tan freak, tan popular


(entrevista con Adrián Dargelos)

Babasónicos es la banda rockera más excitante de Buenos Aires, un virus que se contagia por las principales capitales latinoamericanas. El pecado original de practicar el sincretismo, de vestir un rock deforme con guiños de bossa nova, rap y hasta bolero los ha llevado a ser una banda a contramano de la construcción epigonal del rock argentino de masas de los noventa.



Adrián Dárgelos, cantante y vocero de Babasónicos, es un artista que maneja la ambigüedad y sobre todo la exageración. Es capaz de aparecer en escena vistiendo ropas glam y tacos de aguja así como de teorizar sobre los límites morales del arte en el siglo veinte. Autor de la chirriante estética de su banda y de la mayoría de las composiciones musicales, Dárgelos dirigió casi todos esos clips que marcan a fuego la imagen freak de Babasónicos.
Vestido de puntilloso blanco -blusa de seda, pantalón ajustado y botas de cuero con taco alto- Adrián Dárgelos se contonea en el escenario dispuesto a coquetear y seducir mostrando uno de sus hombros al descubierto. Él es el rocker fronterizo, fanático por igual de Los Iracundos y de Roxi Music, capaz de pasar de un bolero al metal más crudo y no ruborizarse al acompañar con su voz un extravagante western-rock bien bizarro. Después será algo de disco, un poco de lounge, de rock maquinoso. Después la fiesta será completa y la comprobación de que los Babasónicos es la mejor banda de rock en nuestro idioma. Tal vez los chavos de Café Tacuba o Plastilina Mosh les puedan competir, pero fueron los Babasónicos quienes tocaron (y deslumbraron) en el escenario de El Ciudadano, por dos veces en diciembre del 2001 y en mayo del 2002, y en los primeros días de noviembre repitieron la celebración en Bar Retiro, consolidando su acción escénico-musical en nuestra capital.




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- Es paradójico, pero tuvimos que llegar antes a montones de ciudades y Montevideo, el lugar más cerca que tenemos, el lugar relativamente más cómodo para venir… qué se yo. Que no hayamos estado antes tiene que ver con la escena de rock, en cómo estuvo repartida, pero también con nuestra disponibilidad, ya que cada vez que nos invitaban a un festival no estábamos disponibles para venir porque andábamos de gira. Quizás sea un capricho del destino, porque nosotros hemos querido venir siempre. Se nos dio la posibilidad el año pasado en El Ciudadano, cuando vinimos por primera vez y que marcó el comienzo de una nueva etapa del desarrollo de la banda en Uruguay.
¿Tuvieron algo de particular esos recitales para la banda?
- Tuvieron la particularidad de que como fueron los primeros shows, el público tenía más ansiedad y los vivió como algo parecido al placer físico. Cuando pasa eso no podés negarte, así que nos entregamos totalmente. Tuvieron mucho de placentero esos recitales, como de iniciación, pero también a medida que van pasando otros shows el público se va acomodando y los disfruta de otra manera, porque Babasónicos ofrece diferentes formas de captación para disfrutar de sus espectáculos. Además del despliegue visual y del sonido contundente que manejamos, la larga trayectoria nos permite manejar un vasto catálogo de temas y de atmósferas, así que no hay un show igual que otro. Y llevamos más de 700 recitales en diez años, lo que nos ha confirmado que en la mayoría de los lugares donde crecimos hasta ser populares hemos hecho un camino contrario al ortodoxo. Jamás utilizamos la promoción y el crecimiento por intermedio de una apuesta de dinero. Es verdad, grabamos casi todos nuestros discos con Sony, pero al mismo tiempo que estábamos en la multinacional más fuerte por otro lado éramos de los artistas más chicos de la filial argentina. Ellos nunca hicieron una apuesta grande para desarrollar Babasónicos, simplemente les convenía tenernos porque la banda se desarrollaba sola en todos lados. Así que hemos crecido a partir de un espectáculo que cada vez tiene más envergadura, que da que hablar. No sé, como que la gente se rinde y la atraemos.

