Sáez en el patio del FAC con las obras de la serie Montevideanos. Foto: Natalia de León. |
Hacía ocho años que
el pintor Sebastián Sáez no presentaba una muestra individual. Sus
retratos, de inusual gran formato y pintados sobre papel, se han
visto en numerosas ocasiones en colectivas y en salones,
distinguiéndose por el uso de colores fuertes y una intencionalidad
contemporánea subrayada por la vestimenta tribal de los retratados,
además del talento para darle luz a las miradas y gestos. Poco se
sabía sobre lo que estaba generando en su taller del FAC, por lo que
la sorpresa de la serie Montevideanos se
potencia al apreciar un concepto diferente en su obra reciente. El
artista decidió quitar el foco sobre la vestimenta, eligiendo el
desnudo como tema. Y los fondos, habitualmente neutros sobre colores
claros y pequeños detalles propios del pop, muestran ahora
figuraciones selváticas o bien escenarios de La Divina
Comedia.
La
última obra que pintó Sáez antes de terminar el montaje de
Montevideanos en
Lindolfo, fue el retrato a la militante afrodescendiente Tania
Ramírez. "La elegí por su militancia por la comunidad negra",
explica el pintor. "Hablamos bastante sobre cómo sería la obra
y de las determinadas posibilidades estéticas, aunque al final esas
ideas iniciales se vieran modificadas durante el transcurso de la
creación. El resultado por suerte estuvo a la altura de mis
expectativas, pese al poco tiempo que tuve para terminarla... Tenía
la muestra en un par de meses y el óleo demora mucho en secarse".
Es importante acotar la dimensión espacio-temporal de las obras de
Sáez, no solo por la elección del gran formato sino por la
particularidad de que cada retrato le llevó un promedio de dos meses
de arduo trabajo. Empezó a trabajar la
nueva serie a mediados del año 2010, con ganas de cambiar e
investigar otros temas. "El tema del desnudo empezó con unos
papeles donde retraté a Ce Dulce, y después sobre cartón a Arai
Moleri. Siempre tuve en mente trabajar con el desnudo, pero como que
no llegaba el momento, era como que primero tenía que “agotar”
los trabajos que venía realizando".
Uno a uno fueron tomando
forma, en su taller en el FAC, los retratos a Ana Inés Maiorano,
Fabricio Guaragna, Marcos Medina, Ana Sec, Romina Peppers, Agustina
Ruiz, Noelia de la Rosa, Daia, Anaclara Talento, Javier, Adela
Casacuberta, Gimena Pino, Camila G. Jettar y Tania Ramírez. "La
elección no fue al azar... Elegí gente vinculada al medio cultural
-artistas, poetas, escritores, diseñadores, fotógrafos, cineastas,
militantes-, y con la cual yo debía tener cierta afinidad, los
conociera o no".
En una entrevista
que te realizara Colette Hillel, por esta nueva serie Montevideanos,
contás que cada obra te
llevó un promedio de dos meses de trabajo. ¿Por qué sentís la
necesidad de subrayar esa particularidad de tu proceso creativo?
Eso lo debo de haber
dicho para que se entienda que una obra tiene todo un proceso
creativo donde cada cosa que uno haga no es porque sí; desde la
elección del modelo, la elección de las imágenes, la composición
de la obra y el color. Cuando me hacen preguntas vinculadas al
proceso creativo, siempre cuento que me lleva mucho tiempo realizar
una obra. Debe ser porque soy muy consciente del trabajo y el tiempo
que lleva. Cuando terminé de montar esta muestra, de las primeras
cosas que se me vinieron a la cabeza fue la cantidad de tiempo que me
llevó hacer las quince obras que tenía colgadas. En este caso, cada
obra la empiezo a bocetar una vez que tengo el “si”, del modelo o
la modelo, y el tiempo que transcurre entre ese “si” y el día en
que tenemos la sesión de fotos puede ser también muy largo, de
hasta ocho meses en algún caso.
¿Qué diferencias
vivenciás, como artista, entre estos nuevos trabajos y los
anteriores?
Una
cosa que surge y que hace una gran diferencia, entre el desnudo y el
retratado vestido, es que, claramente, la persona está despojada de
esa “coraza” que implica la vestimenta. La vestimenta también
podría interpretarse como un discurso que la persona quiere que se
transmita sobre sí misma, consciente o inconscientemente, y al estar
sin ropas la persona queda más expuesta desde todo punto de vista, y
eso de alguna manera refuerza la metáfora. Pero hay algo que no
cambia, y es que la parte esencial del retratado sigue siendo la
mirada, o la ausencia de mirada. Los ojos, esté vestido o desnudo,
siguen siendo la parte vital para interpretar la obra.
Además de los
desnudos, hay en tu nueva serie un trabajo novedoso en los fondos,
con colores fuertes e imágenes que lejos están de ser neutras.
¿Cómo fuiste desarrollando esos juegos entre retrato y fondo?
Los fondos surgen, un
poco de los escenarios de La Divina Comedia de Dante, y otro
poco de poco de fotografías que tomé en las selvas peruana y
colombiana. Estos fondos ayudan a complementar la metáfora de la
obra junto con el retratado. La elección del título tiene un papel
importante en la muestra. El ponerle Montevideanos baja a
tierra todo ese “mundo” selvático, y todo el trabajo toma su
verdadero curso, que no es el de mostrar la selva sino el de retratar
a ciertos montevideanos.
¿Por qué hay tanta
predominancia de tonos azules?
El azul hace referencia
a la nocturnidad de varias de las obras. Y, como ya dije, la mayoría
de las obras son de paisajes dantescos...
¿Cuánta es la
importancia del retrato, como tema de la pintura?
Pienso que lo
interesante del retrato, en la pintura, es ese lugar de resistencia a
la pérdida del aura, a la que se refiere Walter Benjamin, lo cual es
más que importante en esta era de la reproductibilidad técnica, que
incluye fenómenos como los de Instagram o las selfies.
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