historia oral del rock uruguayo


La edición de Nos íbamos a comer el mundo viene a llenar un vacío en lo que se ha escrito de música rock en nuestro país, al enfocarse en las diferentes movidas y escenas entre los años 1990 y 2009. Kristel Latecki se encargó de reunir decenas de testimonios con el plan de armar un relato fragmentario y de múltiples versiones. Logró un libro de lectura imprescindible.

Uno de los libros más potentes que se hayan escrito sobre una movida artística es Please Kill Me, una suerte de historia oral del punk que se lee como una novela más antropológica que musical y oficia de retrato de lo que sucedió en Nueva York, Londres y otras ciudades a finales de los años 70. Es un libro que tienta a salir a buscar testimonios de otras escenas, a seguir esa efectiva estructura basada cien por ciento en la subjetividad de la entrevista.
La periodista musical Kristel Latecki suma entre sus referencias, a la hora de salir a buscar historias del rock uruguayo de los últimos veinticinco años, la lectura del emblemático libro de la dupla McNeill-McCain. No llama la atención que Nos íbamos a comer el mundo apele al testimonio puro y duro. Y en lo que se refiere estrictamente a la bibliografía sobre rock uruguayo viene además a llenar un vacío, porque poco y nada se ha escrito y reflexionado de los años 90 del siglo pasado al presente, enfocándose los principales trabajos publicados en los años 60 y 70 (territorio casi exclusivo del especialista Fernando Peláez en los volúmenes De las cuevas al Solís), o en los 80 de la posdictadura (los libros En la noche de Mauricio Rodríguez, Errantes de Gustavo Aguilera y Quiero puré de Leo Lagos).
El libro de Kristel toma, como se dijo, el camino del testimonio. Ella es la que decidió el plan de ruta, los entrevistados, los temas, el guion, pero decidió desaparecer para dejar todo el espesor del volumen a las declaraciones, a las opiniones diferentes, a las versiones que hacen a la historia más sabrosa y abierta que antes de empezar la lectura. Es inevitable, entonces, la tentación de conocer los intereses de Latecki y su forma de ver y entender, tanto al rock uruguayo como su relación con la música que la llevó a encontrar su vocación en el periodismo musical.

