Mauricio
Ubal regresa al disco. El cantautor eligió experimentar, investigar
en la sonoridad de sus nuevas canciones. Para ello contó, en Arena
movediza, con el oficio en la
producción artística de Diego Azar. El resultado es Arena movediza, un disco
valiente, comprometido con la canción, que retoma la seductora
densidad de Como el clavel del aire y
Colibrí.
Un cuarto de siglo es mucho tiempo para muchas cosas. Cambian los
contextos, cambia la geografía emocional. Pero algunas cosas pueden
mantener su misma frescura, la misma y poderosa intención original.
Porque, como dijo un gran maestro, solo se puede encontrar la
originalidad cuando se va al origen. Y allá, hace un cuarto de
siglo, se editaba el primer disco solista de Mauricio Ubal.
Pienso en dos canciones -“Telón” y “Los postigos”- dos de
las más poderosas que integran aquel álbum
facturado en 1989. Tanguez impura. Milonga (casi) dark. Quería en
ellas, posiblemente, escapar de la ola cansada del canto popular, al
que prestó algunos versos y melodías que pegaron fuerte. Prefería
la fugacidad de la experimentación, el salto al vacío, y así
salieron esas canciones que anudaban una poética más íntima y
menos favorecida por el aplauso fácil. En ese mismo tren que venían
jugando otros colegas: Mateo, Galemire, Cabrera, Lazaroff, Roos.
Mauricio Ubal se mandó, un cuarto
de siglo después, un disco que asoma como un viaje al origen, sin
importar el costo ni lo tortuoso del trayecto. Sumó dos compañeros
de ruta, los incansables Carlos “Boca” Ferreira y Federico Righi.
Y se dejó llevar por un guía, más que un guía un traductor,
alguien capaz de mezclar las cartas de viaje y atreverse por nuevos
caminos. Esa es la tarea de Diego Azar en Arena movediza,
un disco en el que cada canción encuentra una identidad poderosa,
después de la deconstrucción, después de encontrar la percusión
exacta y sumar guitarras, ruidos, desechos, cosas, voces, la voz de
Ubal. Son las mismas canciones del cantautor; eso sí, dejando a un
costado la murga, jugado esta vez a sus cortes afro y milongueces. Y
están esos versos transparentes, a los que no sobra una sílaba y
pegan ahí, donde deben pegar.
***
¿Qué estabas
buscando y seguramente encontraste en el trabajo de Diego Azar como
productor artístico?
En
realidad, yo no lo fui a buscar. Se dio al revés. Un día cae Diego
por Ayuí y me propone que quería trabajar con un par de temas míos,
que le gustaría probar de hacer alguna cosa con ellos. Le mandé
unas maquetas y el loco empezó a laburar. El primero que armó fue
“Soplemos juntos”, que yo ya lo tenía más o menos terminado. Se
vino con un universo sonoro que a mí me pareció bárbaro. Era una
mirada distinta. Pensé que le haría muy bien a mis canciones. Era
bastante diferente a lo que yo
venía haciendo en cuanto a buscar la musicalidad. Diego va por otro
lado, no tanto por las secuencias armónicas, o de poner un
arreglo por acá y otro por allá. Si bien se habla de arreglos, como
que lo que está en juego es el cuerpo de la canción. Hay canciones
en las que se nota más que en otras, pero si yo trato de hacer ahora
otra versicón de “Tanto frío” -el tema que le dedico a Julio
Castro- sería muy raro. Quedó todo muy imbricado, como que la forma
es en realidad el contenido... Diego trabajó mucho con la
computadora. Transformó a las canciones. En definitiva, fue para mí
una sorpresa encontrarme con la forma de trabajo de él.
¿Qué canciones
elegiste para el disco?
Cuando
empecé a ver para donde perfilaba el disco, me dediqué a terminar
canciones... Tenía un montón de bocetos, así que me puse a elegir
los que más me gustaban para este disco.
Se siente en el
disco una cosa más candombera, con un énfasis fuerte en investigar
en percusiones...
