cierto pudor autobiográfico



La bola mediática, como es habitual en los chimentos relativos al show bussiness, utilizó desmedidamente el morbo para informar sobre la serie de libros para niños que Madonna lanzó a mediados del año pasado. Lo más suave que se escribió, en días que la estrella pop venía siendo atacada por su posición antibélica (el encarnizamiento “crítico” hacia su último disco no fue casual), tuvo que ver con la “extrañeza” de que se dedicara a escribir cuentos para niños, y no pocos recordaron que el primer libro de Madonna se llamó Sex y, con su beneplácito, llevaba en la portada el advisory por el fuerte contenido en fotos y textos de subido tono erótico. En esos días de 2003, además, el famoso beso con Britney Spears se convertía en el escándalo del año.
En primer lugar, debe aclararse, que para quienes siguen de cerca la peripecia artística y vital de Madonna, no significa ninguna “sorpresa” el lanzamiento de una colección de libros para niños. En sus apuntes biográficos, fáciles de rastrear en Internet o en cualquiera de los libros que se han publicado sobre Madonna Ciccone, queda muy clara la traumática infancia y adolescencia de la actual estrella debido a la temprana muerte de su madre. Y para entender que ese triste capítulo de su vida se cierra con el nacimiento de Lola y Rocco, sus dos hijos, no es necesario haberse recibido de psicólogo. Es sentido común, del más sencillo, además de que la propia Madonna se ocupó de explicitarlo innumerables veces en entrevistas y en los cambios que su vida privada operó en su carrera artística.
El primero de los libros de la serie de cinco que serán publicados se llama Las rosas inglesas. Después de la habitual dedicatoria “Para Lola y Rocco”, sin necesidad de prólogos ni explicaciones, Madonna narra una historia simple y directa. Cuatro niñas llamadas Nicole, Amy, Charlotte y Grace, inseparables amigas del colegio y del barrio, sienten una fuerte envidia hacia Binah, una niña a la que sienten más linda y más inteligente. Entre apuntes naïve que son potenciados por las adecuadas ilustraciones de Fulvimari, la historia de deriva a que la madre de una de ellas increpe al grupo su decisión de dejar fuera a Binah: “¿Les gustaría que la gente decidiese como tratarlas solo por su aspecto?”. Una frase potente, que sirve de centro estructural del cuento, y que desnuda a una Madonna capaz de convertir en literatura una de las marcas que la acompañaron en su vida, ya sea en su infancia y adolescencia, y en la utilización mediática de esa misma sentencia a lo largo de toda su carrera: apropiación del punk que fue su gran arma para hacerse un lugar en el mundo del espectáculo. El cuento discurre hacia un final que incluye más de una sorpresa, incluyendo la naturalidad con que la escritora inserta el drama de la niña huérfana de madre, el eterno mito de La Cenicienta en tiempos de muñecas barbies.
Las rosas inglesas no es un libro más, y no sólo por el hecho de que esté firmado por Madonna. Entre tanto libro para niños (y niñas, porque este es más adecuado para ellas), distingue por la potencia de su relato, por la contemporización de un tema clásico de la literatura y por hablarle directo a sus lectores, sin vueltas y sin efectismos.
Madonna, como tantos escritores, dejó claro que para escribir esbozó sus propias experiencias en Bay City, en el estado de Michigan. “Cuando era niña experimenté celos y envidia hacia otras niñas por muchas razones: tenía celos de que tuvieran madres, celos de que fueran más lindas y ricas. Recién cuando uno crece se da cuenta de la pérdida de tiempo que son todos esos sentimientos”.

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