bendito escopetazo


Por R.G.B.


Hay una escena caprichosa, gratuita, de evidente mal gusto, que un editor más o menos sensible hubiera eliminado de la película, para evitar -entre otras cosas- reflexiones como la de este artículo, que en lugar de centrarse en generalidades propone un desvío impertinente sobre una escena lateral y a primera vista intrascendente. Un escolar a caballo, dispara con una escopeta al neumático izquierdo trasero de un automóvil rojo detenido en un camino rural. En la siguiente secuencia se ve a Clever -un divorciado desagradable que hace pesas y toma cocaína, a todas luces un perdedor, por no decir un idiota- admirando el desastre. Así no va a llegar a Las Palmas, el pueblo donde encontrará al mago del aerográfo. Pero llega, porque en la siguiente escena vuelve a arrancar el auto, sin rastro de pinchazo alguno, hecho inexplicable teniendo en cuenta que el tal Clever difícilmente pudiera resolver el problema sin ayuda.
Esa escena es la transición entre lo que sucede en Montevideo con lo que pasará en Las Palmas, hecho que parte la película en dos, similar a a la estructura que eligió Robert Rodríguez en Del crepúsculo al amanecer, por poner un ejemplo totalmente fuera de lugar, porque en realidad la atmósfera -sobre todo en el tratamiento de los personajes- vendría a ser en todo caso similar a la de los más desagradables de los hermanos Coen, traducidos -eso sí- a un Montevideo rural que parece territorio de zombies. Clever dejará atrás la pésima relación con su ex, la insatisfactoria relación son su hijo, la superficial relación con otro imbécil como él -obsesionado por el tuneado de autos viejos, por tener músculos y por meterse cocaína en la nariz haciendo toda clase de ruidos-, para llegar, después del escopetazo surrealista del escolar a caballo, a una atmósfera desquiciada, en la tendrá que manejarse con cuidado. Todo indica que la historia no terminará bien.
Por fortuna, y volviendo al centro de argumentación de este artículo, el editor de la película no parece tener mayor sensibilidad, ni sentido común, o bien lo apuntaron los codirectores con la misma escopeta que usó el escolar, y dejó correr esa escena, y dejó también otras tantas de brocha gorda y sobredosis de mal gusto, que le dan cuerpo a una comedia tan intrascendente como divertida, con diálogos que parecen estancados y atentan contra toda relación satisfactoria con espectadores que busquen historias razonables, verosímiles y de profundo contenido humano.
Clever, la película, va por otro lado. Explota como una comedia de culto, con personajes que se van volviendo queribles, sobre todo en la dupla protagónica, que es la que más minutaje tiene para mostrarse: muy bien Hugo Piccinini como Clever y entrañable el fisiculturista Antonio Osta como el pintor de los fuegos, también pianista y enamoradizo grandulón. Y tiene, sobre el final, dos o tres canciones memorables, firmadas por Ismael Varela, que dan pie a un par de extraños y vaporosos clips que iluminan el final de la historia. Y todo esto sin mencionar los helados palito de vino tinto, de un bar que no tiene nada que envidarle al bowling de El gran Lebowski

CLEVER. Uruguay, 2015. Escrita y dirigida por Federico Borgia y Guillermo Madeiro. Con Hugo Piccinini, Antonio Osta, Marta Grané, Horacio Camandulle y elenco. Editor: Juan Ignacio Fernández Hoppe. Música: Ismael Varela.

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