Es
más afro, si querés. Va más por ese lado. Y no hay murga, como
tampoco hay batería, ni teclados, ni colchones... En estos tiempos
tan murgueros, tiempo en los que todo suena a un pop establecido, con
su bajo, su guitarra eléctrica, su batería, elegimos otro camino
estético. Quisimos evitar todo eso. Lo que buscó Diego, y en
definitiva lo encontró con el Boca, fue alguien que trabajara el
piso de la percusión, que le diera muchas posibilidades, de armar
cosas y después trabajar el bajo con Righi a partir de eso. Y recién
después las guitarras. Fue un verdadero entretejido que se fue
armando. Esa es un poco la tónica del disco. En definitiva,
cualquiera que haya seguido mis discos se encontrará con canciones
que podrían haber estado en otros discos, las más intimistas, pero
con otra mirada en lo tímbrico, con otra dirección musical.
Hay como una vuelta
a canciones intimistas como “Telón” o “Los Postigos”...
“Telón”
incluso pudo haber estado... Estuvimos barajando la posibilidad de
reelaborarla, porque a mí siempre me quedó en el tintero hacer otra
versión. Pero, bueno, preferimos, y yo preferí también, hacer
temas nuevos... A mí me han encasillado con lo más murguero de mi
producción, que son las canciones que han tenido más pegue, que me
encantan también, porque también es una manera de reconocimiento.
Pero en este disco como que elegí trabajar esa otra orilla.
¿Qué músicas
estuviste escuchando mientras grababas el disco?
Y
bueno, las cosas que en los últimos tiempos más he estado
escuchando, que no son de acá... Tom Waits, por ejemplo, que fue un
verdadero descubrimientro para mí. Me fascina el tratamiento que
hace él. Me fascina esa sonoridad con la que remite a ciertas cosas
pero las toca de otra manera. Además de su voz, por supuesto... En
otro extremo, también de busquedas sonoras, escuché muchísimo los
primeros discos de Radiohead. Hay mucha cosa que he estado
escuchando, descubrimientos y redescubrimientos de siempre, como
Caetano Veloso...
¿Y Mateo?
Mateo
está siempre. De alguna manera, vuelvo en este disco a búsquedas de
Como
el clavel del aire y
Colibrí, de
jugar con percusión
y voz. Me acuerdo que en ese momento fue Carlitos da Silveira, que
trabajó de productor en esos discos, que me dijo “bó... esto es
así, percusión y voz, no le agreguemos nada más”.
Y ahora con Diego ha canciones que se nota que fueron hasta el hueso, hasta casi romperlas...
Y ahora con Diego ha canciones que se nota que fueron hasta el hueso, hasta casi romperlas...
“Sevelé”
es una de ellas y por eso la elegimos para abrir el disco... Es como
decir, “de esto se trata el disco, así que si pasás el primer
surco...” Ahí hay un trabajo muy grande, percusivo, pero también
hay un trabajo posterior muy grande de Diego, sembrando de efectos y
de sonoridades la propia percusión del Boca, que ya de por sí es
muy rica. Es distinto, por ejemplo, lo que hicimos con “Copla de
exilios”, que es una canción con la que Diego estaba muy temeroso,
que yo ya la había grabado en el disco anterior con Gonzalo Moreira.
Es una canción que
si alguien anda escuchando distraído, le salta...
¡Claro,
si yo entro a los gritos ahí...! Es una canción en la que que se
respetó el arreglo original, pero Diego trabajó mucho sobre el piso
de la canción. Ya te digo, el disco es una especie de falso
acústico... Vos mirás la ficha y dice “guitarras, percusión,
bajo”. Pero dice también “computadora”, y ahí hay un universo
muy grande. Es todo un desafío para mí haber hecho este disco así.
Si vos no te tirás al agua, si no probás cosas... Podría haberme
recostado en lo que ya hice. Tengo mucho material, tengo formas y
caminos transitados, pero bueno, siento que...
¿Te aburriría eso?
Y
sí, porque en definitiva recostarse en lo ya hecho es como tirarse a
una piscina... Y cuando la música se te convierte en una piscina,
estás jodido. Yo, con este disco, recuperé esa alegría de
redescubrir mis propias canciones... a través de otros filtros.
((publicada originalmente en la revista CarasyCaretas))
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