Hay una fotografía
que todavía no pude tomar. Es la foto del puente de ferrocarril que
cruza avenida Santa Fe, unos metros después de estación Palermo. La
composición ideal incluye el ruinoso edificio donde funciona la
tradicional pizzería Kentucky. Le conté a varios amigos porteños
que quería tener esa imagen y a todos les pareció raro. Tuve que
explicarles que ese rincón de Buenos Aires tiene algo muy especial.
Para ellos -sin embargo- es un lugar invisible; en el mejor de los
casos no es más que una postal gris y un tanto decadente.
Busqué varias veces la mejor
perspectiva del puente Pacífico.
Sin
fortuna. Mejor dicho,
sin talento para lograrlo. Tengo
muy claro que me llevo mejor con las palabras que con la imagen.
Estaba pensando en eso, dando vueltas por la zona, cuando me tropecé
literalmente con Matilde Campodónico, también de paso por Palermo y
con toda la ansiedad puesta en la presentación de un libro,
que sería esa misma tarde.
No le dije nada de mi foto frustrada. Unas horas después tenía el
libro de Matilde en mis manos. Se llama Campo
Blanco.
Es
un libro extraño y hermoso, pero de eso les contaré después.
Los años ochenta
Uno de los amigos argentinos
que se sorprendió de mi interés por el puente de Palermo Viejo
venía gratamente sorprendido por otras fotos, de una exposición que
había visto en Montevideo unos días antes, más exactamente en el
Centro de Fotografía. Decía haber visto varios retratos
impactantes, de personajes cotidianos, entre ellos una pareja de
agricultores sentados en una cama, un grupo de prostitutas rurales y
una mujer mayor saliendo -por cierto muy incómoda- de un auto viejo
y solitario en la rambla montevideana. Todo en blanco y negro. Todo,
según él, como un gran álbum de una áspera posguerra, situada en
unos años ochenta uruguayos que se revelan un tanto desenfocados.
Mi amigo no recordaba el
nombre del fotógrafo. Decidí no buscarlo, ni hacer el mínimo
ejercicio automático de googlear. Apenas volví a Montevideo fui a
ver la exposición. Me encontré con un gran trabajo curatorial de
Pablo Bielli, quien se encargó de ordenar en el espacio del CdeF una
buena cantidad de fotografías tomadas por Jorge Vidart. Vaya
sorpresa. Hacía más de 20 años que no tenía noticias del Bocha.
Es uno de los tantos que decidió escapar de Montevideo después que
terminó todo y acabó toda esperanza. Fueron muy duros los años
noventa. Se replegó en el campo, pasó luego varios años en
Paraguay y ahora mismo vive cerca de Maldonado, lejos de todo, pero
tuvo la buena voluntad de compartir un tesoro. Porque las fotos que
está mostrando en el CdeF son eso, un tesoro. Me quedo con la imagen
de dos mujeres casi sonámbulas, en una noche fría, lluviosa,
oscura, de invierno.
Foto de una pancarta
En el año 1983, cuando
llegaron a Montevideo los niños uruguayos del exilio en un avión
fletado por el gobierno español, Jorge Vidart hacía dos años que
había salido del penal de Libertad y sacaba fotos en el nordeste
rural de Canelones. Otro fotógrafo, José Pedro Charlo, estaba
todavía preso y desde que salió de la cárcel en 1985 se obsesionó
con las imágenes de la resistencia civil a la dictadura, de lo que
no pudo ver con sus propios ojos.
Hay
una fotografía que lo llevó a seguir el rastro de dos familias muy
cercanas que fueron marcadas por el terrorismo de estado. Es la foto
de una pancarta en donde se lee "Bienvenidos Camilo Federico",
dos niños a los que conocía y que llegaron desde Europa a
encontrarse con sus abuelos, y en el caso de Camilo también con su
madre, presa todavía entonces en Punta de Rieles. Camilo y Federico
no se conocían entre sí. Un tercer personaje se suma a la
reconstrucción que realiza Charlo en su película documental Trazos
familiares.
