el siglo veintiuno según tom wolfe


El regreso al género periodístico de Tom Wolfe, después de las novelas La hoguera de las vanidades y Todo un hombre, se produce con la edición de El periodismo canalla, selección de varios de sus más recientes artículos. Filoso y arrogante, inteligente y también despiadado, el autor se despacha contra el mundo literario norteamericano (encarnado en Mailer, Irving y Updike), la cultura europea y el estigma de los intelectuales.

En un mundo cultural de verdades ligeras, de distanciamientos crónicos y cánones estancos, es posible que libros como El periodismo canalla, de Tom Wolfe, sean dejados a un costado o que sencillamente sean interpretados a la ligera. No es más que un viejo periodista haciendo filosofía barata, podrían estigmatizarlo. Es probable también que la inclusión de tantos dardos envenenados hacia popes como Norman Mailer, y de encendidos párrafos sobre su reposicionamiento en torno a la crisis de la novela norteamericana, lleve al periodismo cultural a enceguecerse con tanto y tan explosivo material para la polémica en ese mundo literario que el autor confiesa detestar. Pero resulta por lo menos ingenuo pasar por alto la saludable osadía de Wolfe en lo estrictamente periodístico.
En este otro plano, desarrolla varios artículos de enorme interés sobre los avances de la sociobiología y el desarrollo del Silicon Valley, por ejemplo, que no están simplemente para engrosar el libro sino que permiten, a partir de muy bien documentadas investigaciones, implicarse en esa sensación de abismo entre los siglos xx y xxi. Wolfe apunta hasta el mismísimo detalle cuando narra la peripecia del legendario informático Robert Noyce (creador entre otras cosas del primer circuito integrado), mientras va delineando un factible esquema filosófico en el que anticipa que el siglo xxi será el tiempo de la muerte del alma. Va de lo micro a lo macro, siempre utilizando una prosa límpida y una inteligencia admirable, que siguen manteniéndose intactas desde sus años de gloria como fundador del llamado Nuevo Periodismo.

El dandy ácido
Siendo la cabeza más reconocida de aquel movimiento, Wolfe pasó buena parte de los años sesenta, setenta y ochenta en el ojo del huracán. Fue él quien acuñó términos como “La izquierda exquisita” para referirse a los ingenuos liberales ricos encandilados por los movimientos de protesta de los sesenta. “La década del Yo”, aludiendo a la obsesión por el placer y la autosatisfacción en los setenta. “Los señores del universo”, dirigiéndose a aquellos yuppies que creyeron manejar el mundo en los ochenta. En esos años descolló como periodista, al igual que sus colegas Jimmy Breslin, Norman Mailer y Gay Talese, desarrollando un estilo en el que cruzaba periodismo con ficción, llegando a utilizar estructuras narrativas más propias de la novela que de los reportes de prensa tradicionales.
Como era de esperar, la relación entre Tom Wolfe y el mundo literario siempre fue conflictiva. Precisamente en El periodismo canalla se reproduce su extensa y brillante parodia a William Shawn, quien se desempeñaba en los cincuenta y sesenta como editor del prestigioso New Yorker. En otra serie de artículos, Wolfe se refirió a la mala salud de la novela de la posguerra, por alejarse del mundo real a diferencia de autores del siglo xix como Zola, Balzac y Dickens. Asumió su desprecio por las tendencias conceptuales y minimalistas, que según él entretejen un sistema de valores culturales y estéticos que le dan la espalda al juicio del público, llegando al extremo de desautorizar a los autores que se convertían en best-sellers. La validación de varios de los argumentos de Wolfe en este terreno se comprobaron con el éxito de La hoguera de las novedades, su primera novela, en la que desarrolla un naturalismo exacerbado, basado en una fuerte investigación periodística. Convertida en un éxito de ventas sin precedentes y después en suceso cinematográfico en la versión de Brian de Palma, sin embargo fue despreciada por sus adversarios por el simple pecado de ser una ‘novela de periodista’. En ella, Wolfe retrataba los años ochenta utilizando como anécdota ficcional la estrepitosa caída de un corredor de bolsa involucrado en un escándalo político.

