emociones migrantes

La ecuación es sencilla: el éxito reciente de las novelas Tierra desacostumbrada y La hondonada llevó a la reedición del libro con el que comenzó todo para Jhumpa Lahiri, escritora londinense de padres bengalíes que diera un literal batacazo, en el año 2000, al ganar el Pulitzer con un primer libro de relatos.
Traducido y editado hace 15 años con el título Intérprete de emociones, es una segunda traducción en nuestra lengua, esta vez por el sello Salamandra y con la elección de un título más adecuado (El intérprete del dolor), el mismo del excelente tercer relato, protagonizado por un guía turístico que pasea a una joven familia india radicada en Nueva York por el Templo del Sol de Konark. El amabilísimo señor Kapasi, que tiene un segundo trabajo como traductor de un médico que no maneja la lengua guyaratí, al que ayuda en la tarea de transmitir dolencias e historias personales de los pacientes, tendrá acceso a un secreto familiar en el transcurso del paseo, como si sus dos oficios se mezclaran sin posibilidad alguna de retorno. El relato, tan sobrio como moroso, va adquiriendo una intensidad que perturba, que golpea al lector, al exponer la desventura de una joven pareja india que se establece en Estados Unidos.
Los nueve relatos de El intérprete del dolor mantienen una intensidad común y enhebran historias que tienen que ver con la vida de migrantes, en su mayoría indios, de paso o radicados en Estados Unidos. Lo que se cuenta siempre deja entrever el choque cultural, el dilema de vivir entre dos sitios de referencia y, en definitiva, la imposibilidad del retorno, algo que comparten los migrantes de cualquier lugar del mundo. El talento de Lahiri es que trabaja sobre lo cotidiano, sin juzgar ni moralizar sobre el problema, simplemente oficiando de intérprete entre los relatos (seguramente reales, o levemente ficcionados, a partir de historias que Lahiri vivió o le contaron) y los lectores, que están ahí, sintiendo una evidente complicidad, hasta que se encuentran con la ácida certeza de que al dar vuelta la página los caminos se bifurcan y siguen (seguimos) con nuestras vidas.
Hay un detalle interesante y que tiene que ver estrechamente con los relatos de Lahiri, excepto el que da título al libro, que transcurre, como se contó antes, en un viaje a un templo sagrado hindú. Los relatos restantes tienen como escenario, casi en la estatura de personajes, casas, incluso piezas de alquiler. No es extraña esta recurrencia si hablamos de personajes e historias que tienen como centro peripecias de migración; la casa, siempre, pasa a ser central, como refugio, como identidad, como punto de apoyo. Y entre todas estas casas que vamos visitando, casi todas ellas en Nueva York, se destaca la de los recién casados que empiezan a encontrar rastros de iconografía cristiana en rincones secretos de su nueva casa, o la historia de la vieja inmigrante medio loca que vive en la azotea de un edificio y trabaja de portera.
La ecuación vuelve a ser sencilla: con estos nueve relatos a Lahiri le alcanza y sobra para convertirse en clásico y en traductora imprescindible de emociones migrantes.

((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 05/2017))

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