Es Mariana Zaffaroni. Mariana le regaló un oso de trapo a Federico,
unos días antes de que la familia del pequeño Federico lograra
refugiarse en Austria y ella se convirtiera en niña
desaparecida/secuestrada. Los relatos se complementan, se superponen,
también se desenfocan. La película deja en claro que la
sobrevivencia en el exilio no fue nada fácil, y mucho menos para los
niños.
Una niña en el subte
Leo el libro Campo Blanco
(*). Lo leo sin parar. No hay fotos. Hay el relato de fotos que no se
ven y el ejercicio es soprendente, casi mágico, porque la ausencia
de imagen se vuelve aún más poderosa. Son, de alguna manera, las
mejores fotografías que haya sacado Matilde. Hay una de su madre con
los ojos cerrados. Hay también la secuencia de una manzana
descomponiéndose, un paisaje tan abierto como asfixiante y el
desnudo excitante de un futbolista.
Hay, y es la que más me
golpea, una fotografía sacada por Matilde en el metro aéreo de
Tokio. Esa foto la lleva a recordar los días en que vivió, siendo
niña, la experiencia del exilio. Sus padres habían escapado de
Montevideo y vivían el miedo en Buenos Aires. Más exactamente en
Palermo. Matilde bajaba una y otra vez la estación de subte de Plaza
Italia, para recorrer, con apenas 7 años, la línea A, la que más
le gustaba porque tenía vagones de madera. A su madre le decía que
salía a dar una vuelta. Nunca le dijo la verdad. Aprendió a estar
sin estar.
El paisaje ha cambiado mucho
en los últimos 40 años. Pero sigue estando, testigo de tiempos que
se escurren en la memoria, el puente ferroviario sobre avenida Santa
Fe. Ese puente que no he logrado fotografiar (**).
Un libro: Campo
Blanco,
de Matilde Campodónico
y Sergio Blanco,
publicado por Asunción Casa Editora. Una exposición: TRI-X,
Instropectivo,
de Jorge Vidart en Centro de Fotografía. Una película: Trazos
familiares,
documental de José Pedro Charlo.
Notas:
(*) Debe aclararse, como
desvío más que pertinente, que la autoría del libro Campo
Blanco corresponde por partes iguales e indisolubles a Matilde
Campodónico y al dramaturgo Sergio Blanco. El libro es parte de un
proyecto que incluyó una serie performática y expositiva realizada
por los dos artistas en el CdeF. Y los textos a los que se hace
referencia en esta columna fueron escritos por Campodónico y Blanco,
siendo ambos artistas como se dijo motores de toda la creación, pese
a que los relatos se circunscriban a experiencias personales de
Matilde, en un poderoso ejercicio autoficcional.
(**) Algunas horas después de
publicar esta columna en el blog "La culpa la tuvo Manu Chao",
recibí un mensaje privado de Matilde que siento imprescindible
compartir y que profundizan estas "conexiones" y muy especialmente esa
sensación austeriana referida al puente Pacífico: "Gabriel
querido, llegué a casa ayer tarde, después de la presentación de
Campo Blanco en Montevideo, y justo me encontré con tu nota.
Es increíble porque ese lugar, en el cual tu buscabas una foto, está
a escasos metros del apartamento de 7x3 que habitamos con Stella,
Chino y Juan el año en que vivimos en Buenos Aires. 1976. Santa Fe y
Godoy Cruz. Apartamento 14 J. Salía y miraba el puente Pacífico
antes de decidir ir hacia el otro lado, hacia el Botánico, hacia
Plaza Italia. Y el puente en aquella época tenía algo aterrador.
Era una frontera de mundos que ahora no existe más. (...) Me gustó
encontrarte ese día. Fue un día muy complejo y lleno de signos".
No comments:
Post a Comment