No
hay héroes en Todos
mienten. Se respira, en
todo caso, el sálvese quién pueda, entre calles que se vuelven
oscuras y peligrosas, porque se puede ser el próximo en caer. Se
respiran, en todo caso, las primeras historias borroneadas de lo que
sucedía en los bajofondos de la clandestinidad y en los de la
represión desatada como ambición de poder y de cosas más tangibles
como botines de guerra, más bien de otras guerras que vienen a ser
la misma; esto resumido en cómo las heridas abiertas de la Guerra
Civil Española se conectan con la guerrilla urbana y la dictadura,
sin heroísmos, más bien con el cansino transitar de migrantes
desesperanzados y sobrevivientes.
El
escenario son las calles del centro de Montevideo. Son también los
bares donde se escuchan las historias, que por el simple y no tan
azaroso hecho de escucharlas se corre el riesgo de ser parte de
ellas, de sus contradicciones, de verdades a medias, de
ocultamientos, de testimonios que parecen no llegar a ninguna parte.
El autor, con las cartas vistas, se presenta como el editor de un
libro testimonial que fueron escribiendo un par de buenos personajes,
periodistas que andaban por bares y no eran precisamente héroes, más
bien cínicos con ambiciones literarias.
Todos
mienten, publicada
por Cosecha Roja, es entonces un juego de testimonios y lecturas
cruzadas sobre ciertos episodios que ocurrieron en mayo de 1974. Hay
muertes, traiciones, mentiras, fugas, violencia, todo lo que tiene
que tener un thriller político en una ciudad como Montevideo. Hay
atmósfera de las buenas novelas de Martínez Moreno, de Onetti. Es,
ante todo, una muy buena lectura. Y pronto vendrán más, porque
Todos mienten
se anuncia como la primera parte de una saga sobre la calle Yaguarón,
que se completa con La estafa de la muerte
(finalista en el Concurso Medellín Negro) y Están todos bien
muertos. "Las tres construyen, humildemente, una historia
del país que atraviesa cuarenta años, recorriendo una y otra vez
esa calle, mi calle, de mi ciudad, de mi país", asegura Rafael
Massa.
***
¿Qué
caminos te llevaron por el territorio del policial político?
Me
puse a escribir casi que por accidente. Me quedé sin laburo y decidí
que era el momento, a poco de cumplir cincuenta años, de cumplir esa
cuenta pendiente. Intenté conseguir un tutor -no me interesan los
talleres- pero no tuve éxito. Y arranqué, solo, durante un año,
todos los días, con la única compañía de mi esposa, a la que iba
dando a leer esporádicamente para ver qué opinaba. Y luego, unos
meses más de correcciones, tras correcciones, leyendo y releyendo.
Nada más. Y me metí con un policial político, porque quería
trabajar sobre la historia reciente, sin compromisos, sin tener que
justificarme, libre. Creo, por otra parte, que el enigma es un buen
anzuelo para capturar la atención del lector. Y porque seguir
algunas reglas propias del género me dotaría de una estructura que
me haría más fáciles las cosas. Y así resultó.
La
novela deja la sensación de que la memoria es imposible, de que
llegar a la verdad tiene muchas trampas, de que todos mienten. ¿Esa
es la sensación que querías transmitir?
Hay
varios planos, o capas, como está de moda decir ahora. Por un lado,
desde el punto de vista fáctico, la verdad es un concepto complejo.
Pensemos en los historiadores, que con los mismos documentos a la
vista, arriban a conclusiones diferentes. O más sencillo: dos
observadores frente
al
mismo hecho. Sus relatos serán necesariamente distintos, producto
del sesgo del lenguaje o de lo que en física se llama error de
paralaje; cada uno aportará la visión que tiene en relación a su
ubicación, pero el concepto es el mismo. Por otra parte, hay un
plano filosófico en el asunto, que tiene que ver con la verdad. Y en
ese sentido, no crea que sea opinable, sino que necesariamente es
inalcanzable. La filosofía no hace más que cambiar las preguntas,
sabiendo que no hay respuestas.
Y al
final, y más concretamente con la historia reciente, poner en tela
de juicio "el relato" de esos años, donde algunos fueron
muy malos, eso está claro, pero donde hay otros que no fueron tan
buenos.
¿Cómo
fue el trabajo de reconstrucción de la época, de esos primeros años
70?
Los
70 fueron los años de mi adolescencia; soy del 62. Tengo un recuerdo
terrible, particularmente del año 74, que fue cuando pisé por
primera vez el liceo Zorrilla. Lleno de tiras, buchones, el pelo por
encima de la camisa, la tarjeta de identificación con nombre y foto
de cada uno, que había que
llevar
colgada, los comunicados de las Fuerzas Conjuntas a las ocho y media,
con el fondo de una marcha que todavía me eriza. Ver las fotos de
algunos que conocía. Luego viví toda la persecución a mis amigos
comunistas en el 75. Lo evoco y todavía me da miedo. Hay mucha
historia por contar todavía, y la ficción es una buena herramienta
para construir memoria colectiva. Ahí están Espinosa, Estévez,
todos congéneres hablando de lo mismo. Por algo será. Estuvimos
muchos años callados. Parece que llegó nuestra hora, algo
veteranos, pero bueno, a tiempo todavía.
¿Por
qué tu generación permaneció más o menos callada? ¿Qué cosas se
han silenciado o se volvieron asordinadas?
Lo
que es que mi generación "perdió un turno". A ver,
nuestro protagonismo como generación duró lo que duró la primavera
del 83, las baldosas al aire sobre las tortugas militares, las
elecciones del 84. Bueh... cuando eso terminó, a la cola y a
esperar. Llegaban los héroes. Los de afuera y los de adentro. Y la
historia oficial, que todos aceptamos durante años. Luego, cuando
todo comenzó a hacerse más visible, vinieron las sospechas de que
esa historia tenía muchas grietas. El consejo de ancianos que nos
gobierna es un buen ejemplo de cómo todo está un tanto atrasado.
¿Qué
autores tenés de referencia, tanto en el género policial como en el
abordaje de nuestra ciudad?
Mis
lecturas son variadas y no atienden a ninguna regla. Dentro del
género, en lo local, me interesa mucho el abordaje que ha hecho
Henry Trujillo, duro, descarnado. En cuanto a la ciudad, recomiendo a
quienes amen como yo, a esta ciudad, lean a Martínez Moreno, sobre
todo el segundo capítulo de El Paredón, un verdadero
homenaje a Montevideo. Pero siempre, a cada rato, y dese hace una
vida, sigo a Onetti, Borges, Shakespeare, Melville, Céline.
No
deja de ser interesante que menciones a Martínez Moreno. Varios
autores contemporáneos lo están releyendo y volviendo a sus
novelas...
Martínez
Moreno escribió la mejor ficción uruguaya sobre los hechos de esos
años, la tan denostada El color que el infierno me escondiera.
Es uno de los grandes.
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