Acaba de terminar una función de
"Shanghai". Es una de las noches más frías del invierno
de 2011 en Montevideo. Se respira perplejidad. Pasó algo, ahí, en la escena. Una
intriga de cajas dentro de cajas, de corredores, de clonaciones, de
avatares, de identidades, de historias que se meten en otras
historias.
Hay una neutralidad riesgosa en la
puesta. La distancia entre la ficción y la representación se vuelve
casi cero. No es una simple horizontalidad en busca de la participación del espectador. No se trata de
eso. Es simplemente que lo que está ahí, lo que sucede, es una experiencia frágil. Ya lo dije: no hay exactamente representación.
Hay una conversación fugaz con un
grupo de espectadores. Algunos de ellos son turistas españoles. Les
ha gustado mucho la obra. Uno de ellos, un tanto sorprendido, no deja
de asombrarse por la similitud que encuentra entre "Shanghai"
y un libro que acaba de leer. Le pregunto por más datos. Me dice
el título y el autor. Anoto: "Constatación brutal del
presente". Anoto: "Javier Avilés".
Googleo.
Miro la portada.
Leo algunas reseñas.
Busco información sobre el autor.
Es español.
Es adicto a la ciencia ficción.
Es blogger.
La probabilidad de encontrar un ejemplar de su libro en Montevideo es igual a cero.
La probabilidad de encontrar un ejemplar de su libro en Montevideo es igual a cero.
No me rindo.
Le escribo a un amigo que vive en
Zaragoza.
Un tiempo después, algunas semanas,
meses, no recuerdo bien, recibo el libro por correo.
Intento leerlo. No puedo avanzar de las
primeras líneas. No es que me decepcione. Siento, debo confesarlo,
el pánico del espejo. Hay algo ahí. Tenía razón el
espectador-turista. Hay algo. Ahí. En esas páginas.
Me desentiendo.
Dejo el libro en la pila de libros que
esperan turno para ser leídos.
Cuatro años después, finalmente, me
atrevo a leerlo. Durante todo el tiempo que el libro permaneció ahí,
esperando, ensayé diversas ideas a partir del título. Fantasías.
Obsesiones. Muchas de mis cavilaciones pasaron por la defensa del
presente como tiempo utópico de un relato. Una ficción en presente.
Es imposible. Romper la línea entre lo narrado y lo que sucede al
leerlo. Llegar al tiempo cero. Para que eso suceda, y lo tiene más
que claro Javier Avilés, debe desaparecer el narrador. También el
lector. Es fácil enunciarlo, muy difícil lograrlo en el papel.
En la escena, como sucede en cada
función de "Shanghai", debe hablarse de teatro
posdramático. Lo probamos antes, con mi gran amiga y traductora escénica
María Dodera, en "Groenlandia" y en "Berlín".
Lo estamos probando en un espectáculo que vendrá, que posiblemente
se llame "Montevideo". El texto que estoy escribiendo, sin
embargo, lo titulé tentativamente "Una obra que se resiste a
ser llamada Montevideo".
Me resistí a leer el libro de Avilés.
Finalmente lo hice.
No tiene, en apariencia, absolutamente
nada de "Shanghai".
Sin embargo, constato que son obras de
una extraña similitud, casi gemelas.
No es mi intención anticipar nada
sobre lo que sucede en lo que escribió a Avilés. Temo terminar confundido
y confundirlos, a ustedes, posibles lectores. Sería como intentar
contarles de qué trata "Shanghai". O cualquiera de mis
otras obras.
Los autores deberían tener prohibido
hablar sobre sus creaciones.
Es posible que al día de hoy, la noche
más fría del invierno de 2015, haya solamente dos lectores que
hayan experimentado "Shanghai" y "Constatación brutal
del presente".
Uno de ellos es el español que estuvo
en una de las funciones en el sótano del ex Bazar Mitre.
Si llega a leer estas líneas, tal vez
aporte alguna luz.
Si llega a leer estas líneas Javier Avilés, lo invito a la lectura de "Shanghai", en su versión texto teatral, que anda por ahí, disponible para kindle o en papel en un libro de la editorial mexicana Paso de Gato.
"Hace años que me observo
enredado entre cables y tuberías; me observo mientras trabajo y
mientras escribo y mientras me camuflo fingiendo no ser yo,
construyendo una ficción en torno a la ficción".
Javier
Avilés, de "Constatación brutal del presente".
"El problema de la sociedad
contemporánea es que cada ojo que vigila necesita multiplicarse en
otros ojos que controlen lo que se vigila. Ojos consumidores y
controladores. Es el contrario del panóptico. El sistema inverso,
ridículamente inverso. Una utopía destinada al fracaso. Porque todo
se convierte en ficción. Demasiados ojos. Demasiados ciegos.
Demasiada burocracia. El sistema se vuelve parasitario, ineficiente.
una burbuja".
G.P., de "Shanghai".
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