¿Cuándo tomaste conciencia que una parte de los intereses de tu vida tenían que ver con el periodismo musical?
De chica escuchaba mucha música, y a los trece empecé a estudiar guitarra... Pero al poquito tiempo vi la película Almost Famous y me acuerdo que cuando volví a casa escribí mi primera nota, con lapicera. Y la edité millones de veces, así que hubo varias versiones. Ahí creo que no me había caído la ficha totalmente, pero cuando tuve que decidir una orientación y carrera opté por comunicación y periodismo. Como que nunca lo dudé. Siempre supe que quería hacer algo relacionado con la música, y sentía que nunca iba a poder ser músico por mi timidez. Me gustaba escribir, recomendar cosas, así que el periodismo era el camino y se transformó rápidamente en mi vocación. Por ahí aparecieron los blogs, y tuve varios. El único que trascendió fue Ted el Mecánico, que lo llevamos a cabo con dos amigos. Aparecieron las revistas de distribución gratuita que me inspiraron muchísimo. Y también el programa Radiochicas. Mandé currículums y cosas para todos esos lugares y nunca quedé...
Yendo más atrás en el tiempo... ¿Cómo fue tu vinculación con la música?
Buscando el recuerdo más temprano, seguro que tuvo que ver con los discos de mi padre. Él siempre fue muy pop-rock digamos; era un señor que le gustaba desde Fleetwood Mac a Lenny Kravitz. Nada uruguayo. Mi casa no fue particularmente musical, pero habían discos y sonaban.
¿De qué manera fuiste resolviendo y desarrollando tu gusto personal?
Empecé a resolver mi gusto primero gracias a la radio y a MTV, y después con Internet. Fue a través de MTV que me empezó a permear toda la movida boyband de fines de los 90, de la cual fui muy fan, y después de más grande recibí coletazos tardíos del grunge o del rock más pesado. Eso fue lo que me enganchó más de adolescente. Fue ahí que di con bandas como Smashing Pumpkins y Garbage, de las cuales me hice muy fan enseguida, o mujeres cantantes con rabia, tipo Alanis Morissette o PJ Harvey, que siempre me atrajeron muchísimo. Y después, ya entrados los años dos mil, con Internet se hizo más fácil tener todo al alcance. Me acuerdo que usaba mucho la página de Banda Joven para escuchar bandas uruguayas, por ejemplo. O mucho Torrent para bajar discografías enteras.
¿Por qué decidiste comenzar tu investigación, en principio como trabajo universitario, por los boliches de rock de Montevideo? ¿Qué buscabas y qué encontraste en esas historias?
El tema de los boliches surgió porque tuve que ampliar el marco de estudio de mi idea original para la tesis, que era investigar BJ. La idea nació, en parte, por lo que estamos viviendo ahora, que los boliches que abren las puertas a bandas de rock deben sortear una enorme variedad de problemas para funcionar, o terminan directamente clausurados. Y quise explorar qué había pasado en todos esos lugares, de los cuales a diez o veinte años después que cerraron todavía se habla de ellos. Me generaba curiosidad saber por qué fueron tan importantes para las bandas y el público, y por qué son recordados con tanto cariño. De Juntacadáveres no sabía nada, pero por ejemplo de Pachamama y BJ sí. Lo que encontré en las historias fueron muchos denominadores en común, y situaciones idénticas a las actuales. En todos los casos, fueron boliches ideados y dirigidos por personas que lo hicieron de una manera vocacional, que sintieron la necesidad de dar un escenario a los artistas, que laburaron por y para ellos, y que encontraron diferentes palos en la rueda, que son los mismos que ahora: ruidos molestos, problemas con la Intendencia, dificultades económicas. Me gustaría que de alguna manera esa información recabada sirva como de testimonio para tomar conciencia de lo importante que son los boliches, no solo para la vida nocturna y el esparcimiento, sino también -y más importante- para la vida artística de la ciudad.
¿Y en el plano de lo estrictamente artístico, de lo musical, qué sorpresas te fuiste encontrando al sumar testimonios?
Las sorpresas las encontré sobre todo en los años noventa, porque no sabía mucho de lo que había sucedido. La crudeza del contexto político y social no la conocía. El alcance de las razzias entrada la década de los noventa fue algo que me sorprendió. Las amistades y simpatías que surgieron entre las bandas de Juntacadáveres, el peso que tuvo Chicos Eléctricos entre sus coetáneos, las ramificaciones del barco Cargo 92, los músicos que vivieron exiliados y trajeron una visión diferente. Creo que al no tener una idea muy definida, todo me pareció fascinante; es más, me hubiera encantado estar ahí. Ya de los 2000 en adelante, al haberlo vivido, no encontré sorpresas sino reafirmaciones, y me pareció más interesante la contraposición de reflexiones diferentes sobre el fenómeno del rock en sí. Tal vez mi mayor revelación, que hizo que hacer el libro tuviera sentido, fue encontrar que los fenómenos rockeros uruguayos de ambas décadas estaban tan ligados. Como mi despertar musical uruguayo fue en el 2000, pensaba que todo era nuevo, que todo era ahora, pero en realidad se venía gestando desde mucho antes.
¿Por qué decidiste "desaparecer" casi completamente del libro? ¿Es influencia de la estructura utilizada en el libro Please Kill Me?
Es un poco de todo. Es sin dudas una influencia de Please Kill Me y también de Everybody Loves our Town, otro libro excelente y menos conocido, y también de la misma intención de hacer algo testimonial. ¿Qué mejor que dejar que la gente que lo vivió te cuente de primera mano? A mí, como lectora, me resulta mucho más atractivo que los protagonistas cuenten directa y coloquialmente lo que vivieron, que leer un discurso en tercera persona. Meterme yo en un baile del cual no participé, me resultaba raro. Y como me encantan los puzzles, armar la narración oral fue armar uno de millones de piezas que no estaban hechas en principio para estar juntas, pero que formaron una imagen nueva.
El rock en uruguayo, y el periodismo musical en particular, sigue siendo un mundo muy masculino. ¿Cómo fuiste manejando esa situación y qué cosas te siguen llamando la atención de una cultura -la del rock más ortodoxo- que relega a la mujer al estereotipo de groupie?
Lo que siempre digo sobre el tema "faltan mujeres en la música uruguaya", es un círculo vicioso: como no hay, o hay pocas, las chicas que están abajo entre el público no tienen la oportunidad de verse reflejadas arriba del escenario. Por lo cual no se inspiran y no piensan "yo también puedo hacerlo". Por eso me parece que si bien hay "pocas", hay que mostrarlas. Yo no sé si eso pasa exactamente con el periodismo musical, aunque sí, pensándolo bien también es un rubro muy masculinizado. Yo nunca sentí una barrera, sino el deber extra de demostrar que sé lo mismo o más que otros, que mi opinión vale lo mismo que otras. Y eso se logra con laburo, nada más. Y sí, a veces cansa. Me pasó muchísimas veces de no ser escuchada, o que hablen encima mío. Y eso me da la rabia suficiente como para seguir demostrando que puedo. Hoy por hoy, por suerte, hay varias colegas periodistas que cubren música o espectáculos y con mucha seriedad. Y creo que eso es muy sano para el rubro... Sobre el estereotipo, creo que ya a partir del 2000, cuando el rock empezó a nutrirse de más público, se entendió de que hay gente que está por la música y no por el músico. Aunque a veces van de la mano, vamos a ser sinceros. Y como periodista me han subestimado, me han tratado de chiquilina, pero nunca faltado el respeto.
Me acuerdo, por ejemplo, de la polémica que armaste cuando llamaste la atención, en una nota, que la foto publicitaria de la fiesta Aquel Abrazo tenía solo artistas hombres...
Eso fue algo que empezó porque me dio mucha rabia. Entiendo que luego se generó un disgusto y una atención negativa hacia el evento, pero mi intención fue primero mostrar un error que nadie vio en el momento de idear y publicar una publicidad, y segundo generar una conversación y una acción al respecto. Si bien habían artistas mujeres programadas en el festival y otras tantas trabajando tras bambalinas, nadie se dio cuenta de que en la publicidad más importante que sacaron previo al evento no aparecía ninguna. Eran todos hombres ilustrando a un festival que tenía a la diversidad como bandera. El tema fue que ese gran objetivo, y la ejecución de la publicidad, entraron en completa contradicción. Y nadie se dio cuenta. Eso me dio rabia, porque refleja otros problemas más profundos.

((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 09/2016))   

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