galponero siglo XXI


Gerardo Begérez tiene la mejor escuela galponera, en el oficio y también en la pasión por apostar a la energía de la escena independiente, a un teatro vital y que provoque a la emoción. Es por eso que no llama la atención que después de aprendizajes varios, y el desarrollo de una intensa carrera como actor y director en Buenos Aires, haya decidido radicarse en Uruguay. Ya venía cruzando con espectáculos que probó en ambas orillas, como el provocador montaje Tengo miedo torero, sobre textos del chileno Pedro Lemebel, hasta que sintió que era el momento ideal para dirigir el elenco de El Galpón. Su primera apuesta había sido casi clandestina, en la sala Cero, con el montaje de La tercera parte del mar, de Tantanián. Pero al regreso de Buenos Aires vendrían estrenos como La persuasión, de Erika Halvorsen, y el gran golpe, su consagración en Montevideo, con todo el humor negro de Cocinando con Elisa, de Lucía Laragione, protagonizada por Myriam Gleijer y Elizabeth Vignoli, puesta ganadora de cuatro premios Florencio en la temporada 2015. Ahora, con el estreno de Mi hijo sólo camina un poco más lento, también con elenco galponero, Begérez suma cuatro espectáculos con su firma en la actual cartelera montevideana, si contamos la dirección de En la laguna dorada en el Circular y de Juicio a una zorra en Teatro Alianza. Un gran momento para un joven creador en el que se cruzan y potencian la escuela de El Galpón con el off porteño: "En Buenos Aires aprendí muchas cosas", dice Begérez. "Una de ellas fue el hambre de la creación, la construcción permanente empleando mis propias herramientas. Fueron casi siete años en los que intensifiqué mis búsquedas, experimenté caminos y, sobre todo, me formé como director, en la teoría y en la práctica. Apenas desembarqué en mi país me puse a trabajar en lo que creo: un teatro de arte y de sangre, que conmueva, que aporte reflexión y que no aburra".

¿Qué oportunidades te propone la escena montevideana para desarrollar tus ideas como director?
Montevideo tiene grandes actores, pero muchos de ellos están en situación de espera. Yo trato de estimularlos, de sacar lo mejor de ellos y volcar todo en la escena, hacer que dejen el alma ahí, que vuelvan a confiar en sus herramientas expresivas. Por otra parte, la escena uruguaya está un poco saturada de propuestas planas, con esquemas que se repiten una y otra vez. Por muchos años estuvo acaparada por los “genios de la teoría”, esos directores que realizan montajes fríos e intelectuales en su desesperada búsqueda por la modernidad, por salirse de lo convencional. De lo único que yo huyo, es del aburrimiento. Trato de ser honesto conmigo mismo y guiarme por mi intuición y, fundamentalmente, crear dentro de un marco alegre. Quizá a lo único que le temo es a no repetirme, o a quedarme sin ideas. Creo que todo director debe temerle a eso. Por eso es necesario investigar, estar atento en lo que pasa en el mundo, leer mucho, estar atento a nuevos autores, escuchar al público y no aislarse. Ese es el mayor peligro del teatro, quedarse preso en la teoría. El teatro es acción, es creación en el espacio.
¿Cómo es el momento actual de El Galpón? ¿Qué desafíos implica dirigir al elenco de una institución con tanta historia, en la que te formaste como actor?
El Galpón está en una época fermental, de apertura, en un momento bisagra donde lo nuevo está en perfecta sintonía con la historia. Yo me formé en ese teatro. Soy un hijo de El Galpón, y como tal, estoy haciendo lo que allí aprendí de mis maestros que hoy ya no están: cuidar el legado y mantenerlo vivo. Y la única forma posible es que las nuevas generaciones se fusionen con el resto y, entre todos, creemos el teatro necesario para este momento de la historia del país. Pero con los ojos en el pasado, para no perder el rumbo. No busco ninguna renovación; quizá se trate de una inyección vital, de energía por el trabajo. Soy muy apasionado en lo que hago y trato de contagiar esa pasión a todos. Algunos se suben rápido al tren, a otros les da miedo. Pero en esta locomotora teatral, hay espacio para todos. Hace un tiempo, un amigo escritor me definió como “psicópata teatral” y a mí me gustó esa definición. De todas maneras, te cuento que no ha sido nada fácil. En este país, cuando uno es joven, tiene que hacer un esfuerzo triple para ser tomado en serio y ser respetado en su actividad. Pero nada en la vida es fácil. Hay que trabajar mucho; pero los artistas somos remadores por naturaleza.
¿Cómo llegaste al texto de Mi hijo sólo camina un poco más lento? Llama la atención que no hayas visto la puesta argentina...
El texto es de un autor croata y en Buenos Aires se hizo una versión en el off que arrasó todos los premios y cosechó las mejores críticas. Yo no quise verla, pero accedí al texto a través de la traductora, y pude saber que tenía los derechos libres para Uruguay... Y fue así, decidí no ver la versión argentina y creo fue una buena decisión. Eso me permitió realizar una puesta libre, sin condicionarme ni impregnarme de ideas ajenas.
Es interesante cómo se manejan varios temas fuertes en el mismo entramado familiar...
Muchas veces realicé montajes de familias disfuncionales, algo muy de moda por estos tiempos. Pero aquí no es ese el centro. Como bien decís, es una excusa para abordar cientos de temas que sobre el final decantan en una misma cuestión, la intensidad de la vida y lo efímero y delicado de los vínculos humanos. Me enamoré de estos personajes desde la primera lectura, y siento que eso le sucede a los espectadores en cada función; se sienten parte de esa familia y los aceptan pese a todo. Es muy emocionante ver la reacción de a gente durante el espectáculo. Ni hablar de la reacción final.
La obra de Ivor Martinic exige niveles de actuación de alta intensidad, con personajes femeninos fuertes, lanzados, siempre buscando una verdad, y personajes masculinos más dados al silencio, entre el cinismo y cierta resignación. ¿Cómo trabajaste ese entramado, y en particular el notable y luminoso trabajo del actor que interpreta a Branko?
El trabajo de actuación fue muy intenso. Se forjó desde lo colectivo, desde la unión grupal de actores y, por ende, de personajes. Desarrollamos una poética colectiva que busca la verdad en cada frase y la conexión con la platea desde la vibración actoral. Soy un obsesivo de los detalles y de la limpieza de la acción, y en este montaje se notan mis obsesiones. Trabajé una actuación libre y a la vez contenida. La idea de compartir el teatro, jamás de exhibirlo, en un vínculo muy particular con el público, haciéndolo parte de la casa, del cumpleaños de Branko. Si bien todo gira en torno al problema que Branko tiene en sus piernas, problema que le imposibilita el caminar, lo trabajamos desde la normalidad, desde la luz. Y lo que logra transmitir Cristian Amacoria es tan poderoso que muchos espectadores creen que realmente no camina. En el proceso de trabajo, Cristian creó un vínculo muy fuerte con la silla de ruedas, al punto que una noche, tras terminar un ensayo, se fue a la casa desplazándose en la silla por toda la ciudad, subió a un ómnibus y la gente lo ayudó y sintió todas la miradas de lástima, de negación y de aceptación en su espalda. Lo que vive en la obra, lo trasladó a la vida real. Eso es la búsqueda de un personaje. Eso es teatro en estado puro.
¿Qué debe tener una obra para que te seduzca y decidas llevarla a la escena?
Tiene que atraparme desde la primera lectura y, sobre todo, ya desde el primer momento tengo que visualizar cosas, pensar en el espacio, en posibles actores y tengo que poder leerla de un tirón, sin distracciones. Si me distraigo es porque algo en la obra no me funcionó. Difícilmente me interese llevar a escena un texto que no me atrapó desde la primera lectura. Tampoco soy de trabajar por encargo. No me inspira que me ofrezcan una dirección y me impongan un texto. Esa fórmula no me ha funcionado nunca.
¿Qué sentís al tener cuatro obras en la cartelera?
Es el resultado de mucho trabajo y de mucho cansancio corporal. Dirigir me gusta mucho, pero me cansa el cuerpo y la mente. El director es el conductor, el que marca el camino, el que inspira y el que motiva. Para lograr la motivación se debe manejar una gran dosis de entusiasmo y energía. Eso es agotador. Cuando pienso en las cuatro obras en cartel, lo que siento es mucha responsabilidad, porque las obras son como los hijos, uno los trae al mundo, pero luego debe atenderlos, estarles arriba y cuidarlos, para que no se desvirtúen.