“Soy muy puta/ y trabajo para vos”, ironiza Dárgelos, ríe Dárgelos en ‘Soy rock’, del disco Jessico, entre riffs que se burlan descaradamente de la pose rock-star. Grita “rock”, sacude “rock”, y es fácil comprender por qué una banda tan contundente y sofisticada, tan elegante e inteligente no tenga la popularidad que goza cualquier grupito chabón en Buenos Aires. Se quiebra el dandy cuando grita “rock”, estalla glam, amanerado. Sacude un rock puto, una vibración que jamás será alcanzada por los pudorosos y conservadores Redondos de Ricota. Después vendrá ‘Rubí’ (“Quererte así/ beberte a gotas”), un bolero naïf con bases electrónicas que tiene ese clip polémico en el que aparece un adolescente masturbándose durante todo el tiempo de la canción. El viaje es por Jessico, el último y mejor disco de la banda, alternado por páginas gloriosas como ‘¡Viva Satana!’ y ‘El Playboy’, o ese regalo metalero que incluyeron extraído del hermético Babasónica.

Esa atracción tiene mucho de sexual sobre el escenario, de sorpresa ante el desprejuicio sonoro del grupo. ¿El vestuario glam que presentaron en El Ciudadano buscó algún tipo de impacto especial?
- No, esos son los vestuarios que estábamos usando a fines del año pasado. Normalmente los vestuarios tienen que ver con el repertorio que estamos tocando y con la época que con Babasónicos estamos viviendo. Ahora estamos en otra etapa. Si bien puede ser parecida a la última (en mayo Dárgelos vistió cuero negro rocker con excedente de brillantina), si te fijás en dos o tres etapas anteriores son totalmente distintas. En cierta forma Babasónicos tiende al cambio permanente y a predicar eso en el público, de que el cambio puede ser siempre expectante y positivo.


Cierta actitud de exageración está presente en toda la estética de Babasónicos. Incluso algún crítico ha señalado que discos como Dopádromo, Miami y Jessico tienden a exagerar el presente para convertirse en una extraña vanguardia futurista ajena a las modas del momento.
- Durante la época de Dopádromo explotamos la ciencia ficción y ciertos aspectos del cine de ese género. Nos encontramos reflexionando sobre ese tema, sobre nuestra forma de componer y encontramos conceptos ideales acerca de que el futuro no existe, que el pasado tampoco y que la vida debería pasar solamente por el presente. Lo que sucede es que la conciencia que se plantea el hombre no está anclada en el presente, está más que nada apoyada en la reflexión ideal y en la búsqueda de estructuras de lenguaje que construyan el pasado a través de la memoria o que proyecten el futuro en la forma de llevar el lenguaje hacia delante, en hablarlo. Funciona así. Y también percibimos que una de las pocas instancias que tiene el hombre de disfrutar el presente es la instancia del trance o la de, por poner un ejemplo que nos toca cerca, la que tienen los músicos de tocar en vivo, donde todos tienen que estar comunicados de alguna forma no lingüística, pero en una forma musical, de swing o armónica. Es una verdadera conexión la que lleva a que seis personas puedan hacer una canción en vivo, sin detenerse, sin ir atrás a pensar cómo viene la melodía y sin ir adelante para pensar lo que vendrá después. Esa misma instancia de presente la tiene el deporte, por ejemplo, y la vive también la gente que disfruta en vivo de un show que la atrapa, cuando el espectador deja de estar pensando en uno mismo y abandona su individualidad para disfrutar de lo que recibe en ese presente. Y es increíble como son muy pocas las instancias que quedan en la vida para disfrutar el presente… Con respecto a lo que te decía de la ciencia ficción y estas reflexiones, sucedió que no encontrábamos que ningún escritor y que ninguna película tuviera en verdad alguna referencia precisa o cierta de lo que va a ser el futuro, lo que llevaría a la máxima paradoja de la ciencia ficción como género. La mayoría de esas obras exageran la moral del presente para alcanzar sus resultados. Cuando lees a Asimov o a Bradbury, o cuando mirás una película de Jodorowsky, lo que ves es que la sociedad que plantean, utópica y evolucionada, está sugerida por medio de las deformaciones de vicios que existen en la sociedad del presente. Eso lleva directo a pensar que probablemente, en un futuro lejano, que puede ser de 100 años, la gente haya modificado conductas de forma tal que determinada obra en realidad se vuelva ridícula. Entonces, no es que deje de ser válida esa exageración del presente, pero sí hay que tener en cuenta que pueden dar en el futuro lecturas que lleven por lo menos a la risa. Eso es lo que nos planteábamos y discutíamos en la época de Dopádromo, que el futuro no existe y que ni siquiera es una dirección, que lo único que existe es el presente pero la sociedad no tiene como conducta educacional el anclaje en el presente. Todo esto que te cuento nos sirvió para escribir varios discos, pero nos ha servido cada cosa para escribir un disco…
En el territorio de Jessico, último disco del grupo, agregaría que además de ese concepto se agrega el de jugar en la frontera, con personajes al borde y con un intenso sincretismo en lo musical. ¿Compartís esa idea?
- Sí. Jessico es una criatura y es también un lugar. Para Jessico elegimos un par de atmósferas que no habíamos tratado antes. Especialmente que todos los personajes que componen el disco llevan una vida al límite, se equivocan, entran al camino del mal, pero no reparan, no tienen moral, no tienen una conducta reflexiva que les diga “me equivoqué y entonces hago lo contrario”. Estos personajes se equivocan, van al límite pero vuelven a hacer lo mismo, porque no pueden volver atrás. Son personajes que permanentemente han sido transformados por el error pero vuelven a cometerlo. Son personajes que obviamente están exagerados, que tienen una vida rayana a la frontera porque están siempre en ese limite del que tienen y no pueden escapar. Todo eso es parte de una actitud que tiene el disco en su totalidad que es la de no colaborar. Jessico no quiere colaborar con la construcción de un sistema sociocultural que no favorece a nadie y que solo favorece en cierta forma a intereses mezquinos del capital y a la clase política entregadora. Ante esa actitud, cuando nosotros hicimos el disco, quisimos que reflejara que estábamos perdiendo todo, porque ya se veía cómo el ALCA y todas las presiones de los países más fuertes iban en camino para que los países sudamericanos sean a futuro una nueva Taiwan. O sea, productores a bajo costo. En ese aspecto, lo que se plantea Jessico es no colaborar, váyanse a cagar, porque vamos a vivir en el margen de la legalidad y de los gustos de esta cultura.

