Después
de La novela del cuerpo,
novela de lectura rápida y humor ácido hacia ciertos
paradigmas contemporáneos, el escritor Rafael Courtoisie traslada su
imaginería y su talento literario a Japón, en una historia con
grandes dosis de acción, artes marciales y venganzas poéticas. Una
novela que funciona además como un ensayo sobre la desobediencia. Una novela rara, genial y de diversión pura.
Se
podría afirmar, sin temor a equivovarse, que existen varios
registros literarios en la obra de Rafael Courtousie. En su larga
lista de publicaciones -y en distintos formatos y estilos- ha abierto
tantos caminos diferentes, a veces contigüos, que se hace difícil
seguirle la pista. De todos modos, el más sinuoso, el más
desobediente, y utilizo ese concepto por ser el centro gravitatorio
de su última novela El
libro de la desobediencia,
parece ser el territorio de su narrativa. Ya está lejos el ritmo
elegante y controlado de sus primeros libros en prosa de los años
noventa, la serie de los "mares", incluso el libro Tajos;
porque desde Caras
extrañas y
Goma de mascar
viene utilizando la narrativa como pretexto de divertirse y escapar
de la densidad ensayística de su pluma poética.
La
gran virtud de El
libro de la desobediencia
-su publicación más reciente, novela publicada por el sello HUM- es
su condición de inapresable, porque complementa esos varios
'registros Courtoisie', empezando por el goce de la palabra (un
cuidado estilístico mayor al de otras de sus novelas), un
acercamiento al universo poético (en sus momentos ensayísticos, y
en varias de las capas de la trama: hay una Academia de Poesía
gobernada por la carismática Miniki, hay un traductor de poesía,
hay un poeta que escribe por encargo del Emperador), un manejo del
humor absurdo, simple y directo (como en Caras
extrañas y
La novela del
cuerpo)
y la ubicación en escenarios poco convencionales (es una novela
japonesa, así como El
ombligo del mundo
es chilena y Goma
de mascar
se sitúa en una pequeña ciudad estadounidense con campus
universitario incluido). Y esa condición de inapresable, más una
imaginería desbordante, con trazos de novela de acción y artes
marciales, la vuelven despegada de formatos industriales,
emparentándola directamente con las libertades literarias que se
toman grandes autores contemporáneos como Cesar Aira y Mario
Bellatin. Algo más acerca a Courtoisie a esta tendencia, y tiene que
ver con la densidad estilística, con la capacidad de juego, con lo
extemporáneo de la novela y con la voracidad con que puede (y debe)
ser leída, lo que ya sucedía con algunas de sus anteriores, sobre
todo con La novela
del cuerpo.
La
novela japonesa de Courtoisie es una novela que celebra el disfrute
de la lectura por sobre todas las cosas, con una bienvenida ligereza
que puede ser malentendida por quienes entienden la literatura como
escenario exclusivo de tragedias y dramas tortuosos. En El
libro de la desobediencia no
van a encontrar nada de eso, pero sí mucha diversión, como en una
película de Tarantino, y no es caprichoso el paralelo, porque Miniki
y sus acólitas tienen mucho de Kill
Bill,
y matan con poesía y elegancia. De esas y otras cosas, conversamos
con Rafael Courtoisie, con la certeza de encontrarlo en un momento
alto de su prolífico camino como escritor.
Hay
un cruce de géneros que vuelve a la novela muy divertida y
disfrutable. Hay un aire de película de acción, en la mera
descripción y naturaleza fantástica de las acciones que se cuentan.
Hay una capa poética, "japonesa", con apuntes de necesaria
profundidad y al mismo tiempo una ligereza poética que hace avanzar
el relato. Hay también humor. ¿Sos consciente o no de esos
diferentes registros? ¿O simplemente tienen que ver con la madurez
de entroncar tus diferentes manías como escritor?
El
horizonte de la novela es el de la plena libertad. Esa variedad de
registros permite leer el libro como una novela de aventuras
divertida o como una reflexión sobre la desobediencia que no hubiera
sido posible en un ensayo. No diría que es una novela posmoderna,
pero sin duda es una novela de la modernidad líquida que describe
Zigmunt Bauman: no reconoce estánderes, ni moldes. Es como el amor
líquido, pero es amor al fin: amor a la escritura, amor a la
comunicación por la palabra en un mundo súper conectado pero
subcomunicado. Creo que mucho más que en libros anteriores, hay un
ejercicio total del humor, del juego, de lo lúdico. Y esto, aunque
parezca paradójico, creo que es lo más serio que podía hacer al
escribir.
Sucede
con varios de tus libros, sobre todo los últimos, que pueden
relacionarse con la libertad literaria en la que se mueven autores
como Bellatín y Aira. ¿De qué manera te sentís en un camino
alternativo a una literatura contemporánea enmarcada más en lo que
se "debe" escribir?