En la laguna dorada
La historia de amor escrita por Ernest Thompson, protagonizada en el cine por Henry Fonda y Katherine Hepburn, es otro gran éxito de público con dirección de Begérez. Va en El Circular, desde su estreno en el mes de enero. "Lo que logran juntos Estela Medina y Juan Graña es formidable. Soy un privilegiado de tener a Estela nuevamente en un elenco. Trabajamos muy bien juntos. Ella es muy generosa conmigo y yo la trato como debe ser tratada la mejor actriz de habla hispana, la más premiada y la más amada por todos sus colegas y por el público uruguayo que ha seguido toda su prolífera carrera por más de sesenta años. Pronto empezamos a ensayar otro proyecto juntos".

Juicio a una zorra
Otro estreno de Gerardo Begérez es el de Juicio a una zorra, del español Miguel del Arco, que va en Teatro Alianza desde este fin de semana. "Es un texto difícil, hermosamente actuado por Susana Groisman, otra actriz de peso que tiene nuestro país. Siempre quise dirigirla y se dio esta vez, en este potente unipersonal. Susana interpreta a Helena de Troya desde una visión moderna, reflexionando sobre el mito, sobre la guerra y sobre todas las atrocidades que vivió esta mujer, la más hermosa del mundo, por la que incendiaron islas, murieron millones de inocentes y se desató la guerra más famosa de la historia".

Cocinando con Elisa
El mejor espectáculo de la temporada 2015, según la crítica, fue Cocinando con Elisa, sobre texto de Lucía Laragione. Una obra de humor negro que fuera éxito durante años en Buenos Aires con protagónico de Norma Pons. "Fue un montaje muy complejo, porque para que funcionara era necesario conseguir un sinfín de elementos, animales disecados, un dispositivo escénico muy complicado y una escenografía muy inspirada. Tuve la suerte de contar con dos grandes actrices y eso me facilitó aún más las cosas. Lo que logran en esa cocina es muy conmovedor. Cocinando es uno de mis hijos, de los que me siento más orgulloso, no sólo por los premios que recibió".

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