ciertas batallas culturales


Apenas terminé de leer (devorar es el verbo adecuado), la novela “Antártida y sus galaxias”, volví a una lectura que en principio no tiene nada que ver, me refiero a la novela “Píldora roja”, del londinense Hari Kunzru, y digo en principio, aunque soy de los que creen que todo se relaciona y que cuando se habla del algoritmo -uff, el algoritmo, esa letanía aburrida de los usuarios alienados de aplicaciones y buscadores posgoogle- no es ni más ni menos la historia de siempre, porque sepan que todo se relacionó siempre: partículas, estados, mentes, colisiones sensoriales y batallas culturales, sí, dije batallas culturales, aunque no sean exactamente las que ahora quieren poner de moda los bots de ultraderecha.

Si en la novela de Recoba se llega a un momento de clímax bolañesco (por Roberto Bolaño), o airano (por César Aira), fabuladores ambos que nunca temieron a perderse en la verosimilitud y ofician de influencia lisérgica de Recoba, ese momento ocurre cuando el autor newparisino (me permito esta nomenclatura estramilesca) describe cómo la guerra fría se jugó en escenarios heterodoxos, uno de ellos la escena musical futurista de los primeros años 80, el llamado synth-pop, y que hubo músicos del bien (entre ellos los Modern Talking) y músicos del mal (el principal parece haber sido Gary Numan), y que por allí estuvo como doble espía una uruguaya fanática de Alaska (de nombre Antártida, porque viene del hemisferio sur, de oscuros barrios montevideanos) que dejó una serie de rastros escritos sobre una peripecia demencial en la que logró descubrir una buena cantidad de secretos del maravilloso mundo del pop y del arte contemporáneo. No quiero contar más que eso, que la deriva de Antártida es uno de los centros gravitacionales de una novela altamente disfrutable, adictiva, que puede y debe leerse como un ensayo fuera de control sobre el pop y las batallas culturales (otra vez ese concepto).

En la novela de Kunzru, en “Píldora roja”, sucede una historia paralela a la de Antártida, cuando se cuenta sobre Monika, una chica punk que forma una banda de chicas en Berlín Oriental y se ve enredada entre agentes secretos del este y el oeste que se disputan el control de la movida musical. Ambas novelas se mueven en terreno especulativo, lo hacen muy bien, y llegan a similares escenarios, y no es el algoritmo, es la vida misma, por lo que no necesito corroborar que sus autores se hayan leído o no entre sí. De hecho, no lo hicieron. Ahí voy con lo de no asustarse con los algoritmos y con lo de batallas culturales que permiten entender que algunas obras de ficción, como estas, son claves en la disputa de relatos hegemónicos. Pero esas disputas no se dan solamente en el terreno de la ficción.

Vuelvo a Recoba. Entre sus antecedentes están las novelas “Locaspasiones(2019) y “El cielo visible” (2023). Es relevante el dato de que “Antártida y sus galaxias” (2025), si bien es la última en publicarse, fue escrita temporalmente entre las otras dos. Y puede constatarse que “Antártida y sus galaxias” tiene el desparpajo de “Locas pasiones” mezclado con varias dosis de incorrección política-cultural que tienen un antecedente de no ficción, si tomamos en cuenta que Recoba eligió al disco “Sobredosis” de Karibe con K para meter tropical y autobiografía barrial en la colección Discos de Estuario. Recoba se metió en los márgenes de la música uruguaya, en la zona poco prestigiosa, turbia, desplazada por la intelligentzia, porque tiene claro que en la disidencia está el lugar correcto para moverse en esto de las batallas culturales.

No es el único caso en la literatura uruguaya reciente en que se mezcla los bordes de la música popular. Lalo Barrubia, que pudo haber sido prima o amiga de Antártida, publicó “Ferrocarriles”, un libro dedicado a los arrebatos pop de Jorge Galemire, por cierto fallidos, o mejor dicho no bien apreciados por la crítica. En su libro, también newparisino, más exactamente del lejano oeste montevideano, se respira contracultura y todo eso que no aparece en la historia oficial (en el caso montevideano, saturada de relatos del rock posdictadura de aires punk). Hay que leer a Lalo, en su versión “libro sobre disco”, y también en la contracara de ficción: me refiero a la novela “Rompe la quietud”, protagonizada por un percusionista cercano a Galemire que está enamorado de una chica que en definitiva es la voz literaria de “Ferrocarriles”.

Otro caso de escritor que se dedica a esta tipología de batalla cultural y se suma a Recoba y Barrubia es José Arenas. Por lo menos tiene dos libros publicados en ese sentido: uno sobre Gustavo Nocetti en Pez en el Hielo en el que recupera la épica del último gran tanguero montevideano (otra figura marginal y despreciada en los 80), y otro sobre un disco Laura Canoura, el libro “Pasajeros permanentes”, en el que desarrolla un juego de ficción sobresaliente para homenajear y visibilizar no solamente la obra de Canoura sino el mapa de las mujeres músicas que se abrieron paso en una escena de cantopopu y rock ochentero que solo les daba lugar como coristas, fans, o si no les gustaba no les quedaba otra que emigrar, como le pasó a Antártida, y vuelvo con esto a Recoba y su última novela, porque además de jugarse en los márgenes del territorio europeo (el norte cultural), en definitiva tiene su otro centro gravitacional en las dificultades de la escena musical montevideana que Antártida transita entre guerras de grupos de parodistas, bandas de rock ultra precarias y un par de descacharrantes historias con Cacho de la Cruz y otras estrellas locales.

Las conexiones de los libros de Recoba con los de Arenas y Barrubia son notorios, en la superficie musical sobre todo, pero los tres tienen en común una mirada crítica y clasista. Ninguno de los tres está narrando desde el centro montevideano ni desde sus barrios costeros. Lo que se narra tiene que ver con el barrio, con el barro, con un pop tercermundista que implica desmontar los relatos hegemónicos del rock y de la clase media bienpensante. Y con personajes que la están peleando, que no se conforman, que van a contramano pero lo hacen con dignidad, o simplemente con la desesperanza que los acompaña desde siempre. Así es Antártida (que nunca encontrará a su ídola Alaska). Así es también la chica que sigue su rastro hasta encontrarse con una verdad por cierto incómoda y de folletín barrial.

Reseña publicada originalmente en Le Monde Diplomatique, versión Uruguay, 06/2025

 

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