Las porno lolitas Melissa P. y Ai Lijima son el objetivo
de Patrick Bateman, el psycho más neurótico de la literatura
contemporánea. En tiempo de comedia negra, un primer desencuentro en un pub neoyorquino
desata una trágica orgía de sangre en la que participan los tres personajes.
(NYC, octubre 2004. En la barra del Dove Bar. Se escucha
música funcional de Huey Lewis and The News. Patrick Bateman llega unos minutos
tarde a la cita con Melissa y Ai).
- Mi nombre es Bateman, Patrick Bateman.
- Soy Melissa.
- Y yo Ai. Encantada, Bateman.
- El placer es mío... Si desean pueden llamarme Pat.
- Cool.
- OK.
- ¿Están nerviosas?
- Un poco.
- Veníamos conversando, en el avión.
- ¿De qué se trata todo esto, Pat?
- Voy a ser lo más claro posible... Ustedes dos son
personajes de novelas que han vendido millones. Tienen un asunto con el sexo,
¿me explico? Un asunto poco claro, sobre todo porque sus madrinas, por decirlo
de alguna manera, se llaman igual que ustedes... Bret fue más astuto y me llamó
Pat. Es un asunto con el distanciamiento, ¿me explico?... Ustedes dos, chicas,
es probable que no entiendan una cosa.
- ¿Una?... Estoy absolutamente perdida.
- ¿Alguna de ustedes estuvo antes en Nueva York?
- Yo, en el año noventa. Tenía diecinueve años. Acá fue que
escuché por primera vez a los Cocteau Twins. Y a una chica lesbiana... ¿cómo
era que se llamaba?
- Mariko.
- Mariko. Sí, se llamaba Mariko.
- “Como de plástico, penetrante, fría e inaccesible”...
- ¿Y eso?
- Sé todo sobre ustedes, chicas. Todo. Soy un buen
lector.
- ¿Cuál es el motivo entonces para preguntas tontas?
- Take
it easy, Melissa. Conozco muchos italianos, grandes amigos de los
tiempos de broker en Wall Street. Nunca me fié demasiado de ellos, aunque
vistieran de Armani o de Gucci. Así que menos me fío de provocaciones de una
niñita de provincia que se anduvo revolcando con todo el pueblo.
- Ey, no te pases con la niña.
- OK. OK.
- No te preocupes por mí, Ai. Dejalo que siga.
- Decía, chicas, que ustedes seguramente no entiendan una
cosa. Un personaje suele quedar atrapado en la edad de la última página. En tu
caso, Ai, me hizo reír eso de Platonic Sex. Y más allá de que no
considero sexy los chillidos de japonesitas que aspiran pegamento, siento que
quedaste entrampada en la necesidad del perdón. Todo eso del espejo hacia tu
madre, de las culpas de haberla abandonado cuando tenías catorce. Todo muy
psicoanalítico... En el tuyo, Melissa, en cambio parece todo muy correcto, como
si la vida fuese lineal, como si pudiera ser creíble tu conversión de Lolita
desenfrenada en princesa de cuento de hadas. ¿Me explico?
- Ya me estás hartando, Pat.
- Yo sigo sin saber qué significa todo esto.
- ¿Saben quién soy yo?
- Ni puta idea.
- Es la primera vez que escucho hablar de alguien
llamado Patrick Bateman.
- Y no creas que me van a interesar tus lecturas
prejuiciosas. Creí que esto era algo serio. ¿Vos qué pensás, Ai?
- No lo sé, Melissa. Siento contradecirte, pero tiene razón
en lo que dice de mí.
- Yo me voy a buscar un hotel, en vez de perder el
tiempo.
- Te tengo reservado algo mejor, Melissa. Sin que salgas
de la calle. Una reserva de mil dólares la noche en el apart del Dove, en este
mismo edificio. Habitación cuatrocientos quince... No me defraudes.
- Llamame al móvil en un rato. Así salimos a dar un
paseo.
- Aquí tienes mi tarjeta, por cualquier urgencia... Y las
llaves al paraíso, nena.
- Gracias. Es muy bonita.
- El mejor diseño de Wall Street. ¿Qué esperabas?
- Bye.
- Bye, linda.
- ¿En qué estábamos?
- En que los personajes entrampados en la última
página...
- Atrapados.
- Eso. Atrapados.
- Hay una letra de Phil. ¿Escuchaste a Phil?
- ¿Phil qué?
- Collins. Phil Collins... Por lo visto en Japón solo
toman pastillas hardcore y le dan a la electro. ¡Phil Collins! ¡El más grande
de Genesis, Ai!...
- ¿No era Peter Gabriel el más grande?
- Ya me olvidaba que te impresionaron los Cocteau Twins,
cuando eras una niña torpe. No es más que melancolía empalagosa de británicos
trastornados.
- Ya, ya... ¿y qué con la letra esa de Phil, Pat?
- En un momento de gran honestidad, bien lejos de
presumir, Phil compuso una de sus obras cumbres, en la que habla del vacío, de
esa débil frontera que separa la vida de la muerte. Y dice: “los hombres se
parecen demasiado a su última casualidad”.
- Y en nuestro caso, a la última página.
- Creo que nos vamos a entender muy bien.
(NYC, octubre 2004. Unas horas después. Melissa anota
algo en su diario, cómodamente instalada en la habitación 415)
// Quiero que todo suceda como lo programé. Él,
carnicero. Yo, víctima. Víctima humillada y sometida. Pero la mente, la mía, la
dirijo yo, solo yo. Quiero todo eso, soy la que domina. Él es un falso amo, un
amo que es mi esclavo, esclavo de mis deseos y de mis caprichos.
- Las señoritas con culitos como el tuyo no andan dando vueltas solas por la calle –me dijo
Pat, con su mirada, y sin que la japonesa se diera cuenta.
Ahora espero el movimiento siguiente. Estoy excitada,
pero también asustada. Estoy sintiendo lo mismo que con mi dulce profe, el que
me llamaba Lolita. Espero el momento. Sé que vendrá y me ordenará que me quede
quieta, que me deje hacer. Ya lo imagino, diciéndome, en un susurro:
- Así sos bellísima... Te estoy levantando la pollera,
linda putita. No hables y no grites.
Me parece que el aire de Nueva York me está haciendo
bien. Y además, el frigobar está lleno. //
* Patrick Bateman, de American Psycho. Un
neoyorquino que hacia finales de los ochenta limpió a decenas de mendigos,
prostitutas y lo que se le pusiera adelante mientras escuchaba canciones de
Huey Lewis & The News.
* Melissa, de Cien cepilladas antes de dormir. Una
adolescente italiana, de pueblo, que vive una iniciación sexual tan provocativa
como desenfrenada. Lleva un diario casi porno en el que no se distingue donde
empieza y termina la fantasía.
* Ai, de Platonicsex. Como el padre le pegaba
y la madre no la dejaba salir de noche, una japonesa de catorce años se va de
la casa para convertirse en yonqui, luego prostituta de lujo y finalmente
actriz soft porno de televisión.
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