“Soy víctima de un dios/ frágil, temperamental/ que en vez de rezar por mí/ se fue a bailar/ se fue a la disco del lugar”, juega Dárgelos en sus habituales juegos de palabras, en ‘El loco’, y la banda entera lo acompaña para mezclar disco y rap, para hacer bailar a todos los presentes con un bombo robado al tecno más vulgar de los ‘80. Van de un lugar a otro, como en sus discos -de Miami a Jessico pasando por Dopádromo-, de un estado a otro, de la furia al glam. Tienen la herencia de Virus, de Melero, pero también de Morricone y de Los Iracundos, de los Beastie Boys, de Roxi Music, de los Red Hot y de Black Sabbath. Esa mezcla no puede ser rock, o sí, y todo lo que solemos escuchar es tan contracturado que... No importa, lo cierto es que Babasónicos por fin debutó en Montevideo y esperemos que siempre estén volviendo. Claro que quedan los discos y los clips. Pero no es lo mismo. Se los aseguro.

Esas fronteras musicales, ese sincretismo de mezclar para generar algo nuevo, también tiene un sabor a retro. Por ejemplo cuando componen un bolero adulterado como ‘El loco’.
- Sin embargo, nosotros tratamos de no ser retro.
Pero en cierta forma lo son…
- No lo creo. En serio. Porque toda la música que hacemos no podría haber sido hecha antes, simplemente porque no existía la tecnología para hacerla. Lenny Kravitz sí es retro. Porque él usa elementos compositivos y sonoros del pasado para hacer canciones de inspiración actual y moderna. Los Strokes también son retro. Ellos están haciendo new wave cuando eso estaba hecho en los mismos parámetros por Television, Magazine o Wire… Lo que sí tiene Babasónicos es una memoria del desarrollo de los 50 años de rock y del último siglo en lo que se refiere a música popular. Podemos tener guiños y citas del gran mercado de lo popular, pero más que nada están para darle ambiente o más vuelo a la obra. No tenemos una intención decididamente retro. Es más, nos vestimos como nadie se vistió antes. Y nuestros discos tampoco suenan a pasado. Utilizamos una combinación de sonidos. Podemos usar tecnologías de grabación antiguas con las más nuevas, pero lo hacemos para explotar cierta calidad de sonido que se ha perdido o ciertas tendencias diferentes a las que el mainstream pone como actuales, que son las que compiten en el terreno de la producción comercial y son los parámetros que sigue el mercado. Estar en ese juego está bien, pero tenés que tener el dinero para seguirlo, y es más que evidente que ese tipo de producción discográfica no es para Sudamérica. Por eso es que tenemos que probar en otros territorios. Para hacer un rock creativo en Sudamérica hay que explotar principalmente la particularidad de que venimos de un lugar excéntrico, de que tenemos una cultura más abarcativa, te diría que espectadora de muchos buenos momentos. Y es a partir de eso que podés darle otra resolución, que podés componer para esta época… Es por ejemplo lo que hace Manu Chao desde que se separó Mano Negra. Él es europeo, de un continente culturalmente colonizador y viene a Latinoamérica para “hacerse” latinoamericano o intentar ser latinoamericano. Lo que él hace es explotar y vender la excentricidad y la particularidad… pero bueno, siempre los colonizadores son los que tienen la plata y los que la ganan.
En el caso de ustedes las referencias y los cruces también son más riesgosos que la fórmula latina de Manu Chao. Pueden ir de Black Sabbath a Los Iracundos con un natural desparpajo.
