responsabilidad de la memoria



El escritor Roberto Echavarren reúne en Las noches rusas los testimonios que recabó en el año 2001 a sobrevivientes del cerco nazi a Petersburgo y de perseguidos políticos durante los gobiernos de Lenin y Stalin.

Cada escritor tiene, o debería tener si aspira a escribir algo realmente trascendente, una o dos grandes obsesiones. En el caso de Roberto Echavarren –poeta, ensayista y novelista- todos los caminos parecen conducir, sea en el género que se manifieste, a reflexionar sobre la androginia y manifestar la libertad de moverse al borde de lo aceptado. Por esas y otras razones no sorprende su afición a la estética neobarrosa, que haya escrito novelas como Ave roc y Yo era una brasa, o que se entusiasme con la vida y la escritura de personajes como Felisberto Hernández, Manuel Puig y Nestor Perlongher.
La edición de Las noches rusas sorprende, en primer caso, a los que no estaban atentos a otra de las obsesiones vitales del escritor, quien trabajando en la Academia se fue especializando en literatura rusa, aprendió el idioma y empezó a probarse como traductor de poetas como Tsvietaieva, Esenin y Kliuev. Fue en el año 2001 que Echavarren cumplió el sueño de viajar a Petersburgo y Moscú, donde lo esperaban decenas de historias que una década después se exponen en la voluminosa novela-ensayo con portada roja subtitulada “Materia y Memoria”.
Todos los mundos creativos de Echavarren colisionan en este viaje, y esa es en buena parte el éxito de la empresa: el escritor puso todo en juego para escribir su gran libro. De esa manera, el rigor y la minuciosidad del académico estuvieron acompañados del bisturí del novelista y la intuición incómoda del poeta. En principio, viajó para recopilar historias del sitio nazi a Petersburgo y a seguir la pista del círculo de poetas perseguidos por la policía secreta de Stalin, pero pronto se agregaron otras líneas en el desarrollo: el impacto de la “noche rusa” en la intelectualidad petersburguesa, testimonios de homofobia durante la revolución y fragmentos de su propio viaje.
“Me propuse mantener en tensión esos cinco hilos del relato sin que ninguno fuese hegemónico”, explica Echavarren sobre las mencionadas capas narrativas de Las noches rusas. “Eso es importante para dar en conjunto una impresión de "historia viva", en que los factores se interrelacionan, algo que en general los historiadores no logran, sea porque su objeto es limitado o demasiado vasto. Quería dar la impresión de historia vivida, esmerando la mayor concreción de los testimonios, y a la vez articulando el proceso político institucional, la guerra, la carrera de los mejores poetas como tarea de resistencia. Por cierto, la investigación de la homofobia es algo que me concierne personalmente. Lo curioso es que antes de Lenin, Rusia era un país bastante avanzado en este sentido, mucho más tolerante que Inglaterra, por poner un ejemplo. Por último, lo que da unidad al conjunto es el diario de viaje, que es la forma literaria que engloba las historias de vida recabadas y los otros estratos que conforman mi investigación”.
Los testimonios son duros: desde el relato de sobrevivientes del sitio nazi a Petersburgo y partisanos traicionados por los generales soviéticos hasta el periplo de los niños vascos refugiados que nunca pudieron volver a su tierra. Uno tras otro, los relatos reviven tormentas y pesadillas, incomodan, a veces saturan, pero asoman imprescindibles para atisbar una mirada diferente a circunstancias políticas y cotidianas que muchas veces fueron ocultadas. “Me parece que no se puede recubrir con un manto de amnesia cada período histórico que se ha sobrepasado”, enfatiza Echavarren. “No entender el pasado quiere decir no entender de dónde venimos y flotar en un presente trivial y seguir creyendo en mentiras que se han probado falsas. Dar cuenta de algo quiere decir entenderlo, por un lado, y al entenderlo tomar en cuenta los sufrimientos, las injusticias, las humillaciones. Es una responsabilidad de la memoria”.

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