Novelas sociales antianoréxicas
Después de La hoguera de las vanidades, Wolfe se recluyó diez años para escribir –más que nada para documentarse y, por qué no, pasear por el mundo con el millonario adelanto en sus bolsillos– su segunda obra de ficción, que finalmente se publicaría bajo el título Todo un hombre. Otro formidable éxito de ventas y nuevamente la crítica lapidaria de grandes nombres como Irving, Mailer y Updike.
En el relato Mis tres comparsas, uno de los tantos momentos brillantes de El periodismo canalla, Wolfe intenta explicarse el porqué de las razones de tanta furia hacia su obra. “Francamente, me quedé atónito, y no por el hecho de que mi novela no les hubiera gustado, sino porque a esas alturas de su vida hubieran derrochado tanto tiempo en ella. ¡Dios Santo, esos carcamanes! ¡Son de mi misma edad!”. Wolfe es sarcástico y más adelante dice que tal vez se hayan enfurecido al verlo en la tapa de Time, hecho poco habitual tratándose de un novelista. Después dice que sería muy superficial verlo de ese modo, y que en verdad las razones son otras. Más allá de las anécdotas, Tres comparsas desarrolla la ética literaria según Wolfe, decididamente realista, retomando sus viejas banderas anti novela de ideas, anti mundo literario. Aprovecha para reflexionar de manera singular en torno al debate novela de autor-cine popular y brega porque se escriban las novelas sociales del siglo xx que aún no han sido escritas.
“La novela estadounidense se muere, y no de obsolescencia, sino de anorexia. Necesita alimento. Necesita novelistas con un apetito voraz y una sed insaciable de Estados Unidos. Necesita escritores con la energía y el ímpetu para aproximarse al país de la misma manera que lo hacen los creadores de cine, es decir, con una curiosidad feroz y el deseo imperioso de mezclarse con los 270 millones de almas que los rodean, para hablar con ellas y mirarlas a los ojos. [...] Para que las artes sobrevivan, la revolución del siglo xxi habrá de tener un nombre al que será difícil añadir un ismo. Se llamará satisfacción. Se llamará vida, realidad, el pulso de la bestia humana.”

Los otros artículos
La tentación de caer en la trampa es grande. Las decenas de páginas en que Wolfe manifiesta su ética literaria empapada de Nuevo Periodismo atrapan, pero no opacan –por suerte– la otra parte de la trama de El periodismo canalla. Además, el libro precisamente se cierra con esos relatos (Mis tres comparsas y El caso New Yorker) y es más honesto hablar de lo que sucede y lo que se cuenta desde el comienzo.
Ya desde la introducción, con Enrollados. Formas de vida y temores ante el cambio de milenio, Wolfe vuelve a mostrar su fina acidez para describir la vida americana en los noventa, a la que ironiza definiéndola como las utopías soñadas por Saint Simon. Los nuevos hábitos sexuales post Clinton, la decadencia de términos como proletariado y pornografía, el éxtasis de Internet y los celulares, la evidencia de que no existen filósofos norteamericanos, y el aburrimiento, son algunas de las constataciones de Wolfe, quien escribe en un momento de su agradable prosa: “A finales del siglo xix y principios del xx, la población madura de Estados Unidos rezaba: Por favor, Dios, no permitas que parezca pobre. En el año 2000, ruegan: Por favor, Dios, no permitas que parezca viejo”.
Es así que en ese relato Wolfe nos instala en ese tipo de reflexiones entre tiempos que se suceden en el libro, hurgando desde lo micro para alcanzar lo macro, siempre afilando la pluma para sorprender o provocar al lector. Tal vez peque de arrogancia, como le han anotado en tantas críticas, pero esa cierta frialdad de la escritura de Wolfe es la que le da mayor punch, la que le posibilita abordar sin ligereza asuntos muy delicados que otros no preferirían ingresar por temor a ser vilipendiados desde una posición políticamente correcta. Si sus ataques al mundo literario pueden ser catalogados de incorrectos, poco importa, porque no se trata más que de pólvora entre escritores. Por ello resultan bastante más atractivos los momentos en que lleva su curiosidad al campo de la incipiente sociobiología y a la filosofía generada por la cultura Silicon Valley.

La saludable incorrección
Dos jóvenes que fueron al Oeste y el posterior Infoverborrea, polvos mágicos y el hormiguero humano son dos excelentes retratos sobre la aceleración tecnológica e informática que le dan pie a Wolfe para retomar a Nietszche, a Teilhard de Chardin, incluso a Mc Luhan, para dejar preguntas y algunas respuestas personales en torno al delicado tema de los cambios producidos en la sociedad y en el pensamiento humano a partir de los últimos adelantos científicos.
“Desde 1830, los habitantes del mundo occidental han estado oyendo que la tecnología reduce el tamaño del planeta, una teoría que da por sentado que no existe mayor bien que el encogimiento. Cuando se inventaron el teléfono, el cable transoceánico, la telegrafía, la radio, el automóvil, el avión, la televisión y el fax, la gente volvió a maravillarse y repitió esas palabras hasta la saciedad. Pero si estos inventos, sin duda notables, han mejorado la mente humana o disminuido el salvaje afán de agruparse con seres de la propia raza para luchar contra otras bestias humanas, yo no me he enterado. Ciento setenta años después de la invención de la locomotora, los Balcanes son una fuente de esporas virulentas y más peligrosas que nunca. El verdadero espíritu del siglo xxi se resume en el grito de ‘¡Volvamos a nuestras raíces!’ ¿Quién ha convertido en obsoletas las fronteras nacionales en Europa del Este, África y Asia? No ha sido Internet, sino las tribus.”

