territorio emocional

Natalia Mardero. Foto: Cecilia Torres

El primer extrañamiento, la primera bruma, sucede lejos de Montevideo, en Milán, cuando una uruguaya que reside en esa ciudad italiana se entera por un mensaje de texto de la muerte de alguien que al principio no reconoce pero pronto el juego de la memoria la llevará a las calles de la infancia. Al barrio. Al rastro de una persona que no recuerda bien pero marcó su infancia. A un melancólico viaje por Google Street View que la hará reconstruir escenarios que aún permanecen, como ella, extraviada a miles de kilómetros. "Simplemente me calma saber que la imagen estará guardada en el teléfono, como un talismán", cierra con elegancia el primer relato, titulado "La quinta".

Algo similar recorre cada uno de los cuentos de Natalia Mardero en el libro Escrito en Super 8. Son talismanes brumosos. Son extrañamientos. Son territorios en donde suceden pequeñas historias que están adheridas a la memoria, que necesitan ser contadas, o bien imaginadas, o recreadas. Y es este un buen momento para decir que su narrativa adquiere en este libro un tono más sobrio y despojado, si bien de tono cotidiano (como en la novela Cordón Soho), pero jugada a la densidad de los escenarios y las emociones. El relato no se queda en la superficie del texto: se desliza por los blancos, por los silencios, por lo que se sugiere. "El recepcionista" es tal vez el más desapegado, el más frío y de energía contenida, para dejar paso luego a uno de los golpes secos de Mardero, "Sacrificio", un viaje directo al 8 de enero de 1986, "el día que encontramos muerto a nuestro perro, Viruta, en una de las calles que conducían a la playa". A esa altura del libro se advierte que hay madurez narrativa, que habrá otros golpes, que habrá más extrañamientos y brumas, y el que sigue es "El cuartito del fondo", por el que fue elegido para iniciar un pequeño diálogo con la autora.

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Entre mis relatos preferidos de Escrito en Super 8 está "El cuartito del fondo". En particular, por esa mirada de cómo la vida nos atraviesa y el hecho de que nunca somos del todo espectadores. ¿Cómo juega esa sensación en la reconstrucción de los recuerdos, para la creación de ficciones?

Natalia Mardero: Este cuento tuvo como idea germinal algo muy sencillo, ese proverbio popular o precepto moral de “haz el bien sin mirar a quién”. La protagonista toma decisiones importantes con cierta ingenuidad y actitud por demás generosa. Pero sus acciones finalmente le hacen un poco de justicia. El recuerdo en este caso estaba puesto en el escenario, en el apartamento donde se desarrolla casi toda la acción. Una vez conocí esa casa de mediados del siglo XX, y siempre la imaginé habitada por una familia como los Gutiérrez. Pero nunca se sabe cuánto puede durar eso: el orden familiar parece infranqueable, el habitar un espacio te lleva a que cualquier cosa puede pasar, y finalmente ese espacio será conquistado por alguien más.

"El chalecito" es otro de mis preferidos. Hay en ese ralto otro punto de vista entrañable y con una pequeña dosis agregada de terror (o más bien sería más exacto 'de temor'). Se me ocurre que hay en los dos cuentos referidos una cuestión de espacios, de lugares, como que en ambos relatos el protagonista es el territorio, cruzado de emociones y necesidades no siempre satisfechas...

N.M.: Me di cuenta que en varios relatos hay mucho de puertas adentro, de la intimidad del hogar, de las rutinas, pero atravesadas por hechos más curiosos y fuera de lo común, recuerdos más indelebles. Habitar una casa en la infancia es como habitar un mundo. Siempre hay algo que nos sorprende, un recoveco que no conocíamos, una caja que nunca habíamos visto debajo de la cama. Ese territorio puede ser tedioso o fascinante, según como se mire. Y me parecía que la mirada de la niña protagonista tenía que mostrar lo que a veces, al crecer, dejamos de ver, como la belleza en una colección de animalitos de porcelana.

Hay otros territorios emocionales, generalmente ligados a la infancia: la muerte del perro en el balneario, la primera menstruación. También hay cruces de tiempos. ¿Cuánta es la necesidad, tuya, personal, de trabajar en ese filo de tu propia educación sentimental?

N.M.: Muchas veces vuelvo a esos territorios de la infancia, o a la adolescencia, porque son terreno fértil para toda clase de ritos iniciáticos. Y para mí ahí siempre hay algo importante que contar. Hablar de la primera menstruación, por ejemplo. ¿Qué mujer no recuerda su primer sangrado? ¿Cuánto sabemos de ese día en nuestras madres, nuestras amigas? Es una etapa de la vida donde nos enfrentamos por primera vez a la muerte, al amor, a la frustración, al miedo. Y seguramente eso nos marque a fuego, ayude a moldearnos, nos marcará para siempre.

Otro de mis relatos preferidos es "La amiga de mamá". En ese cuento también aparece la situación de una inesperada independencia referida a un territorio, al apartamento que el padre le regala a Federica para elaborar una disputa afectiva con su madre.

N.M.: Exacto. Y volviendo al "cuartito del fondo" es eso de que la vida puede derrumbarse, cambiar o darse vuelta en un abrir de cerrar de ojos. En este caso quise construir un escenario de confort, de abundancia y seguridad que poco a poco se va resquebrajando. Cuestionar los vínculos familiares, qué es ser hija, qué es ser madre, el despertar sexual… Había varias cosas de las que quería reflexionar.

¿Qué influencias reconocés, cercanas o lejanas, en tu escritura?

N.M.: Mi brújula casi siempre ha sido el cuento norteamericano del siglo XX, y cuanto más depurado y libre de adornos, mejor. Pero también me gustan autoras que siguen trabajando, como A.M. Homes, Alice Murno, Margaret Atwood, por ahí. En cuanto a las niñas de este libro, creo que mi modelo está en algunos libros que adoro, como Frankie y la boda, Matar a un ruiseñor o Un árbol crece en Brooklyn. Niñas que, como dijo perspicazmente Lucía Campanella en la presentación, parecen Pippi Mediaslargas. Hay algo en esas nenas que las hace un poco raras, pillas. No quieren crecer porque no les gustan las reglas que el mundo tiene preparadas para ellas.

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