topografías montevideanas


Fotografía  de Diego Velazco: Premio Montevideo 2017
El arte tiene eso de representar. Por más vueltas o piruetas que ensaye, por más capas e interlineados que practique en sus atolondrados discursos estéticos, un acto artístico dice, exhibe, muestra. Esta sensación se amplifica cuando el objeto de análisis es una muestra colectiva de arte como el Premio Montevideo de Artes Visuales 2017 (versión aggiornada de los viejos "salones municipales"), que en su propuesta coral (el habitual montaje de premiados y seleccionados) revela no pocos síntomas del estado de cosas de una comunidad, en este caso la nuestra, con evidente tendencia a esconder las rupturas, las transgresiones y las aventuras de cierto riesgo.
No se busque pulso joven en la muestra del Premio Montevideo, porque no lo hay. No se busque novedad, porque tampoco parece ser el punto de la trama. Lo más probable de encontrar es una selección sobria, de artistas en su mayoría con obra y trayectoria prestigiadas. Lejos, muy lejos, de necesarios puntos de inflexión. No está mal, pero también dan ganas de ver, algún día, una renovación, una buena cantidad de cachetazos que acaben de una buena vez con esta opaca sensación de "más de lo mismo".

Las masitas, de Javier Abreu.
Arte para las masas
Una de las pocas obras en la que se respira algo diferente está firmada por un especialista en provocar, en cuestionar: Javier Abreu. No pierde la habilidad de que sus 'bromas', simples en apariencia, terminan siendo complejos disparadores de cuestionamientos al sistema artístico. Si uno de tantos salones nacionales será recordado por 'la casita hecha con un dólar', este Premio Montevideo tiene como protagonista hasta insidioso a 'la bandeja de masitas hechas con hojas de catálogo de arte Panorama'. "Esas masitas somos todos los artistas; los que integramos el catálogo Panorama y los que no", explica Abreu. "La idea surgió porque no me gustó el debate que se dio en redes sociales luego de la presentación del catálogo, en diciembre de 2016. Muchos artistas parecen dejar la vida por una publicación y creo que debemos como colectivo tener una mirada más ambiciosa de lo que queremos y el lugar que le damos a nuestra producción en esta sociedad".
Abreu se muestra crítico sobre la selección de obras del Premio Montevideo y pide que para próximos certámenes sería bueno fijar un corte radical en lo generacional. "Hay artistas casi clásicos que se siguen presentando; deberían tener conciencia de su trayectoria, que ya no están para concursos y que están esperar tranquilos -en sus talleres- el Premio Figari. Tampoco entiendo por qué hay artistas que siguen mostrando obra que ya vimos hace un par de años. ¿Dejaron de crear? ¿Piensan que alguien de nuestro pequeño círculo artístico no las vio?".
Además de Las masitas, de Abreu, otra obra que tiene un alto nivel de recordación (se aclara que este no es un valor artístico per se, pero siempre debe tenerse en cuenta), es Sálvanos, de Paula Delgado, muy bien lograda estampita digital de Edinson Cavani, en una imagen que evoca a Jesús y se complementa con audio de comentaristas de fútbol y olor a palo santo. Delgado acierta y logra uno de los mejores momentos de la selección, en un sector favorecido por la oscuridad, donde también se potencian las instalaciones Conquista, de Guadalupe Ayala, y Lo que mata es la humedad, de Federico Arnaud. Hay que ir a ver la imagen de Cavani, en la que la artista Delgado -siguiendo la línea de sus trabajos sobre la masculinidad- explora en la fe y en su relación con la belleza.

