El
vuelo, con dirección de María Dodera, es el
tercer espectáculo de Iván Solarich como actor-dramaturgo -en la
línea de Comunismo
Cromagnon y
Pogled-. Lo acompaña en escena el músico Federico Deutsch. Antes de estrenarse en Montevideo, la obra fue presentada en Argentina, Cuba, España y Portugal.
Hace
un par de años, el actor Iván Solarich le planteó a la directora
María Dodera llevar a escena el texto de la obra Potestad,
del argentino Pavlovsky. Empezaron a darle vueltas al proyecto, pero
fue un viaje, más estrictamente un “vuelo” de Solarich a Seúl,
que los hizo desviarse. “En el viaje de ida, larguísimo, de
treinta y seis horas, tuve la sensación de irme instalando en otro
tiempo”, recuerda el actor. El viaje al este, hacia el “día
siguiente”, le llevó a escribir, casi desesperadamente, en el
mismo avión, el borrador de El
vuelo.
***
¿Qué
te dijo Dodera cuando le planteaste cambiar de proyecto?
Ella
dijo que me firmaba un cheque en blanco y que guardáramos para mejor
tiempo el texto de Eduardo. Y así empezamos. Fueron casi nueve meses
de trabajo, entre la escena, improvisaciones y una escritura que
iluminada por las propias acciones del ensayo, se prolongaba en el
escritorio por la madrugada. Pero la génesis ya estaba en ese vuelo,
en ese avión, en esa luz en el horizonte.
Los
primeros preestrenos, o muestras, fueron en festivales. ¿Por qué se
fue demorando el estreno en Montevideo?El
espectáculo fue creándose en la perspectiva de alimentar la
cartelera de El Mura, la futura sala que tendrá el Mercado Agrícola.
Pero por muchas razones, la apertura no se dio cuando el espectáculo
comenzaba a estar maduro, y justo ahí llega una invitación para
concurrir al Festival de Formosa, un precioso festival de provincia
en el norte argentino. Y decidimos que íbamos a preestrenar, porque
sentíamos que casi estábamos. Y fuimos, y en la propia adaptación
al espacio, en la relación novedosa por la cercanía y el encare de
la actuación y la música en vivo, encontramos las señas de
identidad que nos faltaban para el espectáculo. Después de Formosa
sentimos que ya estábamos para estrenar, y eso fue lo que hicimos en
noviembre pasado, en el Festival de La Habana. Una experiencia
alucinante por la comprensión del público, el vínculo emocional
con el resto de los pasajeros-platea; en definitiva, por el triunfo
de un acto de comunicación, de comunión.
Después
del estreno de noviembre, en La Habana, El
vuelo fue
invitado a Cuba para una gira de un mes... ¿Cómo
fue la experiencia en Cuba?
Las
dos experiencias en Cuba fueron maravillosas. Apenas terminó la
primera función en el Festival, nos dimos cuenta todos que había
pasado algo lindo, algo importante, para nosotros y los espectadores.
Porque en las devoluciones, el público ampliaba el registro de lo
visto, porque eso logra el teatro, ampliar el registro de lo visto.
Amplificarlo, retroalimentarlo. Pero además, porque la gente en Cuba
es culta, instruida, escucha, se interesa. No hago apología de Cuba.
Simplemente hay que visitarla y hablar con su gente. Y esto lo
pudimos comprobar cuando en febrero volvimos por casi un mes, pero
ahora para recorrer el interior, las provincias. Y nos encontramos
con más de lo mismo: interés, escucha, instrucción, reflexión.
Debo confesar que comprendí mucho mejor El
vuelo
a partir de Cuba. Hasta escénicamente descubrimos que lo podíamos
hacer arriba de un gran escenario a la italiana –como el Solís por
ejemplo-, con el público arriba junto con nosotros. Escena y esencia
nos llevamos de regalo de Cuba.
¿Qué
lugar ocupa el espectador en El
vuelo?
¿Cómo sentís al espectador en este tipo de espectaćulos como
Comunismo
Cromagnon y
Pogled,
en
comparación con otros?
Yo
creo que ha ido cambiando el lugar que ocupa el espectador, sobre
todo en cómo se articula el dispositivo de la comunicación en cada
uno de estos trabajos. Y esto no lo puedo ver como un propósito
aislado del actor que escribe, sino vinculado con mis tres directores
en este proceso: Ruben Coletto, Santiago Sanguinetti y ahora María
Dodera. En Comunismo,
una piedra esperaba en la butaca a cada espectador, mientras Stam (mi
colega de escena, un canarito) y yo, ocupábamos la escena de un modo
convencional frente a los espectadores. En Pogled,
un viejo sótano y una vieja platea de cine de barrio retenía a los
51 espectadores frente a una joven banda de rock y a un actor que
contando una película –y como parte de ella retazos de su propia
vida-, ponía en tela de juicio la validez del ejercicio de actuar. Y
en El
vuelo,
este dispositivo –de un modo muy simple- se lleva al extremo de
compartir la misma planta escénica con el público, en un sitio
donde no hay adentro ni afuera, donde todos somos el mismo plano, el
mismo lugar, porque en definitiva, todos estamos en un mismo vuelo.
De más está decir que me siento muy cómodo en la propuesta, porque
además de un ejercicio de casi no actuación, existe una
responsabilidad compartida, porque por la propia propuesta y el
dispositivo de la escena, todos somos seres teatrales en esa
circunstancia. Y entonces no estoy solo: somos ochenta seres
teatrales instalados, sin querer, en la convención del teatro.
Entonces me siento muy acompañado; en definitiva, con menos miedo.
¿Cuánto
es el desafío como actor que te plantean este tipo de trabajos, de
autoficción, en los que estás comprometido con tu propia historia
personal? En
mi recorrido teatral he realizado y realizo tareas bien diversas,
pero escribir... jamás. Llegué al teatro porque mis padres estaban
presos y yo también lo había estado, con 15 años, en la dictadura.
Y si no me expresaba, me moría. No llegué por la biblioteca. Y ahí
me empecé a encontrar, de la mano de mis entrañables maestros
Roberto Jones y Armando Halty. Muchos años después, por el 2008 y
luego de un receso de casi tres años, a consecuencia de la tristeza
por el cierre de Puerto Luna, tuve los mismos síntomas que treinta
años antes, me moría estrangulado por mis emociones y pensamientos
si no daba rienda suelta a mi cuerpo. Pero ya era un actor, y lo que
me faltaba, desde el silencio autoimpuesto, era la palabra. No me
alcanzaba con la ajena, debía ser la propia. Y me puse a escribir,
sin pensarlo. Casi como un imperativo personal, un grito. Comunismo
Cromagnon
sale en un mes. Borradores que al principio solo son escuchados por
mi esposa y mi hijo. Luego vino Pogled
y ahora El
vuelo.
Por supuesto que no invento nada nuevo. ¿A que me obliga todo esto?
A pensar mucho, a escuchar tratando de desacreditar prejuicios y a
creer que en definitiva muchos mundos navegan en tus propias aguas. Y
eso sí, tan propio y tan íntimo es lo que debes develar a tiempo,
para recorrer el camino de la autenticidad, para ser lo más fiel
-poéticamente fiel- a tu propia persona.
¿Cómo
estás para esta serie de funciones en la Zavala Muniz?
Con
expectativa, incertidumbre y muchos deseos. Siento mucha
responsabilidad, pero convertida en muchas ganas de salir a la
cancha, como imagino siente Lugano cada vez que pisa una cancha con
el brazalete de capitán en el brazo.
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