no somos hombres ni mujeres


Las obras reunidas en la exposición Jaque (CCE, Montevideo, 2018) apuestan a provocar, a que el espectador no salga ileso de la experiencia de mirar/interpretar/sentir. No se busca la complicidad ni sumar adeptos, aunque el punto de partida sea un manifiesto disidente y desobediente de todas las cartografías más o menos reconocidas del arte, de la política y del cuerpo.
Como todo manifiesto, el texto firmado por Lucía Ehrlich y llevado al formato video-performance por Agustina Beceiro, utiliza la radicalidad y la confrontación. Y se convierte en obra en el excelente video curatorial titulado El beso azul, al asestar un puñetazo al paradigma binario, el de ellos y ellas, el de mujer y hombre como modelos estáticos. Es un manifiesto, sí, pero es un manifiesto que se reconoce ilegítimo y que al mismo tiempo da en el blanco cuando acusa a las "ficciones políticas" que nos categorizan y no son más que simples disfraces.
Cada obra de Jaque abre nuevas provocaciones. La sensación es de mutación, de que todo se desplaza, de que los sentidos y significantes se corren y es necesario expandir las fronteras. Mayra da Silva propone en Sin perder la raíz una sugerente instalación compuesta por cepillos y peines cargados de pelos de diferentes personas; Irene Guiponi y Juan Gallo intervienen el famoso retrato de la estrella pop Beyoncé embarazada, y arman varias mutaciones que llevan a una cosmovisión trans; María Mascaró reúne cuarenta y nueve contratapas de la revista deportiva Ovación, dejando en evidencia el ridículo sexista de la sección "Ellos y ellas" y el absurdo marketinero de la ficción binaria.
Hay más obras, algunas de ellas apelando al humor inteligente y saludablemente agridulce, como el "feministómetro" o la video-performance La túnica. Y en el medio de la sala, se observan los restos del territorio donde se jugó Porno-compost, una performance colectiva realizada el día de la inauguración de Jaque por Irene Guiponi, Emiliano Sagario, Javier Cóppola, Alejandro Grimm, Victoria de Mello, María Eugenia Mahía, Pía D’Andrea y la propia Lucía Ehrlich, todos cuerpos en acción y decididos a mostrarse mutantes.
Lucia Ehrlich es, antes que nada, una activista. Define su trabajo como manifiestos feministas que encarnan acciones performáticas callejeras, instalaciones y video-performances. Egresada de la Université Paris VIII Vincennes-Saint-Denis en artes plásticas, es investigadora en temas de género y actualmente investiga en el posporno.
El CCE la convocó para desarrollar una acción expositiva y ella propuso -en lo que es su primer proyecto curatorial- un análisis plural de la situación de la mujer desde un colectivo de artistas emergentes. El resultado es Jaque, que más que una exposición es una plataforma que convoca a la desobediencia y a revisar cualquier conclusión homogeneizante relativa a los géneros. "Travestimos las piezas del ajedrez del amo. Hackeamos la estrategia del ajedrez del amo. Somos hackers. Sudacas. Jaquers... Y declaramos el jaque", dice un pasaje del texto curatorial de Ehrlich sostenido por el video El beso azul.

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¿Cómo armaste el equipo de Jaque?
Lucía Ehrlich: Llamé a artistas y no artistas que me gustan, que me excitan, que conozco y quiero mucho, que no conozco y quiero mucho, que me provocan. Llamé a artistas que trabajan desde los márgenes, que son políticamente incorrectos, que arrastran ilegitimidades. Llamé a cuerpos que ocupan sus estigmas, y los convierten en plataforma de acción política. A cuerpos que existen, resisten, luchan y gozan desde lenguajes que el arte puede albergar por su condición de vacío legal, de antiinstitucionalidad. El arte se banca discursos que van hasta en contra del arte mismo, y por eso sigue siendo una cosa hermosa.

¿Es una exposición o una acción política?
L.E.: Te diría que la primera pregunta que se nos apareció, cuando empezamos a preparar Jaque, fue el para qué. ¿Para qué exponer en una institución? ¿Para qué exponer? No niego, por ejemplo, que nos resultó divertido -con todo lo profundamente político que eso significa- lo de ser una suerte de teloneros de una muestra internacional de arte feminista. Nosotros estamos en el subsuelo del CCE y la otra exposición está arriba nuestro. Entonces decidimos ocupar ese espacio, porque ocupar es una subversión transitoria, es estratégico, es habitar un espacio con criterios propios, escurrirlo hasta sacarle toda su autonomía. Ocupar es casi una traducción de hackear.

¿Qué relatos se fueron construyendo en los diferentes trabajos que se exhiben en Jaque?
L.E.: La muestra, entre queriendo y sin querer, se fue convirtiendo en una arqueología de nuestros goces. En un relato cruzado de cómo fuimos desmantelando la puesta en escena de todas las verdades, no para encontrar una nueva, sino para divertirnos en la ficción. El goce es político. Hay sistemas enteros montados para producir y controlar
nuestros goces. Sistemas que necesitan que seamos productos de mercado. Identificables, de un valor determinado, de un uso concreto. Hay una potencia anticapitalista, antipatriarcal, decolonial, en el código de barras fallado.

((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 2018. fotos: Delfina Martínez))

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