexicanidad), Ely Guerra (la más romántica y rockera), Julieta Venegas (tan frágil, muchacha punk), Natalia Lafourcade (la que reinventó los boleros de Lara). Todas grandes cantantes, que se han hecho un espacio en el territorio de la canción. Pero ahora, permítanme la digresión, el tiempo y el lugar le pertenecen a Carla Morrison. Es, como todas, única. Es, como todas ellas, una mujer que vuelve a las canciones que canta un diario de viaje, tatuajes del corazón. Es, mexicana, y eso lo adivino como un signo especial en esto de la canción.
Entonces le pregunto, a Carla Morrison, la chica de Tecate que cruzó la frontera y cantó sus primeras canciones en Phoenix en el grupo indiefolk Babaluca, para después emigrar al DF y pasar a integrar el catálogo alternativo del sello Intolerancia, le pregunto de dónde vienen sus canciones, tan íntimas, tan poderosas. “Esas canciones salen de lo mas profundo de mi ser”, dice. “Son inexplicables, hasta que de repente comienzo a llegar a un acuerdo con mi cabeza y corazón y es cuando las melodías entran y sale todo… Soy una persona muy sensible, de una ciudad muy chica, entonces he aprendido a ser clara y directa, y así es como soy con mis canciones. Todo lo vivo al máximo”.
Carla se fue de Tecate a los 17. Tuvo un gran amor. Tuvo el desamor. Tuvo y tiene otros amores. Todo parece girar en los ritmos de su corazón. “Hoy desperté con ganas de besarte/ tengo sed de acariciarte/ enredarme en ti y no soltarte/ eres tan embriagante/ eres tu”, canta, bien lejos de las princesitas histéricas de tantas otras canciones de amor. “Qué injusto orgullo/ desgarra a mi mundo”, canta en otra canción y el disco se llama Déjenme llorar, no olvidar nunca ese detalle, que no es un detalle sino un subrayado, una marca. “Cuando tenía diecisiete me lo decidí”, cuenta Carla Morrison. “Dije esto o nada, y me la jugué. Gracias a Dios, seguí mi corazón y no la opinión de todos, entonces le di para donde latía mi corazón”.
Primero Phoenix, después el DF y ahora el mundo. Como, por ejemplo, llegar este octubre de 2013 a un paraje tan lejano llamado Montevideo. “Si Dios cree que puedo, entonces le entro”, dice, y nombra otra vez a Dios, el primero en su larga lista de agradecimientos (“Primeramente gracias a Dios padre, por el aire que respiro, por dejarme mirar...”). Y se entiende, porque no es fácil empezar una canción como “Duele”, contando que “Este dolor es tan grande/ que me cuesta respirar./ Estoy mirando sin mirar”. No es fácil. Nunca fue fácil. Carla tiene algo especial: ella canta y te habla al oído, a cada uno de nosotros. Ese es el poder que tiene su voz. Y su guitarra. No olvidar tampoco su guitarra, suave, metálica, casi la respiración a la medida de esos versos, tan sencillos, tan directos.
Nacida el mismo año del mundial de México, habitante de esa frontera de la que vienen saliendo grandes cantautores -Juan Cirerol, vuelvo a Julieta Venegas- ahora sus canciones se expanden como si eso fuera un designio natural. Y canta: “Voy a caminar por el mundo sin mirar atrás/ borrando tu mirar. / Voy a darte la distancia/ aunque a mi alma duela”. Y agrega, en la entrevista, la cara más bonita del viaje que ha emprendido con su música y su corazón: “Estoy emocionada con los retos que me ha puesto la vida... desde viajar como nunca antes lo había hecho, ponerme frente a caras nuevas todos los dias, y darles con todo mi amor mi música”
Me gustaría preguntarle por los tatuajes que lleva en la piel, pero evito ese tema. Así que propongo hablar de la frontera: entre México y Estados Unidos, entre el pop y lo alternativo, entre la alegría y la melancolía. Entre la pena y la nada. “La frontera me da mucho”, explica Carla. “Desde mucha confusión a mucha claridad, desde mucha melancolía a mucha fortaleza, desde mucha calidez a frialdad, desde mucha alegría a alguna que otra tristeza. Enriquece mi alma y la pone en pausa y luego la mueve como un torbellino loco… Todo eso hace que me inspire y me ponga como una loca a cantar y componer... y otras veces quedar en silencio por meses”.

(Publicada originalmente en revista CarasyCaretas)

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