“La noticia apareció en un periódico sensacionalista, decía simplemente que se había producido un incendio”, dice la voz de una mujer en el track 1 de Say no more, en el mismo tono apático de la azafata que conduce el vuelo de la experiencia del oro de Prince.
“¡Charly en el peor momento de su vida!”,
dicen los titulares de la nueva telenovela porteña pos-Cóppola. Morbo incluído,
la foto del más grande músico argentino de la segunda mitad del siglo conmueve;
de espaldas a la cámara, de frente a un monitor gigante, vestido de rojo y
mostrando las señales de su depresión. De todos los que ahora hablan y
escriben, vale señalar la sinceridad de algunos de sus amigos (Mercedes Sosa,
el flaco Spinetta, Pipo Cipolatti, entre otros), y transcribir las palabras de
Páez, su discípulo pródigo: “Charly no coquetea con la muerte. Él está cara a
cara frente a la muerte. Él se está inmolando y algo nos quiere decir con su
inmolación”
Es difícil entonces hablar de un disco
que se desarma en cada canción y que sangra las heridas de un artista
entrañable, aunque García cante en un momento que nada va a pasarle. Prefiero
creerle, pero también es obvio que está jugando con fuego y nos invita a su
perversa inmolación: “Ven hacia mi casa/ estoy haciendo una comida nueva...”
García, “el gran falsario”, como diría el
Darno, ha compuesto en Say no more la
banda de sonido de una película dolorosa y al mismo tiempo maravillosa. Ha
logrado conjugar la obsesión personal
del Pink Floyd de The Wall,
que lo persigue desde el lejano verso “rasguña las piedras”, esa concepción de
que un disco sea además de un manojo de canciones una película, una ópera, un
libro abierto. Say no more es todo
eso, y es también un incendio. El que anunciaba con esa frase que repite desde
hace dos discos: “Estaba en llamas cuando me acosté”. Y ese Pink Floyd
conceptual garcíano se complementa con la habilidad de robarle lo necesario al
mejor Prince, y también a sí mismo.
“Después de apagar el incendio y rescatar
al hombre, le hicieron la pregunta obvia: ¿Cómo se inició el incendio? No sé,
no sé... Estaba en llamas cuando me acosté”. Así continúa la dramática canción
que abre el disco, repitiendo ese estribillo en el que García enfrenta sus
miserias en primera persona. “Estaba en llamas cuando me acosté”. Basta,
aturde. Las canciones, todas sin excepción, se desarman y sangran, y el disco
es uno de los más difíciles de escuchar que este cronista recuerde. Aturde,
conmueve, por momentos roza con la genialidad. Porque ya no es el juego y el
coqueteo con la falsa euforia blanca de La
hija de la lágrima, en Say no more
él narra y musicaliza de qué manera se puede sobrevivir dentro del incendio, en
el mismo infierno de la depresión y la cocaína.
Nadie puede responder a la pregunta que
él insinúa de “¿Cómo se inició el incendio?” Menos todavía ningún periodista
escandaloso de Tele-Clic, ni Osvaldo Soriano en su presuntuosa columna de
Página 12, ni Rodrigo Fresán cuando se pone intelectualoide. Nadie, salvo sus
amigos, su hijo, y los que alguna vez vivieron la experiencia del incendio. Y
Charly García, aunque diga “no sé”, responde esa pregunta en cada momento. En
su anécdota personal y en sus discos. Los sorprendidos no recuerdan hoy que en Bicicleta, aquel disco setentoso de Serú
Girán, cantaba la brutal ‘Desarma y sangra’ (que hoy re-versiona en el cd Chiapas, volviéndola presente), y
tampoco recuerdan que “la línea blanca se terminó/ no hay señales en los ojos/
y estoy llorando en el espejo/ y no puedo ver”, en una de las canciones de Peperina. Y muchos menos recuerdan que
las anécdotas de García no son para nada nuevas. Claro que se está “inmolando”,
como dice Páez, pero desde hace más de 20 años; lo que sucede es que ahora lo
hace público y para peor está siendo amplificado por la cara más patética del
amarillismo porteño.
Pero olvidemos las anécdotas porque el
disco continúa, después de las llamas, girando en varias frases absolutas:
“Vivo en una casa vacía”, “Alguien en el mundo piensa en mí”, “La entrada es
gratis, la salida... vemos”, “La vanguardia es así” y otra vez la persistencia
del mantra “Estaba en llamas cuando me acosté”. Tal vez alguien pueda percibir
que Charly construye en Say no more
la crónica de su incendio personal, que está perdido definitivamente en el
laberinto, en el último callejón sin salida. Todas esas sentencias deberían
transfromarse en preguntas y ser contestadas por ese frágil y lúcido “no sé, no
sé”. Lo único cierto es que cada canción es como un zoom del concepto del
disco, porque cada canción se alarga y se desarma cuando el músico genial
aparece para aprovechar todos los canales y meter frases inconexas de la
azafata princeana y otras voces, además de desarmar la textura musical continuamente
consiguiendo perturbar al que escuche con atención.
No sé, este es el disco del no sé, porque
después -sobre el final, en ‘Podrías entender’- Charly canta apoyándose en una
melodía alegremente perversa e hipnótica acerca de un diluvio cayendo sobre
Buenos Aires, por fin bombardeada de alguna manera. Y las lluvias apagan
incendios. No sé, todos dicen en voz baja que este es un disco “enfermo”, pero
parece sensato advertir que también es “la cura” (sutileza lingüística
incluida) y que Charly seguirá advirtiéndoles a los porteños, a los argentinos,
a los rioplatenses, a los latinos y al mundo entero, que algo no anda demasiado
bien. Y que si él se está “inmolando”, forma parte del chiste final de que “la
vanguardia es así”. Aburrida, por sobre todas las cosas. Dejemos para el final
de esta nota las palabras de Spinetta: “Siempre dije que Charly está en un
estado tipo Van Gogh, aunque, por suerte, con las orejas”.
Pero el disco sigue sonando en mi cabeza:
“¿Cómo se inició el incendio? No sé... Estaba en llamas cuando me acosté...
(...) Quiero curarme pero mis manos sólo tocan la luz... (...) Estaba en llamas
cuando me acosté, con vos”. Y no para.
¿Pueden entenderlo?
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