- Soy fan de Los Iracundos, como también de Los Shakers y de casi todo el pre-beat y la música popular que fue anterior al beat y al rock latino. Tampoco olvidemos que el rock en Latinoamérica es rioplatense, y que su historia empieza a partir de Los Shakers y Los Gatos. Ahí empieza el rock, pero también me fascinan los grupos anteriores, Los Pasteles Verdes y Los Iracundos, que eran la música popular inmediatamente anterior al rock en el Río de la Plata. La incorporación de este tipo de ritmos, en vez de retro, tiene que ver en nuestro caso por una forma de desprejuicio, de hacer lo que a todos los demás les da vergüenza e incorporarlo como propio porque, en definitiva, pertenece a lo que hemos escuchado, a nuestra identidad. ¿Cómo no vamos a citar a Agustín Lara o a Manzanero si desde chiquitos nos han invadido los boleros y nuestra vida está surcada por ellos? Por eso, creo que producir un bolero a la manera en que Massive Attack se cruza con el dub es más que válido, porque en cierta forma es lo que ellos no pueden hacer. Nosotros podemos hacerlo sobre el bolero porque es lo que dominamos, porque no tenemos cultura jamaiquina y no tendría sentido repetir el modelo Massive Attack.
Lo que puede llegar a preocupar es que el riesgo en el rock latinoamericano de los ’90 es más fácil de encontrar en centros periféricos como Chile y México, o incluso en Manu Chao, al tiempo que en el Río de la Plata –especialmente en Argentina- se construyó un rock más ortodoxo, en cierto modo afectado de tintes populistas y sumiso…
- Sumiso a los gustos del público, por supuesto. Ese fenómeno se dio sobre todo en la última década, que tuvo mucho de una demagogia y de un populismo pseudo-fascistoide que resolvía con una entrega inmediata una falsa necesidad. Yo no sé si eso es consciente o es un problema de dirección que toma el sistema sociopolítico y que enseguida decanta en los gustos y costumbres. Eso es muy raro… Pero lo más raro de todo es que con todos los caminos inversos nosotros hemos llegado casi a lo mismo, que sería la meta de alcanzar una cierta popularidad… Yo no sé cómo hicimos, cómo llegamos, pero si sé que en nosotros está la persistencia de apoyar una obra en la belleza, en intentar acercarnos más a nuestro concepto de belleza que a mimetizarnos con la música que más se pasa en la radio. Jamás transamos con los parámetros de moda. A partir de eso y de proponer el caos y la sorpresa hemos sido una banda particular no sólo en Latinoamérica sino en el mundo, porque desde hace años tenemos una creciente venta de discos en Japón, en Alemania y en el mercado anglo de Estados Unidos… A partir de todo eso y de potenciar esa particularidad que nos sirvió como una marca distintiva se nos ha dado el éxito, porque de más está decir que en ningún momento pretendimos ser exclusivos ni elitistas. Queríamos ser tan populares como todos. Lo que sucedió no es que quisimos hacerlo solos y a nuestra manera, simplemente nosotros exploramos los mundos sonoros que fuimos descubriendo sin perder de vista nuestro ideal de belleza. Y esa creo que tendría que ser la particularidad de cualquier banda o de cualquier artista.

“Tan freak y tan popular/ quiero ser”... David Bowie, Brian Ferry y Brian Molko tienen razón. El gran show está en ese deseo, en esa tonta idea de ser la reina vestida de blanco, la reina de un rock que sólo puede burlarse a sí mismo y seducir a quienes pagan la entrada. Eso es Babasónicos. Una historia que no pasará desapercibida en la delirante épica del rock periférico en el cruce de los siglos XX y XXI.

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