Trato
de desobedecer lo que se "debe" escribir. No me gustan los
moldes de la industria novelística contemporánea ni siquiera cuando
se presentan voluntariamente como "alternativos". Leo
muchas "novelas" hechas según el molde industrial o
estándar y en general me aburren. Por eso desobedezco. Pero escribo
desde una tradición a la que pertenezco: el goce de la palabra. En
esa tradición hay autores chinos, japoneses, alemanes, está Paul
Celán y Borges, está Calvino y está también Aira, Akutagawa y Lao
Tsé, pero también Morosoli y Líber Falco.
¿Qué
es lo que te seduce a vos como lector, como primer lector de tu
escritura?
En
el momento de escribir me atrapa el manejo del lenguaje como la
materia viva que es. Disfruto de ese manejo porque lo siento
material, concreto, riesgoso. Luego, en la lectura, me seduce haber
podido decir cosas muy "literarias" al lado de otras que
hoy se juzgaría "políticamente incorrectas", irónicas al
menos, y comprobar que la combinación, a veces, logra un más allá
del lenguaje, una especie de "erotización" por la
escritura que lleva el sentido más allá de la superficie del texto.
No
quiero
complicar: me seduce leer y olvidarme que estoy leyendo. Entrar en la
realidad "virtual" de la escritura. No siempre lo logro, me
suele pasar con mucha más frecuencia en autores que admiro.
¿Qué
te llevó al planteo de escribir en "territorio" japonés?
¿Hay una necesidad de evadir otros escenarios?
Hay
varios motivos, como siempre, pero hay uno que destaco en primer
lugar: quería invitar a los lectores para que me acompañaran en un
viaje de aventuras por Japón. Japón me permitía decir cosas sobre
América, sobre España, sobre Uruguay, con soltura y humor, con
mucha libertad: cosas sobre la relación entre el poder y la
escritura creativa, entre otras. Por eso aparezco como el "traductor"
de Okoshi Oshura, un viejo escritor samurái, algo rebelde y
pintoresco. Además, tengo dos fracturas en los dedos de los pies,
una periartrosis en el dedo gordo de la mano izquierda y un par de
costillas fisuradas ya soldadas, claro... Todo esas lesiones fueron
consecuencia de que durante un buen tiempo practiqué karate shotokan
y otros estilos, hasta que me di cuenta de que el único enemigo
siempre es uno mismo y entonces hice un poco de aikido, todas artes
del Japón, aunque también probé de otros lugares.
Miniki
y sus poetas son protagonistas de la acción. La perspectiva de la
novela hace de ellas una cofradía feminista que se subleva contra el
emperador y los hombres. ¿Cuánto te divirtió manejar ese punto de
vista feminista en la escritura?
Ese
punto de vista feminista es una contestación al Poder, una
desobediencia ejercida como arte de la identidad. Pero no hay en la
novela, explícitamente, una lucha de géneros ni una lucha de sexos.
También hay ironía sobre la separación de las esencias de lo
femenino y de lo masculino. Se sabe: el ying y el yang existen
juntos.
De
todos momentos, en algunos pasajes parece que se subrayara a la
desobediencia como un concepto esencialmente femenino...
Sí
y no, pero es verdad que la desobediencia femenina es inmensamente
poderosa. La desobediencia masculina es importante, pero menos sutil,
a veces es solamente alharaca. Las mujeres representan un misterio
hermoso, insondable, imprescindible, y los misterios son como la piel
de la noche: desobedecen la razón sólo para preservar una honda
verdad. El grupo de Miniki se opone a la estupidez del Emperador, del
Poder, en la trama de la novela. Pero Okoshi, hombre, escritor,
también se opone al Poder y es el más grande desobediente de la
novela, aunque debe disimularlo para sobrevivir.
La
poesía, como registro y como tema, está presente en forma radical
en esta novela: Miniki y sus chicas son poetas, se hace saber de
varios poemas y de las escrituras por encargo de Okoshi...
Por
algún motivo algunos editores, gerentes, políticos,
prestidigitadores, economistas y hackers le tienen terror a la
palabra poesía: ni nombrarla en la contratapa, aconsejan, porque
espanta lectores, dicen los que ordenan libros en las góndolas de
los supermercados. Y en parte tienen razón. Así que aviso entonces
a los lectores que El libro de la desobediencia no contiene
poesía; lo que se cuenta es la historia de Okoshi, un escritor
japonés beodo y genial, y la historia de Miniki, una mujer más
hermosa y sexy que la vida misma... ¿Notaste poesía en el libro?
Mmm... es mejor no repetirlo.
((artículo publicado originalmente en la revista CarasyCaretas, 06/17))
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