Son veintiséis personajes "solos" (y solas). Son veintiséis escenas "anacrónicas", o debería decirse situaciones, la mayoría de ellas estáticas en el sentido que recargan y sobreactúan "estado de espera" o una simple detención temporal del personaje. Podría aventurarse una lectura disruptiva: cada personaje quieto concentra la primera mirada del espectador mientras el fondo, por definición lo escenográfico, termina subrayando lo que se ve, la escena móvil, desplazada de todo naturalismo pero tampoco exactamente en un terreno onírico.
Se pueden rastrear signos comunes en la serie de fotografías Anacrónicos y solos, de Pablo Bielli: los personajes están solos, se los ve generalmente de espaldas o perfilados, y los pocos a los que se les ve el rostro no se les distinguen los ojos; las escenas -por su parte- tienen disrupciones varias, ya sea por los vestuarios teatrales y excesivos como por el trabajo de posproducción consistente en intervenciones pictóricas de Bielli sobre el papel fotográfico. Todas estas capas de composición y realización apuntan a distorsionar, a provocar ruido, a crear imágenes que son poderosas y con una alta y bienvenida cuota de extrañeza.
Dice el autor que las imágenes que fotografía (y dibuja) en la serie provienen de historias que ha ido construyendo a partir de personajes garabateados a través de dibujos o tomando apuntes de historias o relatos que escuchó. Subraya que son cosas que vivió o soñó y que para reconstruirlas se dispuso a hurgar en los depósitos de escenografía y vestuario del Teatro Solis y de la Comedia Nacional. A partir de esas búsquedas, Bielli fue encontrando los vestuarios adecuados para los personajes, se puso a buscar locaciones y actores para realizar las tomas y de esa manera fue tomando forma el libro (que tuvo una parada intermedia en la exposición Ficciones anacrónicas, en Fundación Unión, año 2017).
Todo esto explica que las imágenes vienen de construcciones ficcionales que el artista va generando, y que luego interviene y vuelve a componer al momento de la edición. Todo esto explica la sensación de desacomodo que siente el lector al asomarse al libro. No se trata de quedarse con el resultado perturbador de una primera y distraída mirada. La misma percepción se obtiene en sucesivas aproximaciones, hasta ir estableciendo conexiones -también puede hablarse de 'tensiones', como define en el prólogo la escritora Rosario Lázaro Igoa- entre los diferentes personajes, en su soledad, en la impaciencia de Bielli por desacomodar escenas, y en los textos presentación de cada personaje, que no son ilustrativos, ni marcas de un posible guion, sino simplemente rastros disparadores de otras imágenes y otros desvíos reflexivos.
¿Son ficciones? ¿Son pesadillas? ¿Son situaciones hiperreales? ¿Cada personaje es una representación, un espejo armado por el que mira todo desde atrás de la cámara? ¿Por qué están todos quietos menos esa niña que camina en un bosque? ¿Todas las fotografías son una forma de anacronía? ¿El fotógrafo es por definición un solitario? ¿Por qué un espectador puede llegar a descubrir, en alguna foto, una escena que le es propia, o eso le parece, y no reconocerla? ¿Quién es el verdadero fotógrafo; el que dispara el obturador o el que mira por segunda vez? Todas estas preguntas, y otras, se abren ante la lectura de buenos libros. En este caso, en el de Anacrónicos y solos, Pablo Bielli no ahorra en excesos: diseña las imágenes, las arma, las recarga, las controla y finalmente las interviene hasta sentirse incómodo. Son veintiséis personajes. Son veintiséis escenas. Son veintiséis textos. Es un libro. Para entrar y viajar. Dudo que sean ficciones.
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