La
bailarina y coreógrafa Ivonne Pahlen propone una mirada diferente,
desde el lenguaje del cuerpo, a las marcas que dejó la dictadura. El
espectáculo Como se vuelve al amor
se centra en historias de resistencia, de renacer.
Daniella
Pássaro, Laura Pirotto y Ruth Ferrari son las tres bailarinas que
trabajaron con Yvonne Pahlen la construcción de un obra que -desde
la danza, desde el lenguaje propio de la escena- vuelve una y otra
vez a una serie de preguntas que suelen tener respuestas desde la
frontalidad del testimonio escrito o audiovisual, pero pocas veces
desde el cuerpo. El cómo vivimos en los años de dictadura se
desplaza, en la investigación escénica de la directora y bailarina,
al volver a la vida cotidiana, a ese tránsito de la resistencia a la
necesidad de renacer, con una herramienta que pocas veces se instala
en el juego de la memoria: el amor. Dice Pahlen que no hay que
temerle a la palabra, mucho menos a la acción removedora y sanadora
del amor.
Como
se vuelve siempre al amor, como
creación coreográfica, está fuertemente imbricada con la memoria
musical. De hecho, las elecciones de la coreógrafa remiten a sonidos
que se relacionan con diferentes momentos y emociones personales. Hay
un detalle, no menor, en la presencia de composiciones del norte y
del sur, en un contrapunto que puede llevar de Mozart a Fattoruso, o
la propia inclusión de una pieza muy especial -el "Vuelvo al
sur", de Astor Piazzolla- versionado por Rodrigo Pahlen con
arreglos armónicos propios de Schumann, cruzando en este caso tiempos
y lugares. "Yo siempre viví en un eterno norte-sur, porque mi
padre era vienés y mi madre es uruguaya", dice Pahlen, y es un
buen pretexto para que la conversación parte desde ese origen y sino
musical.
¿De
qué manera fuiste armando la banda sonora? ¿Qué sonidos
buscabas para la obra?
YP:
La banda sonora fue lo primero. Eso suele pasar en mi trabajo. En mi
modo de encarar mi profesión, la música siempre es un hilo
conductor, un guion. Viví sumergida en las músicas que elegí para
la obra: en mi infancia, en el exilio, en la vuelta. La canción
francesa me rodeó en el exilio y está intervenida por el "Doña
Soledad" de Zitarrosa, que me lo llevé conmigo; Mozart es mi
padre, es el piano de mi infancia, es el norte. También está
Fattoruso, una música que me habitó en mi vuelta a Uruguay. Y "La
novicia rebelde", que toda la vida significó el sueño, la
ilusión, ya sea de volver, o de salir. Y los silencios, los grandes
silencios que hacen a la música, también están.
¿Cuál
fue la necesidad que tuviste de indagar, desde tu rol de
creadora escénica, lo que se vivió durante la dictadura?
YP:
Quise contribuir a recordar y registrar situaciones poco contadas por
quienes las vivimos, cotidianas, íntimas, privadas; registrando
momentos, destellos en los que la gente se rescató, resistió,
sobrevivió, renació. Sentí la necesidad de contar -a mi manera- lo
que me pasó a mí y a tantos otros. Tuve que investigar para saber
qué había ya hecho sobre este tema, para informarme y construirme,
desde la literatura, el cine, el teatro, la danza. Así pude lograr
la delicadeza, el pudor, la potencia que requiere un relato de esta
naturaleza, porque estamos tratando con mucho dolor, mucho
sufrimiento y mucha vida. Por eso también hicimos entrevistas a
personas que testimoniaron su experiencia y las preguntas fueron
esas: qué pasó con tu cuerpo, qué sentiste, dónde, qué olor
recordás, qué imagen, qué palabras.
¿Cómo
sentís que opera el ejercicio de la memoria?
YP: Si
hay una memoria en Como se
vuelve siempre al amor,
es la memoria de qué nos pasó más que la de qué pasó durante la
dictadura; eso es lo que quise buscar y expresar. Lo dice el texto
del programa: cómo vivimos, cómo volvimos, cómo resistimos. Por
eso trabajamos desde los sentimientos, desde las sensaciones,
buscando la memoria del cuerpo.
¿Cómo
se pasa del testimonio, de la memoria, de las experiencias propias,
al lenguaje de la escena, del cuerpo y -por qué no- también de la
palabra? ¿Cómo fue el trabajo con las bailarinas?
YP: El
trabajo con las bailarinas fue en primer lugar nutrirlas, darles
contexto, con cartas, objetos, entrevistas y también párrafos
seleccionados de tres libros que para mí fueron decisivos: Oblivion
de Edda Fabbri, El furgón de los locos de Carlos Liscano y
Cuando el emperador era dios, de Julie Otsuka, una autora
japonesa de la que se leen unos textos en escena para mencionar algo
de lo que nos pasó a nosotros hablando de lo que le pasó a otros.
Luego trabajamos desde la armonización y danza, a partir de
consignas, de sugerencias, de resoluciones escénicas surgidas de mis
propias lecturas, y así fui eligiendo del material que ellas iban
planteando. En un momento llegamos a catorce situaciones, o momentos,
o escenas, de las que tuvimos que resignar varias que quedaron a un
costado, para seguir trabajando hacia nuevas creaciones.
¿Cómo
fueron llegando al concepto de "volver al amor"?
YP: Como
se vuelve siempre al amor es un hecho y un deseo.
Volver al amor es volver a la paz, al estar en armonía; es el anhelo
humano por excelencia. Es más que curar heridas, es un estado o un
momento del alma y una posibilidad que tenemos todos de restaurar
para contar, porque una cosa es contar desde la rabia y otra desde el
amor; uno siempre puede aspirar a estar en vida, a estar en amor,
abrazando todas las emociones, desde las más positivas hasta las más
negativas. Algo que no es fácil. Pero por lo menos acercarnos a la
posibilidad de estar en amor. No hay que tenerle miedo a la palabra,
el amor no es algo rosadito con forma de corazón, es un estado
complejo, feroz, tanto que muchas veces se logran apenas momentos,
que deberíamos lograr todos los seres humanos, especialmente después
de algo tan horroroso como vivir bajo el terrorismo de Estado. Cómo
contar, cómo hacer un relato de la peripecia si no se le da una
vuelta más a todo lo vivido. Fabbri y Liscano, en sus obras, cuentan
lo que cuentan porque pudieron pasar a esa otra mirada, porque le
dieron la vuelta, porque llegaron a abrazar todo lo que les había
pasado.
((artículo publicado en la revista CarasyCaretas, 10/2015))
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