El alma ha muerto
El siguiente relato va bastante más allá de lo políticamente correcto. Titulado Lo lamento, pero su alma ha muerto, supone sí el punto central del libro, donde Wolfe revela su interés por la sociobiología y las teorías de científicos como Wilson y Dennett, para reflexionar sobre el futuro desarrollo de la máxima de Nietszche “Dios ha muerto”. Especula con la posibilidad de que en el siglo xxi se comprobará la muerte del alma, incluso del yo y del llamado libre albedrío, debido a los avances en las técnicas de exploración cerebral. Sus pensamientos, sin embargo, no son nihilistas ni mucho menos cínicos. No anticipa el pavoroso mundo feliz de Huxley y mucho menos la sordidez gélida de Gattaca. Prefiere mostrarse curioso sin llegar al cinismo. Al fin de cuentas, en ningún momento deja de ser un excelente periodista. Siguiendo con las especulaciones, tales muertes irían juntas al fin del darwinismo y también de las explicaciones marxistas y freudianas. Wolfe expone que las diferentes ramas de la neurociencia provocan actualmente pánico en el ambiente científico y relata numerosas anécdotas recientes sobre estos debates, en los que se anteponen los políticamente correctos junto a los “marxistas rococó” enfrentados a los nuevos científicos acusados poco menos que de nazis. En todo caso, el periodista se respalda en palabras de Nietszche cuando escribió que la humanidad “avanzaría a trancas y barrancas por el siglo xx, guiada por la miseria del viejo y decadente código moral fundado en la idea de Dios”. Y plantea una pregunta imposible de responder: “¿Y si dentro de diez o quince años estas técnicas demostraran que tanto Edward Wilson como las nuevas generaciones de neurocientíficos estaban en lo cierto?”. Más adelante, en el mismo reportaje, el propio Wolfe se reserva sus especulaciones personales.
“Intuyo que dentro de diez años, en el 2010, el universo digital parecerá insignificante comparado con un nuevo invento tecnológico que por el momento no es más que un tenue resplandor procedente de unos pocos hospitales y laboratorios estadounidenses y cubanos. Se llama exploración cerebral por la imagen, y quien esté dispuesto a madrugar para contemplar el cegador amanecer del siglo xxi debería tenerlo en cuenta. [...] La neurociencia, que es la ciencia del cerebro y del sistema nervioso central, está a un paso de llegar a una teoría unificadora cuyo impacto será tan grande como el del darwinismo. [...] Si yo estuviera en edad de ir a la Universidad, creo que no resistiría la tentación de introducirme en la neurociencia. Estamos ante los dos enigmas más fascinantes del siglo xxi: el de la mente humana y el de lo que ocurrirá a la mente humana cuando llegue a conocerse por completo. En cualquier caso, vivimos en una era en la que resulta imposible e inútil apartar la vista de la verdad.”

Un poco más de Wolfe
En definitiva, ese nudo central de Lo lamento, pero su alma ha muerto es el que le da la gran consistencia al último trabajo de Tom Wolfe, tanto la unidad estructural como el eje del contenido. Porque la eterna pregunta sobre el destino envuelve al lector en cada una de las páginas y los reportajes de El periodismo canalla, incluso cuando aborda temas específicamente literarios y artísticos en los que planea el eterno tema del tiempo. Es memorable, por lo mordaz y por el cierto toque naïf que realza el enfoque, el retrato del escultor Frederick Hart, un riguroso tradicionalista que vio con ingenuidad y pronto con furia el ninguneo del protagonista por parte del mundo del arte, en sus herméticos cánones vanguardistas. Y quedan fuera de esta nota otros tantos momentos disfrutables del libro. Pero si de especulaciones y predicciones se trata, tan propias de cualquier fin de siglo (todo el material fue escrito antes del año 2001), dejemos para el final un extracto de El gran reaprendiz, un reportaje en el que alude al hippismo como la fiebre religiosa más extraordinaria de todos los tiempos.
“El siglo xxi empieza con el Gran Reaprendizaje, simbolizado por la caída del Muro de Berlín en un solo día, un hecho que representa el colosal fracaso del más importante intento de empezar de cero. Auguro que el siglo xxi echará por tierra la idea de que el Futuro es algo emocionante, novedoso, inesperado o radiante; igual que el Progreso, para usar una palabra anticuada. Ya es evidente que, gracias al Reaprendizaje, las grandes ciudades ni siquiera parecerán nuevas. Todo lo contrario: las ciudades del 2000 empiezan a semejarse más a las de 1900 que a las de 1980. [...] El siglo xxi tendrá un aspecto retrógrado y una actitud mental retrógrada. En nuestro escarmentado nuevo mundo, la gente, cómodamente instalada en apartamentos neogeorgianos, se horrorizará al contemplar el siglo que acaba de terminar.”

No comments:

LAS MÁS LEÍDAS