Detalle de la obra de González Soca.
Memorias y derivas
En el recorrido por el Premio Montevideo hay, como se dijo, propuestas de artistas con un recorrido prestigiado y con lucimientos formales. Pero los momentos en los que la atención se dispara, son escasos. El bosque de Kimelman y los contenedores de Rodríguez Barilari, además del oportunista y finísimo ojo de Velazco para retratar aviones de Pluna (el primer premio otorgado por el jurado), demuestran el buen momento de la fotografía en Uruguay. Y, muy especialmente, las obras Reválida, de Michael Bahr y The future, de Magdalena Gurméndez, expian asuntos con la memoria y la reconstrucción, temas que alcanzan un tono obsesivo en la producción contemporánea y que encuentran desde la praxis de ambos artistas resoluciones muy interesantes.
Deriva de una topografía alterada/ Asfixia, obra de Alejandra González Soca, es de las obras que por sí sola vale la visita al Subte. Es una serie compuesta por vestidos de novia, fabricados y empaquetados en China, intervenidos con compost orgánico, semillas y brotes. La imagen provoca por la explícita asfixia del packaging, por la dualidad hiperconsumo-descomposición. Es perturbadora, y una de las razones para que esto suceda es que es una obra que transcurre, que permanece en tránsito. "El término deriva es clave en el sentido de que propone un desvío del rumbo por causas no controlables y la acción de cristalizar y enmarcar parece contradecir esa posibilidad", explica la artista, que plantea su idea de deriva a través de intervenciones donde emergen fragmentos “de lo que queda”, sacando de contexto objetos con un muy específico valor de uso y ritual. Las obras de González Soca mutan, cambian, mueren, se vuelven incluso 'inmuseables'.
"En la obra que presenté al Premio, la operativa acentúa la conglomeración asfixiante, la polarización formal y la concentración conceptual como mecanismos para introducir un deslizamiento desde la instalación a otro sistema... Aunque lo inesperado aparece, y por efecto del lugar específico, porque algunas de las partes por efecto de la condensación generaron agua activando algunas semillas que volvieron a germinar".
Detalle de la instalación de Federico Arnaud.
La idea de deriva, de descomposición asociada a la memoria, está presente, y con una fuerza expositiva inusual, en la instalación de Federico Arnaud, otro de los puntos fuertes de la selección y ganadora del segundo premio. En su caso, todo empieza por el hallazgo del artista, en la feria de Tristán Narvaja, de dos álbumes de fotos de las actividades de uno de los directores de ANCAP durante la dictadura, Brigadier General Jorge Borad. Uno de los documentos está seriamente dañado por la humedad y las imágenes se transforman, se diluyen, se descomponen. "Borad fallece el mismo año en que encuentro este documento", cuenta Arnaud. "Probablemente su familia se deshizo de esos documentos y aparecieron en la feria".
La instalación Lo que mata es la humedad dispara a la reflexión: víctimas y victimarios se encuentran, de alguna manera, en el mismo olvido; unos reclamando aún la verdad de los hechos y otros buscando morir en paz. "A mí siempre me interesó la dimensión simbólica de las cosas, de los objetos de las imágenes y de la arquitectura. Al decir de Boltanski, 'me interesan las historias'. Yo diría que en las historias íntimas se refleja la historia de la humanidad". En el dispositivo montado por Arnaud, el espectador se ve inmerso en una pieza oscura, antes un escritorio de oficina abandonado, apenas iluminado por una portátil herrumbrada que alumbra el álbum de fotos. En la pared se proyectan todas las fotos del álbum y sus portadas. "Lo que me interesa es sumergir al espectador en el abandono de un pasado reciente que reaparece para decirnos algo antes de desaparecer, en un silencio políticamente forzado. Por otro lado, deja a la luz esa cuestión de que nos morimos y nuestros familiares pueden tirar nuestra memoria a la basura".

Detalle de instalación de Slavich.
Memoria contemporánea
Hay otros asuntos con la memoria en la muestra del Premio Montevideo en el Subte. Se recomienda prestarle atención a That is a woman, obra de Manuela Aldabe en la que también interviene un vestido de novia (nada menos que el de Delmira Agustini), en una muy jugada reflexión sobre el amor y la violencia. También recurre a la memoria, pero como fuerte interpelación al presente, la obra distinguida con el Premio Artista Emergente. Se llama Sin hijo, ni árbol, ni libro, está firmada por Romina Slavich, y guarda cierta relación con la de Arnaud: la artista se encuentra de manera casual con el libro de historia alemán Unser Jahrhundert im Bild, y a partir de su intervención sobre las páginas formula una sugerente instalación.
"El trabajo de la obra comenzó a gestarse en 2014", cuenta Slavich. "En aquel momento estaba (y lo sigo hasta hoy) preocupada por el tema de la "ceguera voluntaria” y el hábito naturalizado a la sobre adaptación, una preocupación de cómo habitamos y nos relacionamos con el entorno, desde lo cotidiano. Sentía que había una gran nube negra en todo lo que me recorría, casi como una sombra. Sentía que iban tapando todo el cielo del mundo, ademas del mío. El terrorismo, los refugiados, la violencia, el odio, el poder, el abuso de poder, hicieron que encontrara en ese libro de historia del siglo XX un paralelismo simbólico con las problemáticas del mundo contemporáneo. Me apropié de esa información revisando la trivialización y subjetivización que se realiza de estas narraciones".
La obra de Slavich, al mismo tiempo, demuestra la necesidad de abrir espacio a las nuevas generaciones. Porque, como se dijo al principio de la nota, el arte tiene eso de representar. Y es necesario mostrar cuestionamientos de alta pertinencia contemporánea. Es lo que ella busca, además, como artista, y también como espectadora: "Siento que ahora tengo el deber de seguir mostrando las cosas que hago; lo importante es tener algo que decir, hacer un gesto y tirarlo al aire, para que el espectador lo construya con su experiencia... Es lo que encuentro en las obras de Michael Bahr (Reválida) y Javier Abreu (Las masitas), que parece que son de una aparente simpleza en cuanto a su construcción pero nos presentan la obra a partir de sus experiencias personales. Ambos cuestionan así todo un manifiesto de significados simbólicos, generando un grado de complejidad, no en la obra en sí misma, sino en los cuestionamientos que estas nos producen como espectadores".

((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 09/2017))

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